Querida Sarah

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El sol brillaba fuertemente en el horizonte, inundando el extenso campus de la universidad con un resplandor dorado. Desde los árboles hasta los edificios señoriales, todo parecía vibrar con una energía renovada. Todos se preparaban para el día, llenos de anticipación. Todos, excepto uno.

Alfred asistía al nuevo día con la misma estoicidad con la que se enfrentaba a todos los desafíos. Su rutina matutina de entrenamiento marcaba el comienzo de su día, seguido de hora tras hora de estrategias, tácticas y origen. Era un ciclo constante de monotonía y previsibilidad.

Pero hoy, el día blandiría una sorpresa. Un cambio en el curso de su rutina que desestructuraría la calma estoica de Alfred.

Cuando Alfred llegó a la cancha para comenzar con la sesión de entrenamiento del día, notó una figura desconocida en la multitud de estudiantes. Una nueva cara entre la marea de rostros familiares. Una joven, no mayor de dieciocho años, estaba de pie junto a las gradas, observando el campo con fascinación en sus ojos.

Sarah era la última incorporación al equipo de fútbol de la universidad. Llevaba una falda azul y una blusa blanca, su cabello rubio estaba agrupado en una cola de caballo suelta. Hacía frío, pero la emoción en sus ojos brillaba con calor. Tenía una presencia intrigante, casi eléctrica que parecía desviar la norma.

Siendo la nueva integrante del equipo femenino, había logrado llamar la atención de Alfred, lo cual era una hazaña en sí misma, considerando su indiferencia general. Ella era diferente a los demás. No solo por su deslumbrante belleza sino por su visión de mundo, por su dedicación hacia el fútbol que se reflejaba en la forma en que miraba el campo.

A medida que el día avanzaba, no podía evitar notar su inocencia, su dedicación y su enfoque en el fútbol y los estudios. Alfred estaba más que familiarizado con la ambición juvenil y los sueños de grandeza que a menudo venían con ella, pero había algo en Sarah que se desviaba del molde.

Su pasión era genuina, y su habilidad con el balón era innegable. No era la mejor jugadora del equipo, pero su espíritu y determinación compensaban con creces sus deficiencias técnicas. Y en la tranquilidad de su presencia, Alfred no pudo evitar sentir una oleada de algo que le era desconocido. Algo que no podía identificar.

Sin embargo, Alfred sabía que debía tratarla como a cualquier otra estudiante, a pesar de su atracción inexplicable hacia ella. Su responsabilidad era su deber, un deber que lo obligaba a mantener un enfoque profesional, no importa lo que su corazón le dijera.

El primer día de entrenamiento de Sarah llegó a su fin. Alfred la observó desde lejos, mientras ella recogía sus cosas y se alejaba del campo con una sonrisa agotada pero satisfecha en sus dulces facciones.

Sarah, sin saberlo, había logrado algo más que ganarse un lugar en el equipo de fútbol con su primer día en la universidad. Había conseguido lo que nadie más había podido: había logrado quebrar, aunque mínimamente, la barrera de hielo alrededor del corazón de Alfred. Y con su partida, Alfred se encontró a sí mismo contemplando su enigmática figura hasta que desapareció de su vista.

El sol comenzó su descenso, y con él, el día comenzó a apagarse. Las escenas del día, especialmente la imagen vibrante de Sarah, seguían rondando en su mente. Y con una incertidumbre rara, pero no del todo indeseable, Alfred se preguntó qué traería el mañana.

Esa noche, la mente de Alfred estaba llena de pensamientos sobre el entrenamiento del día. Había visto a muchos estudiantes venir y marcharse, algunos con talento, otros con entusiasmo, pero ninguno le había llamado tanto la atención como Sarah. Su inocencia y dedicación al juego habían dejado una impresión duradera.

El sol sopló su último aliento dorado en el cielo mientras se sentaba en su sofá, contemplando el día. Recordaba la forma en que Sarah seguía la trayectoria de la pelota con los ojos llenos de determinación, con las piernas listas para chutar, con los labios mordidos en una mezcla de ansiedad y emoción. Siguió recordándola mientras el mar de tranquilidad se apoderó de la noche.

A la mañana siguiente, Alfred se encontraría a sí mismo esperando ansiosamente el momento en que Sarah apareciera en el entrenamiento. Pero cuando finalmente entró, todos los dimes y diretes que había preparado desaparecieron de su mente. Allí estaba ella, con su sonrisa brillante y fresca, y su entusiasmo rebosante. Se le notaban nerviosa, mirando alternativamente el campo y luego a él.

Alfred la observó desde la distancia, viendo su valentía florecer sobre el césped verde del campo, su amor por el deporte inscrito en sus movimientos. Cada pasa que realizaba, cada risa que compartía, cada gol que anotaba, parecía traerle una alegría que irradiaba alrededor.

El estoicismo de Alfred fue amenazado brevemente por la invitación a reír con ella, a animarla, a unirse a su euforia. Resistió la tentación con un velo profesional, pero interiormente, admiraba cada segundo de ella.

Al final del día de entrenamiento, cuando todos los demás se fueron y Sarah quedó sola en el campo, Alfred finalmente decidió hablar con ella. Apareció a su lado tan tranquilamente que ella casi se sobresaltó.

"Sarah, ¿verdad?" Le preguntó con amabilidad, dándole una tenue sonrisa. Su sorpresa fue evidente, pero se recomponió rápidamente, devolviéndole la sonrisa y ofreciéndole un respetuoso "Sí, señor."

Procedió aconsejarla sobre su forma y su acercamiento a ciertos aspectos del juego, todo mientras observaba cómo su expresión reflejaba su ardiente pasión por el juego.

"Gracias, señor", dijo ella finalmente después de que terminó con sus consejos. Miró hacia abajo para esconder el sonrojo que se había apoderado de sus mejillas. Alfred sonrió y asintió en respuesta, satisfecho de tener su primera interacción con la muchacha que parecía haberle robado la cabeza.

Así, concluyó el segundo día del capítulo inocente de su vida, y Alfred se encontró mirando al oscuro cielo estrellado, atormentado por la incertidumbre y las emociones desconocidas que burbujeaban en su interior. Sin embargo, por extraño que fuera, se encontraba esperando al día siguiente con una extraña emoción, sabiendo bien que era el inicio de algo completamente desconocido.




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