Querida Rosa

S I E T E | Parte 1

Me veo solo, solo en mi habitación. Estoy rodeado de tanto, que siento poco, nada, tal vez vacío. 

 

Fui rechazado por mi familia, ¿por qué? ¿Por qué vida? Sin tan solo amo con todo el corazón. 

 

Ya no hay lágrimas que llorar, no hay abrazo que me pueda consolar. Ya nada tiene valor, ni siquiera la vida. Ya estoy muerto, muerto por dentro, pero no es suficiente.

 

Fran, te amo. Te amo como nunca he amado a alguien. Pero... no logré decírtelo, no hubo tiempo. Todo fue tan rápido.

 

Quise decírselo primero a mis personas ¿más importantes? O quizás eran, ya... ya no. 

Ellas me repudiaron, me botaron a la calle como una rata.

 

30 años he esperado, 30 años me he quedado en silencio ocultando lo que siento dentro. Y, cuando por fin tuve el valor, todo salió mal. 

 

Recuerdo la mirada de mi madre, esos verdes orbes me miraban con odio, con asco. Mi hermana, la cual tanto apoyé me dio la espalda, tengo mi cabeza siendo taladrada por sus palabras: «qué asco tener un hermano como tú». Mi padre, que su mirada de decepción me rompió el corazón, vi a través de sus ojos, cómo su alma se entristecía.

 

Tomo la cuchilla. Una cuchilla afilada, con un mango color negro y diseños circulares blancos. 

 

Decido morir.

 

Decido morir porque... ¿para qué vivir más? Tengo dinero, mucho, pero no me llena. No como lo hacía mi familia.

 

Poso la cuchilla sobre mi antebrazo izquierdo. Comienzo a deslizarlo lentamente, todavía sin cortar. 

 

Hasta aquí llega todo, este es mi final.

 

Tengo miedo, mucho miedo porque no quiero morir, pero... debo, ya no hay nada. No quiero nada. 

 

Entonces introduzco la punta de la cuchilla en mi brazo.

 

Duele, duele y mucho. Pero... me gusta, me gusta porque el dolor físico calla mi dolor del alma.

 

Por un momento olvido, olvido todo lo que he pasado. Entonces continuo. Vuelvo a cortar, cada vez más y más.

 

La sangre fluye por mi brazo, un color escarlata hipnotizante. Cae sobre el suelo de forma estrepitosa. 

 

Es hora, ahora... o nunca.

 

Poso la cuchilla sobre mi muñeca. Mis venas se logran ver. 

 

Doy un largo suspiro, y corto, corto profundamente sobre mis venas. La sangre comienza a salir rápidamente, comienzo a sentirme débil, lentamente me voy. Voy muriendo, poco a poco la vida se me va. Se me va el alma. 

 

Voy cerrando mis ojos. Me suelto. dejo el cuchillo sobre el suelo, y espero, espero mi muerte, porque es lo único que anhelo. 

 

 

FRAN

 

—Fran, ¿dónde estás? —pregunta Gabriel en llamada. 

—Estoy por llegar a la casa de Ivan, ¿le recuerdas? Mi amigo de la universidad. 

—Uh, sí, le recuerdo. Bueno, entonces te dejo, ¿llegarás para cenar? 

—Claro, ¿vas a cocinar tú? Porque no quiero morir, no hoy. —le molesto.

—¡Hey! Mis comidas no son tan malas, es que tú tienes paladar de ricos y todo te parece malo —se defiende.— Y no, cocinará la madre de Frank, nos invitó a su casa para cenar.

—¡Súper! Amo la comida de la señora Marta.

—Yo también. Bueno, ahora sí te corto. Pásala bien, Fran. 

—Gracias, adiós.

—Adiós. —corto la llamada.

 

Llego por fin a la casa de Ivan, toco la puerta. Toco el timbre, pero nada. Por el tiempo ya que le conozco, sé que este hombre cuando duerme, duerme, y no hay quién le despierte. 

 

Recuerdo que Ivan me dio una copia de la cerradura de su casa, así que saco mi manojo de llaves, busco la correcta y cuando la encuentro, abro la puerta.

 

Ya dentro, siento el ambiente tenso, siento... que algo va mal. Mucho silencio. Cierro la puerta tras de mí.

 

Algo dentro de mí, me dice que debo actuar, que hay algo, algo más de lo que mis ojos ven. Entonces corro hacia la habitación de Ivan. 

 

Subo las escaleras rápido, y, en cosa de segundos, estoy frente a la habitación de Ivan. Está semiabierta, miro por la pequeña línea que separa la puerta y el marco de la puerta, y... lo que veo me espanta.

 

Abro la puerta asustado. Ivan está en el suelo, con un brazo ensangrentado y una cuchilla a su lado.

 

Mierda. 

 

Me acerco rápidamente hacia él. Me pongo a su altura, le toco la cara.

 

Está helado.

 

Sin importar qué, le tomo entre mis brazos. Lo saco de la habitación y me dispongo a ir hacia mi auto.

 

—Resiste Ivan, no es tu hora amigo, no hoy, hoy no.




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