Querer decir "Te amo" (gay)

CAPÍTULO 45

Aquella tarde los padres de Valentín fueron a verlo a la casa de Ezrael pues su hijo estaba reacio de encontrarse con ellos. Aún cuando necesitaban hablar sólo con él, Valentín se negó a separarse de Ezrael. Exclamó sin nervios:

 

—Los problemas que tengan conmigo también son los de él. 

 

Al ver que el castaño no hacía ni un poco de caso, hablaron en general:

 

—Vamos a quedarnos aquí por un tiempo —dijo Daniela—. Si quieres pasar con nosotros puedes venir. 

—... ¿Qué hay de Italia? —murmuró. 

—Nos iremos cuando termine el año. 

—Estoy bien sin ustedes.

 

Valentín se negó a hablar más. No quiso que nada lo detuviera ni lo hiciera volver a esperar a que su familia le mostrara interés. 

El día martes tomó todas sus cosas, apenas habló con sus padres de a dónde iba a ir. Salió de la casa en la que había vivido por ocho años con apenas dos cajas grandes, dos maletas de ropa y una que tenía todos los recuerdos de Ezrael. Esta última no se la dejaba ver a nadie pues eran las cosas materiales más preciadas para él. 

Fueron hacia el departamento prometido con Honey. Ezrael iba acariciando los cabellos de Valentín para que no le dieran tantas náuseas, sin embargo terminó vomitando en una gasolinería. Mientras la mujer se reía de ello, Ezrael intentaba no ceder ante sus chistes. No quería que su enfermo novio se diera cuenta de que le causaba gracia ver el color verdoso de su rostro mientras pasaban cientos de autos a gran velocidad.  

Al llegar vieron un edificio enorme. Tuvieron que subir hasta el último piso para llegar a donde iban a vivir. El lugar que Honey les consiguió era tan hermoso que apenas podían hablar. Era increíble y con dos pisos aunque el segundo tuviera cierta arquitectura minimalista que dejaba ver por completo el dormitorio. En el de abajo, por otro lado, había dos habitaciones más, dos baños más, una sala amplia, una pequeña bodega y un amplio balcón. 

Todo estaba amoblado a la perfección. La cocina tenía tonos blancos reflectantes por el mármol. La ciudad podía verse con claridad. Estar veintitrés pisos arriba del suelo les causaba gracia. Ezrael miró a Valentín contemplar el paisaje con esperanza, Honey se acercó a él.

 

—¿Qué te parece?

—Es increíble —respondió con prisa. 

—Lo sé. 

—¿Cómo lo conseguiste? —la escuchó reír.

—Era el departamento que compartí con mi roomie cuando estaba en la universidad.

—¿En verdad? —levantó una ceja. 

—Si. Pasamos buenos momentos —respondió levantando los hombros—. Solo no te acerques mucho al balcón cuando estás borracho, el viento es fuerte y los malos pensamientos siempre se quedan allí. Tiene una mala vibra.

—¿Pasó algo allí? —dudó algo preocupado. 

—Por poco muere Elena una vez. Miranda cinco. Carla tres. Yo unas diez, pero eso es otra historia —dio una risa. 

 

Algo preocupado de decir algo incorrecto prefirió cambiar de tema. Honey lo entendió. 

 

—¿Cuánto dinero voy a deberte al final de todo esto?

—… tómalo como un regalo —respondió tranquila—. Nunca quise hijos, pero tu madre es lo que más quiero. 

—No está a la venta —sonrió.

—No, pero ahora eres 50% mi responsabilidad.

—¿Ya le pediste matrimonio?

—Si, ¿no te lo cuenta aún? —negó con la cabeza—. Dijo que sí. Prepárate para la boda. 

—Lo haré.  

 

Poniéndole una mano en la cabeza, sonrió. Sabía que les iba a ir bien por lo cual dejó que todo pasara con el tiempo. Frotó sus cabellos antes de dejarlos solos. 

Valentín se acercó casi corriendo hacia él tras cerrar la puerta del balcón. Aún podían sentir el viento corriendo por el lugar. Le salto encima para que lo atrapara entre sus brazos. Así lo hizo. 

 

—¿Te gusta? —preguntó Ezrael— Parece que te gusta. 

—Está precioso. ¿Qué te parece a tí? —Le dio un par de besos. 

—Me gusta. 

—Tendremos que mudarnos después. No te encariñes demasiado —dijo en un suspiro. 

—¿Por qué?

—… ¿no quieres algún día comprar una casa solo para los dos?

—¿No es lo que hacemos ahora? —negó. 

—Ahora estamos rentando un departamento a Honey. Quiero… ganar una casa por mí mismo. Así tendríamos algo sólo nuestro. De nuestro esfuerzo. 

—Estás siendo muy maduro —sonrió—. Ya no eres un niño. 

—¡Nunca fui un niño!

—Me retracto —susurró—. Sigues siendo igual de llorón que siempre. 

 

Valentín levantó su cabeza antes de sonreírle una vez más. Se acercó con calma para que frotaran sus narices. Se dieron un pequeño beso.

 

—¿Te gusta la ciudad, Ezra? 




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