Querido Aldrich

5

—Mi querida sobrina, no sabes la sorpresa que fue para lo recibir una invitación a tomar el té en casa de tu padre—Tía Gretel entró por la puerta sujetando su abrigo con ambas manos y tomo mi rostro entre sus manos para depositar un beso cada mejilla con una sonrisa entusiasmada. 

Contuve la sensación de repelo que me subió por la garganta, tía Gretel a veces podía ser muy cariñosa con nosotros. 

Dejó su abrigo junto al perchero y miré afuera para comprobar que su carruaje avanzaba antes de que Silas cierre la puerta. Hubiera jurado que también había un oficial de vigilancia del otro lado de la calle pero mi visión quedó obstruida antes que pueda asegurarme por completo. 

Me volteé con las varillas del vestido clavándose en mis costillas y ahogue una exclamación de dolor. No acostumbraba usar un talle menos del que debía por más que quede más esbelta y hermosa, pero no podía evitar ponerme el vestido que tía Gretel me regalo si quería saber algo de ella. 

—¿Dónde esta Otis?—preguntó mí hermano cuando comencé a dirigirme hacia el salón con las manos frente al estómago y el pecho tan inflado que parecía a punto de explotar. 

Tragué saliva y señalé en dirección al estudio de padre donde mi otro hermano se había sumergido desde el día de ayer. Silas asintió y paso a seguirme por el pasillo con el cuaderno de cuero en la mano y su pluma en la otra. 

—Es indecoroso espiar mujeres—murmuró nervioso cuando nos detuvimos junto a la puerta. 

Mire hacia tía Gretel sentada en el sillón junto a las tazas de té y las galletas que especialmente hice traer para ella. Se veía tan gentil e ingenua, feliz de pasar un solo momento con su única sobrina carente de todo sentido femenino. 

Era cierto que yo también sentía algo de culpa, aquello no solo era algo que padre no aprobaría sino que además estábamos usando a una pobre dama de edad avanzada para descubrir secretos familiares escondidos. Pero padre había desaparecido hace dos días y debíamos encontrarlo antes que suceda otra tragedia. 

Suspiré. 

—Todo pecado queda perdonado cuando lo justifica el amor. 

Mi hermano abrió los ojos con sorpresa y confusión. 

—¿Quien lo dijo?. 

—Yo—cuadré los hombros y entré haciendo el mayor ruido que mis zapatos de madera podían. 

El cotilleo nunca fue mi fuerte realmente, mientras hacia mí camino hasta el sillón frente al de mi tía pensaba la manera más apropiada de sacar conversación y me quedaba en blanco. Nunca fui de aquellas que saben lo que sucede en las otras vidas, no me intereso y padre tomo muy enserio mantenerme alejado de la boca de todos para mi seguridad. 

—Mi querida Muriel—llamo con entusiasmo la mujer de cabellos canosos y manos elegantes bien cuidadas—, ven y siéntate, rápido antes de que tus próximas invitadas interrumpan este cortó momento en familia. 

Tragué duro. Olvidé decirle que nadie más que nosotras asistiríamos a la merienda, mi extenso tiempo dentro de la casa me dificultaba tener amigas con las que compartir masas y té. 

Un ajustado nudo se cerró en mí garganta y me pregunté si era el corsé o el camino que tomaban mis ideas ¿Sería patético considerarme mi propia amiga?. Tía Gretel no una estuvo de acuerdo con nuestra crianza tan confinada, pero... ¿Que había de malo con la manera en la que padre siempre nos protegió?. 

Aquello me dio fuerzas para sentarme frente a la hermana de mi padre y esbozar una sonrisa amable y fuerte. 

—Tía, me temo que hoy solo seremos nosotras. 

Ella rio lanzando la cabeza hacia atrás y se inclinó tomándome de la mano para darme un suave apretón de confianza. 

—Oh, cariño—soltó con tono más dulce, inclinando la cabeza con molestia—, no me digas que no tienes amigas con las que compartir—guarde silencio. El aire se me atoró en el pecho y sentí un escozor en los ojos cuando vi la pena en sus gestos. Volvió a su lugar y bufó—Siempre deteste que tu padre los mezquinara tanto, pero esto es una mala broma. 

