Querido Aldrich

9

Cuando la noche cayó y el frío se hizo mí amable compañero decidí ir en contra de todas las órdenes y asomarme a la ventana de mí habitación.

No estaba contenta con lo que estaba sucediendo por qué luego de que el oficial Clive salga del comedor lo oí dirigirse al estudio de mi padre para hablar con Otis. Y yo, apartada de todo, ignorando el paradero de mí padre y las últimas noticias, solo recibí un regalo y la orden de bajar a la hora de la cena.

Parecía que había retrocedido en el tiempo hasta el momento en que mi padre negó rotundamente que salga. En aquel entonces lo consentía, nunca fui dichosa de la vida social, pero ahora, que fueran mis hermanos quienes me ordenaban, me indignaba.

¿Por qué ellos podrían salir y yo no si éramos de la misma edad?¿Por qué yo no podría inmiscuirme en cosas como la desaparición de mí padre y ellos si en asesinatos?.

Suspiré llenando de de frío mis pulmones y me volteé hacia mí cama. Lo que menos quería hacer ahora era bajar a encontrarme con los celos fruncidos de mis hermanos, no podría preguntar, no podría comentar ni mucho menos reclamar. Ya no éramos una hermandad.

Me senté junto a mí cama y levanté el último libro que leí estremeciéndome por el frío que se colaba por mí ventana.

No me había entretenido mucho, es más, no creo recordar el final por andar pensando en otras cosas, pero si recordaba de que iba. Una joven de clase baja que se hace pasar por hombre para subir a un barco, cansada de vida normal, llena de valor y ansias por aventuras, y terminaba por descubrir el amor. Pero... Por más que me esforzaba no recordaba el final.

Solté aire y lo abrí para pasar las páginas hasta donde recordaba, pero me detuve el final, entre las solapas, donde estaba el sello de el local donde mí padre lo compro, y recordé algo extraño.

Padre había comprado el libro a solo dos locales de la santería gitana "Deusa da lua".

¿Pero que había ido a hacer por ahí? No era una zona concurrida, ni siquiera a él le gustaba salir a comprar a los locales más comunes, pedía todo por envío o servicios.

—Muriel—primero se oyó mí nombre y luego los golpes en la puerta—, la cena está servida.

Solté aire y cerré el libro indignada por por la voz de Silas.

—No tengo hambre.

—No importa, baja—y luego se escucharon los pasos encima de la madera alejándose de mi puerta en dirección a las escaleras.

Lo hacía adrede, si quisiera no se lo escucharía ni respirar. Estaba furioso.

Como yo.

Me levanté ajustándome el vestido en la cintura y caminé hacia mí ventana haciendo eco con mis pisadas. Abajo debían oír mi molestia. Me asomé a ver la oscura calle buscando una sombra vigilante en frente y me detuve casi cayendo al ver cómo los Serenos pasaban a encender las velas de los faroles de uno en uno, iluminando la calle por completo.

Era tan extraño, caminar solo por la noche arrastrando una antorcha de fuego y vigilar la seguridad ahora me parecía arriesgado.

Un trabajo extraordinario para alguien que pasaba todos sus días recluida en la casa solamente imaginando las vidas de los demás por sus vestimentas.

Oí otro par de golpes en la puerta, alguno de mis hermanos insistiendo con aquella tonta e incómoda cena, y me aparté de golpe dispuesta a rechazarlos, cuando golpeé un libro que cayó del escritorio a mi lado y desparramó la tinta del tintero sobre la madera.

Bufé buscando algo con que limpiarlo y tome el frasco para apartarlo encontrándome con mí pluma, ahora inservible, y el cuaderno de escritura tirado en el suelo.

—Muriel—llamó Otis con voz rotunda y enfadada.

—¿Qué?—ni siquiera le estaba prestando genuina atención.

—La cena está servida, baja.

Camine hacia mi cama y levanté el libro que acaban de leer. Mi profesor había dicho que padre lo buscaría hoy por la noche para saber de mis avances, que mandaba a alguien para que lleve la información...

—¿Muriel?—volvió a llamar Otis con varios golpes más en la madera de la puerta. Esta vez parecía más preocupado que enojado.

—¿Si?.

—Baja.

Infle el pecho pensando y miré como la tinta se escurría por el escritorio hacia el suelo.

Quizás padre tenía una explicación lógica para lo que sucedía, si lo encontraba y hablaba con él, le explicaba lo frágil de nuestra situación y los policías siguiéndonos el rastro podría solucionarlo.

Tal vez podríamos comprender quién asesinaba a las mujeres y porque tenía relación con una de ellas.

—¿Muriel sigues ahí?.

—¿Qué?—había olvidado que seguía detrás de la puerta. Alce la cabeza aguardando los libros detrás mio como si pudiera ver a través de la madera y tragué saliva—¡Si si, claro!¡Ahora bajo!.

Me levanté dejando los libros en la cama debajo de la almohada, camine hacia la ventana para cerrarla y me volteé dispuesta a salir para aparentar.

Baje las escaleras sujetando firmemente mi vestido con el mentón en alto, la intención era estar enojada y ofendida, pero además se sintió como alguien orgullosa y un tanto poderosa. O quizás fui yo quien se sintió así, cargada con el autoestima, poder y valor suficiente para derribar el mundo. Para hacer lo que planeaba.

* * *

Deje los cubiertos encima del plato y tome la copa de agua para beber. Mis hermanos permanecían en silencio, encapsulados en diferentes cosas, ajenos siquiera a que la comida de sus platos se había enfriado.

Era insoportable de ver, Otis no dejaba ese estúpido papel con apenas unas palabras escritas que leía, releía y anotaba en otro cuaderno cuando se le placía, y Silas no dejaba su cuaderno y su pluma. Supongo que el causante era la visita del oficial Clive y lo que sea que le haya dicho porque desde que puse un pie en el salón hasta que termine sus dedos no abandonaron la pluma.

Ojalá pudiera leer lo que escribía.

—Muy bien, entonces—la voz de Otis rompió mi concentración y al mirarlo me percaté que ya no estaba inclinado sobre su papel—¿Hablaremos de lo que sucedió?.




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