Diego miró a su esposa y luego miró a su madre. Vio el contrato del divorcio, su anillo y el pendiente de la mujer. Sus puños temblaron de impotencia. No quería a su madre demasiado, sin embargo ella le dio todo e incluso reemplazó a su padre cuando este se fue. Respiró profundamente. Su cabeza tenía que elegir pronto.
—Diego. Si te atreves —comenzó Isabel— te voy a desheredar y vas a perder todo incluido mi apellido.
Diego tenía mucho dinero como para que le importasen las cosas materiales. Perder aquello y su apellido era lo de menos. No le importaba tomar el de su esposa como suyo propio. Tomó con su mano el anillo y pendiente de la mesa.
Cedió ante el amor de su vida, la creación de ambos y el novio de aquella existencia.
Regreso a ver un momento el grupo de tres personas por un instante. Valentín conectó miradas con su padre por primera vez en años. Sus ojos cafés eran hermosos al igual que los de su esposa. Ambos tenían aquel brillo que había buscado por años que lo regresara a la vida.
Diego recordó también todo el maltrato que había sufrido. Sabía que eso lo había lastimado cuando era un niño, un adolescente y un adulto. Inclusive ahora le dolía estar desbloqueando todas las memorias que había retenido. Cerró sus ojos por el dolor de cabeza y miró a su madre.
—No te atrevas.
—Yo…
—¡Dije que no te atrevas!
Aún con las piernas temblorosas de levantó. Sentía que iba a caer en cualquier momento. Dio pequeños pasos hacia su mujer escuchando aún las amenazas de su madre. Se acercó a su esposa antes de ponerle el pendiente una vez más. Se puso su anillo con calma antes de darle un leve beso en la frente. La dejó sorprendida.
—Me importas más que el mundo entero —dijo enamorado—, que la fotografía y que cualquier otra cosa. Eres el amor de mi vida, Daniela.
—¡Te lo estoy diciendo en serio, Diego! —ignoró aquello.
—¿Podrás perdonarme algún día por haberte hecho pasar por todo esto?
Valentín ni siquiera recibió una disculpa por ese comportamiento. Suspiró antes de resguardar su cabeza en el pecho de Ezrael. Le dio las gracias en silencio. Regresó los ojos hacia su abuela. Todo el odio que sentía se reflejó en su mirada. Sus padres hablaban en otros idiomas repitiendo que se amaban. Él levantó la cabeza sólo para decir:
—Jamás en mi vida voy a perdonarte.
Aunque aquello sonase inmaduro le traía paz. No iba a perdonarla y tampoco desperdiciaría su tiempo pensando en ella. Le tomó la mano a Ezrael para salir de allí.
—Val…
—No ahora.
Estando en el pórtico Ezrael notó que Valentín se quedó parado frente a la puerta. Temblaba y golpeaba su cabeza contra la puerta. Tuvo que poner su mano allí para que no saliera lastimado. Lo hizo tantas veces más que se vio obligado a jalarlo por la cintura hasta que se dio la vuelta.
Acorralando su cuerpo contra la madera le tomó el rostro con una de sus manos.
—¿Por qué tuvo dudas? —preguntó con algo de dolor en su pecho— ¿Por qué mi papá no me pidió perdón? ¡A mí tenía que haberme pedido perdón!
—Lo sé.
—¡¿Por qué no me pidió perdón a mí?! —gritó esperando que lo escuchara— ¡Soy su hijo! ¡Él debió haberme perdido perdón!
—Lo sé, Val.
—¡¿Y por qué no lo hizo…?! —sollozó.
—No lo sé.
—¡Quiero que se disculpe por todo lo que me obligó a pasar!
Diego no le había pedido perdón pues casi no le interesaba, su esposa, por otro lado, le importaba tanto que incluso ahora estaba de rodillas rogándole disculpas.
Ezrael no supo responderle. Le acarició el rostro con cuidado para que dejara de llorar. Le dio un suave beso en la frente para que estuviera más tranquilo. Hizo que recordara el amor que Diego le tenía a Daniela. Se sintió amado por tanto tiempo que no pudo evitar acurrucarse en la mano el pelinegro y dar una pequeña sonrisa.
—… tengo miedo —susurró cambiando el semblante.
—¿Por qué? —preguntó Ezrael.
—Ella me da miedo.
—Aún así —refutó—, le dijiste que somos novios. Te rebelaste. Estás aquí, ahora, conmigo.
—… no sé cómo me siento —dio una leve risa—. Siento que quiero llorar, pero también quiero gritar. Quiero obligarlo a pedirme perdón. Quiero que ella se vaya. Quiero…
—¿Quieres?
—… quiero que me abraces —pidió casi en un susurro.
Ezrael lo tomó por los brazos haciendo que le rodeara el cuello. Le pasó las manos por la cintura hasta que pudo apretarlo con fuerza. Lo escuchó dar unas cuantas risas dulces. Sabía que él también recibía su energía. Estaba feliz de compartir ese momento. Sin embargo esa no era toda la razón.
Valentín miraba a la puerta de su casa. Divisaba con claridad la cara de sorpresa de su abuela al verlos así. Sus miradas se encontraron. Le tomó la cabeza a Ezrael entre sus dedos.