—No, tía—mentí con culpa. No debería importarme, ella no estaba ahí para identificar mis sentimientos sino para darme información, y recordármelo me ayudó a enfocarme. Suspiré—, mis amigas están ocupadas con los preparativos para Navidad. 

Tía Gretel me miró con suspicacia, ni siquiera me esforcé en mentir, y tomo su taza de encima de la mesa con la punta de los dedos. 

—¿Navidad? Mi querida, faltan semanas para navidad, me atrevo a decir que un mes—aquello fue mala idea. Tomé la taza de enfrente mío oyendo el eco de la cerámica y baje los ojos hacia la mesa rogado que la hora completa acabe—, hablando de eso ¿Has preparado ya tus vestidos para las fechas?. 

—No, estuve ocupada con otras cosas. 

—Cariño, nada es más importante que una buena vestimenta—sonrió con picardía, sorbió un poco de té y al mirarme vi fuego en sus ojos—. Bien, una vestimenta y un buen pretendiente sí podrían mantenerte ocupada ¿Acaso hay algún pretendiente del que deba saber?. 

El rubor subió a mi rostro. Nunca hablé con nadie acerca de los cortejos, aunque nadie lo había hecho antes, pero el oír el interés de la mujer encendió en mi una oleada de cosquillas efervescentes. Quería contarle, desahogarme de lo que padre me estaba obligando hacer, solo que a él no le gustaría que lo sepan... 

—No es nadie, tía. Solo son cosas que pase por alto. Con el asesinato de la mujer, padre no quiere que abandone la casa. 

Su voz se suavizo y dejó la taza frente a ella con un golpe sordo. 

—Oh, niña, no hay nada que temer. Los policías están haciendo su trabajo y confío en que encontrarán a quien le hizo aquello a la pobre Kat..—se detuvo tan abruptamente que la mire confundida y luego soltó una risa tonta y desentendida cargada de nervios—. Tengo una idea, podríamos ir juntas a buscar un vestido, conozco una tienda preciosa a varias calles del muelle. 

La mire con los ojos entrecerrados. Quizás ella también conociera a la mujer asesinada. La única manera en la que podría saber que tenía que ver con padre era siguiendo su juego. 

Deje la taza sobre el plato con tanta fuerza que hizo eco en el salón el ruido de las cerámicas. Tía me miró con asombró y sonreí intentando parecer entusiasmada y alagada. 

—¡Claro, deberíamos ir ahora mismo!. 

Tía Gretel dudo mirando la puerta. 

—Pero tu padre... 

—Estoy segura de que él estará de acuerdo—me apresure a añadir. 

Se inclinó, el pulso se martillaba con fuerza en los oídos, y tomo mi mano con todo apretón suave. 

—Muriel, cariño, por favor, pregúntale para quedarme más tranquila. 

Abrí y cerré la boca. En ningún momento había hablado con ella acerca de la desaparición de padre, suponía que los oficiales se comunicarían con su familia para tomar testimonios, pero al aparecer me confíe demasiado. 

Me levanté con lentitud asintiendo con la  cabeza y volví mí camino hacia el pasillo reprimiendo mis ganas de mirarla por encima del hombro. 

Tía Gretel era una mujer alegre y entusiasta, muy diferente a su hermano, pero tenía la sensación de que no debía subestimarla. Era una mujer viuda, con dos hijos grandes que ya poseían una vida propia y una enorme casa que se llenaba todos los días de mujeres de alta clase dispuestas a ser escuchadas, pero eso tampoco significaba que no tenía un lado misterioso. Además, era responsable y adulta, no aceptaría un no. 

Salí al pasillo y me encontré con Silas apoyado junto a la pared con el cuaderno en sus manos y los ojos a medio cerrar del cansancio.  

Le toque el hombro para llamar su atención. 

—Iré con Tía Gretel a comprar vestidos para navidad. 

Inclinó la cabeza medio dormido y bostezo en su mano. Bajo el cuaderno, no tenía idea de cuando durmió pero su aspecto parecía de días de insomnio, parpadeó con cansancio y alzó los ojos con nervios. 

