FRANCISCO
Estoy en mi habitación, solo, con una presión en el pecho y unas incontrolables ganas de llorar. Ahora solo quiero dejar de sentir.
Recuerdo mis días de adolescente, donde nadie me soportaba por lo rebelde que era. Odiaba a la gente, odiaba la vida.
Mi padre siempre ha sido una mierda de persona. Cuando yo era pequeño, se esforzó en hacerme una niñez asquerosa, y una adolescencia terrible. Era víctima de golpes, insultos, burlas. Yo era el saco de boxear de mi padre, yo era su gran entretenimiento, era un juego para él.
La gente me ha pregunta el porqué amo tanto a Gabriel. Que cuál es la razón por la que me preocupo tanto por él; la respuesta para mí siempre fue evidente, porque Gabriel me salvó.
Había buscado la manera de dejar de sentir, dejar de vivir. Yo solo quería morir, dejar de existir. Un par de cuchillas se convirtieron en esos días en mi únicas y mejores amigas. Ellas eran las únicas que me consolaban, porque cuando las deslizaba por mis antebrazos, y la sangre recorría mi piel pálida, podía olvidarme por unos instantes todos mis tormentos, penas, delirios, inseguridades, dolores.
Un día, decidí morir, y recuerdo con suma nitidez el sentimiento de frustración que sentía. Era un cúmulo de sentimientos confusos que me estaban llevando a la locura. Eran cientos de cosas las que me impulsaban a cortarme las venas para morir finalmente desangrado.
Yo estaba en el baño, en la bañera, repleto de agua y con mis amigas cuchillas en mis manos, esperando el momento indicado para decir adiós.
Entonces mi madre tocó la puerta, me pidió que me apresurara, que tenía algo demasiado importante que decirme. Yo no iba a hacerlo, solo quería... morir, pero fue algo dentro de mí, que me dijo: "espera un poco, solo un poco más." Y, por cosas del destino, convencido por la voz en mi cabeza, salí de la bañera, me sequé y me puse la ropa que tenía antes de entrar.
Cuando estaba saliendo del baño, me topo con mi madre. La miro a los ojos y veo un brillo en ellos, uno que no veía hace mucho tiempo, un brillo de esperanza. Recuerdo sus palabras.
—Fran, estoy esperando un bebé.
Fue una frase corta, directa y concisa que me hizo complemente feliz al instante. Uno de mis grandes sueños era tener un hermano, y, por fin, lo iba a poder tener.
Gabriel me regaló una razón para vivir.
Cuando el día de su nacimiento había llegado, no podía soportar más la emoción. Había cambiado drásticamente mi vida desde que supe que mi madre le tendría. Comencé a curar mis heridas, tanto externas como internas. Quería ser un ejemplo para él, y me esmeré en hacer lo mejor que pude.
El mejor momento de mi vida, fue cuando le tuve en mis manos, su pequeño cuerpo contra el mío. Gabriel me dio un soplido de vida. Me llenó de vida.
Sus ojos morochos, estremecieron todo dentro de mí. Gabriel, con solo una mirada, logró hacerme la persona más feliz.
Mi meta, desde que lo tuve por primera vez entre mis brazos, fue que le iba a cuidar, con todas mis fuerzas y las que no tuviera. Arriesgaría vida y alma por él si fuera necesario.
Pero le fallé... yo le fallé porque no logré detener a mi padre antes de que le pudiera golpear. Le fallé porque no fui lo suficientemente fuerte como para sacarlo mucho antes de esa casa. Le fallé porque no le he consolado como debería hacerlo. Yo... sigo fallando, las cicatrices del pasado se abren y sangran internamente. Nuevas heridas se forman en mi interior... o quizás ya estoy tan agrietado por dentro, que las dagas de la vida solo pasan, sin ningún otro lugar para hacer daño.
Estoy destruido.
Y quizás lo merezca, quizás yo nací para sufrir, es lo que me tocó y debo aceptarlo... pero me cuesta, me duele, me quema.
Me intento levantar pero me desplomo, me caigo sobre el suelo. Y lloro, lloro porque a estas alturas es lo único que puedo hacer: llorar.
He perdido a mi madre, mi padre nunca ha sido uno, y quizá qué cosa está planeando. Mi hermano se muere lentamente por dentro, las llamas del dolor le consumen, y yo no puedo hacer nada para detenerlo.
GABRIEL
Me despierto, miro a mi alrededor y me doy cuenta que me encuentro en la casa de mi hermano. No sé cómo llegue aquí, tengo imágenes borrosas en mi cabeza.
Frank está sobre mí, está dormido, abrazándome con fuerza, como si quisiera evitar que me fuera. Intentando aferrarme a él y no dejar que me vaya, que me escape y no verme nunca más.
Y recuerdo, como si fuera un balde de agua fría, todo cae sobre mí.
Mi madre está muerta.