Querido Aldrich

8

—Comienza a preocuparme que Otis no salga del estudio—Silas tomo un pedazo de la tarta de frutas que tía Gretel nos dejó el día anterior y lo llevo a su plato con una cuchara y una taza de té a un lado.

Ya se la tercera porción que servía y aún no lograba entender cómo podía seguir comiendo. A mí los nervios me consumían viva, pasaron tres días desde que padre se fue sin volver y la idea de que le haya pasado algo malo me corroía las entrañas. Cada vez que oía pasos en la puerta, un golpe, alguien llamando, temía la peor noticia.

—¿Es cierto que nosotros no podemos hacer nada por él?—pregunté sorbiendo un poco de mi té sin apartar la mirada de la única porción que me serví y aún no toque.

—A mí no me deja intervenir—encogió los hombros—, dice que soy muy desordenado.

—Y no miente.

Mí hermano me lanzo una mirada arrogante y dio palmadas en el cuaderno de cuero a su lado.

—En contra de tu comentario debo decir que tengo todo lo concerniente al caso de la mujer muy bien registrado y ordenado.

Solté una mueca. Qué él tenga las narices metidas en el caso de la mujer asesinada no era bueno porque significaba que el oficial Clive podría detenernos con pruebas. Me preocupaba que a Silas se le pierda, si alguien veía cosas como los dibujos o anotaciones podría pensar cualquier cosa, como que queríamos encubrir algo. O como que teníamos algo que ver.

Gire cabeza hacia la chimenea y comencé a pensar en el acento del asesino. Aún no sabía si fue él quien la mato, podría haberla acompañado hasta cierto lugar y luego un segundo cliente haberla asesinado cuando el primero se fue. Pero la idea de que fue el hombre que vi no se iba de mí cabeza.

Si el hombre de acento pronunciado fue quien la mato padre quedaba libre de culpa ya que era completamente inglés.

Exhale aire por la boca y volví a mirar a mi hermano, una noche completa sin dormir me hacía pensar con lentitud, sentía la cabeza lenta y las extremidades pesadas mientras me movía.

—¿Saben algo acerca del agresor?—arriesgue.

Mi hermano me miró con atención, mí pregunta lo tomo desprevenido, y luego volvió a meter una cucharada de tarta en su boca.

—Dicen que la mujer no grito—bajo sus ojos al plato, como dos bocados más y continúo—, lo que supone que conocía a su agresor.

—¿Un cliente?.

—No lo sé, quizás un amigo o pariente.

—¿Un hermano?.

Sus ojos me penetraron de una manera tan extraña que me estremecí. La idea era perturbadora pero no imposible.

—Era gitana—sentí como el calor me subía desde los pies hasta las mejillas y mi mente comenzó a correr por los recuerdos del día anterior—, nadie sabe que hacía por estas calles.

Tragué saliva, el postre que tenía frente a mí me causaba nauseas con solo mirarlo.

—Era meretriz—deduje—, quizás solo estaba trabajando.

—Ella no era prostituta, Muriel—. Se inclinó hacia adelante como si no estuviéramos solos y susurró:—Los periódicos mienten y la policía cambia los hechos para no afectar a las comunidades romanies.

Negué estupefacta.

—No tiene sentido, decir que era meretriz solo mancha a los gitanos con mala reputación.

Silas suspiró recostándose contra el asiento.

—Los gitanos ya tienen mala reputación.

—Quiero creer que no todo el pueblo gitano se dedica a engañar y traicionar—bufé apartándome de la misma manera—, es como exponernos a los burgueses como niñatos consentidos y caprichosos.

Silas me miró con burla y rio ante mí molestia.

—Somos niñatos consentidos—se hizo una pausa, lo mire con tanta tensión que bien podría explotar su cabeza de un momento al otro, pero la mano en su momento y su ceja alzada no me dejó mantener la posición. Silas volvió a reír—, o por lo menos tú lo eres.

—¡Oye tú...!

Y antes de que pueda retrucar su ofensa con risas y bromas, justo como nosotros nos llevábamos cuando padre no estaba cerca para regañarnos, alguien toco la puerta del salón dos veces.

—Con permiso—la mujer que se ocupaba de traer nuestra comida asomó su cabeza mirando a mi hermano y bajo los ojos al suelo—, el oficial Clive lo busca.

Él me lanzo una mirada seria y carente de todo el humor que hubo hace minutos, asintió y se levantó apretando los labios hasta formar una fina línea.

—Haz que pasé—la criada se volteó para obedecer y cerró la puerta llevándose todo el calor que nos invadido en tan cómodo desayuno. Mi hermano me miró con la mano encima de su cuaderno, pensando, y luego suspiró al oír de nuevo varios golpes en la puerta—¿Muriel, podrías dejarme a solas con el oficial?.

—Pe-pero—mire como el oficial Clive entraba quitándose el sombrero para inclinar su cabeza en nuestra dirección y me levanté confundida. Que podría ser excusa suficiente para que aquel hombre venga a increpar a mí hermano. No había razones, ni pruebas. Lo mire esperando que se explique, quizás estaba ahí por mi—. ¿Oficial, q-qué hacé aquí?.

Sus ojos parpadearon asombrados al verme dirigirle la palabra. Aún seguía ofendida por su acusación del día anterior. Acusarnos de un crimen que no cometimos y espiarnos era una excusa más que suficiente para generarme odio, nadie debía hacerle daño a mi familia. Pero aquello era otra cosa, su porte, sus ojos, el papel en su mano y el temblor en su labio inferior indicaban malas noticias.

—Mis disculpas—dijo en mí dirección, sincero antes de enfocarse en Silas—, vengo a notificarlos del hallazgo de otro crimen...

Mí hermano alzó la palma en su dirección para que no siga y me miró serio.

—Muriel, por favor—señalo la puerta con un gesto seguro.

Esperaba que el oficial diga algo, estaba ahí parado mirándonos en silencio con su estúpido sombrero en la mano, podría haber mencionado mí encuentro con la gitana o lo que sea con respecto a padre para meterme en problemas y hacerme quedar, pero en cambio solo esquivo mí mirada.




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