—No creo que sea conveniente, si padre vuelve y no estás... 

—Padre no vuelve hace días—susurré mirando de reojo la puerta al salón por si tía Gretel asomaba su cabeza—, debo saber que relación tenía con la víctima. 

—Parece que estás tramando un homicidio—bostezo de nuevo. 

—Padre podría estar en peligro... 

—Bien—me interrumpió—, habla con Otis para que envíe un carruaje a llevarlas y traerlas a salvo—. Sujeto mis manos en las suyas y por fin pareció despertar para mirarme con preocupación—, ten cuidado. 

Asentí con el mismo sentimiento de temor y me aparté hacia el pasillo donde esperaba la puerta del estudio. 

Me detuve, golpeé y esperé con paciencia.  

Otis había tomado en serio su rol como hombre de la casa en estos dos días. Desde que supimos oficialmente que padre no vendría como prometió se había sumido en el estudio para resolver los problemas económicos y sociales de la familia. 

Casi no lo veíamos, desayunaba, almorzaba y cenaba dentro de aquella pequeña habitación oscura cubierta de libros. 

Nadie respondió a la primera y decidí volver a intentarlo mirando a Silas dormirse con la espalda en la pared y el mentón sobre el pecho. 

—Adelanté—indicó mi hermano desde el otro lado de la puerta. 

Apreté los labios y entré. 

Mi hermano estaba sentado en el sillón de mí padre del otro lado del escritorio con un par de anteojos cayendo por su nariz y la mirada más cansada que vi en mi vida. Suspiró al reconocerme y depósito la pluma larga a un lado tomándose su tiempo para recibirme. 

—¿Qué sucede?. 

Dudé, más problemas no harían más que angustiarlo. Camine dentro de la habitación mirando la bandeja de comida sin tocar a un lado y cerré la puerta. 

—Invite a tía Gretel a tomar té. 

Sus ojos parecieron cansarse con esa noticia y lo vi morderse el labio antes de responder con una mueca. 

—Bien. 

—Me ha invitado a comprar vestidos. 

—No creo que sea apropiado... 

—No, escucha—lo interrumpí deteniéndome unos metros frente a él—, quizá ella sabe dónde está padre. Si él tenía relación con la mujer asesinada... 

Otis suspiró negando como si fuera una niña incomprensiva. 

—Muriel, estás siendo paranoica, padre no conocía a esa mujer. 

—El oficial Clive no lo negó—apunté evitando fijarme en sus enormes ojeras—, y yo lo oí de su boca admitirlo. Por favor, créeme, si ella no sabe nada dejaré de insistir en el tema. 

—En serio no creo que sea apropiado, padre no querría que salgas con las tragedias de la zona. 

—Por favor, iré y volveré antes que el sol se oculte, lo prometo. 

Otis me miró un momento desde abajo, cansado y un poco molesto por mi insistencia, se recostó en el respaldo apoyando el codo sobre el bracero y se detuvo a pensar con la mano en el mentón lo suficiente para inquietarme. 

—Bien—termino por decir luego de unos minutos—, ve y compra los vestidos con tía Gretel, pero no te separes de ella. 

Asentí agradecida y me aparté para volver al salón dando por terminada la conversación. No tenía idea de porque pero me entusiasmaba salir, pasar tiempo con mi tía y hablar de cosas femeninas que a mis hermanos le parecían fuera de este mundo, pero me encontré en la puerta tan rápido que me sorprendió. Nunca tuve una madre para hacer compras y eso... 

—Muriel—llamó Otis cuando abrí la puerta dispuesta a salir. Me volteé y lo mire inclinarse hacia una punta de la mesa rebalsaba de papeles. Tomó uno y me lo tendió con desinterés—, llegó una carta para ti. 

—¿Una carta?—volví frente a él y la tomé inquieta con el nombre que se leía en la solapa. La guarde en el bolsillo de mi vestido captando la curiosidad de mi hermano y salí del estudio más nerviosa de lo que entre.  

Por un momento había olvidado que padre hizo un trato poniéndome a mi como transacción. 
 




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