Querida Sarah

3

A medida que los días pasaban fluyendo en semanas y luego en meses, la presencia de Sarah en la universidad ya no era una novedad. Había encontrado su lugar entre los demás estudiantes, estableciendo fuertes lazos con algunos y siendo una amiga cálida para todos. Sin embargo, aún se distinguía del resto, un libro de misterio con páginas aún por explorar a los ojos de Alfred.

Intrigado y confuso por el curso que estaban tomando sus propios sentimientos, Alfred no podía evitar notar cada pequeño detalle sobre Sarah. La forma en que su risa resonaba en el campo de prácticas, la forma en que fruncía el ceño cuando un pase no salía como esperaba, la forma en que su rostro se iluminaba de pura alegría cuando lograba hacer algo nuevo, todo ello se grabó en su memoria.

A medida que observaba y entrenaba a Sarah, se sentía cada vez más cerca de ella. Hablaban sobre fútbol, sobre la vida en la universidad, y ocasionalmente sobre temas más personales. Sin embargo, consciente de su posición y responsabilidad como instructor, Alfred se esforzó en mantener una barrera entre ellos.

Esta relación en constante evolución se volvía más y más compleja. El frío corazón de Alfred estaba luchando contra sentimientos que nunca esperó tener. Había algo en Sarah que lo atraía. Su inocencia, su pasión por el fútbol, su espíritu inquebrantable, todo contribuía a este nuevo encanto.

El estricto mundo en blanco y negro de Alfred estaba empezando a llenarse de colores, colores que no sabía que existían, colores que le daban una nueva perspectiva a su vida. Se encontró ansiando su presencia, sus charlas, su risa, la forma en que brillaba el sol en su cabello.

La constante convivencia entre Sarah y Alfred no pasó desapercibida para los demás estudiantes. Las habladurías comenzaron a extenderse por el campus, rumores sobre romanticismo floreciendo entre el entrenador estoico y la inocente nueva jugadora.

Todo esto se materializó en un agridulce aislamiento para Alfred, atrapado entre los límites impuestos por su posición y el deseo de explorar este nuevo capítulo de su vida. En esta confusión, Alfred se encontraba cada vez más frustrado, sus sentimientos comenzaban a tomar forma, y le causaban confusión.

Entonces, un día, después de un agotador entrenamiento en un caluroso día de verano, Alfred encontró a Sarah sentada sola en el campo, mirando el atardecer. Había algo en su postura y expresión que le decía que algo no estaba bien.

Alfred se acercó a ella, moviéndose con una tranquilidad que desmentía su inquietud interior. "¿Todo está bien, Sarah?" preguntó, su voz teñida de una suave preocupación.

Sarah se sobresaltó, luego sonrió débilmente al verlo. "Sí, todo está bien," respondió, pero su sonrisa no alcanzaba sus ojos. Alfred se sentó a su lado, dejándole suficiente espacio para que se sintiera cómoda.

"Algo pasa. Puedo decirlo." Alfred no hizo una pregunta, sino que estableció un hecho. Sabía que estaba cruzando una delgada línea entre ser un entrenador y un amigo, pero no pudo evitar seguir adelante. Ella parecía vulnerable, y todo lo que quería era proporcionarle algún tipo de consuelo.

Ella se quedó en silencio por un momento, luego finalmente suspiró, su mirada aún fija en el horizonte. "Es solo... estoy nerviosa, supongo. Todo aquí es tan nuevo para mí. A veces, me siento abrumada."

Los profundos azules del cielo de la noche parecían reflejarse en sus ojos, mostrando una tormenta de inseguridades y miedos. Con esa confesión, Alfred sintió cómo sus sentimientos por ella se hacían más fuertes, incrustándose más profundo en su corazón.

"Es normal sentirse así," respondió él, tratando de tranquilizarla. "Todos nos sentimos abrumados cuando enfrentamos algo nuevo. Pero no estás sola. No tienes que pasar por esto por ti misma."

Por un momento, ella no dijo nada, solo lo miró con ojos amplios y sorprendidos. "Gracias, Alfred." Su voz era apenas un susurro, pero Alfred lo oyó claramente, sentimientos de afecto brotando en su pecho.

A la luz de la luna, Alfred se encontró sumido en una encrucijada de emociones. Sarah despertó en él sentimientos que estaban adormecidos hace mucho tiempo y ahora, sentía una urgente necesidad de protegerla, de guiarla. Pero sabía muy bien la línea que no debía cruzar. Sin embargo, con cada segundo que pasaba a su lado, esa línea comenzaba a desvanecerse.

A medida que el cielo se volvía cada vez más oscuro, y la luna iluminaba el campo vacío a su alrededor, Alfred se sentía cada vez más agradecido por la llegada de Sarah a su vida. Ella había traído consigo un torbellino de emociones que era una novedad refrescante en su vida monótona y fría.

Al día siguiente, a medida que la universidad estaba envuelta en la vitalidad de un nuevo día, Alfred se dio cuenta de que su vida ya no estaba gobernada completamente por la rutina y la monotonía que una vez caracterizaban sus días. Ahora, cada día traía consigo el dulce misterio de lo que vendría. Cada día se convirtió en una oportunidad para ver a Sarah, para hablar con ella y, quizás, para entender un poco más sobre sus propios sentimientos.

Estas emociones, este deseo de estar cerca de Sarah, fue un completo rompecabezas para él, desconcertando su normalmente apacible mundo interior. Pero a pesar de la confusión y las dudas al acecho, no pudo evitar caer cada vez más en el enigma que era Sarah. Y con cada día que pasaba, los sentimientos de Alfred por Sarah solo se profundizaban aún más, tirando de él hacia un abismo desconocido.




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