Querido Aldrich

11

Miré a mis hermanos del otro lado de la mesa y levanté la taza de té para beber.

Aún seguían enojados mutuamente, lo sentía en el silenció incómodo y tenso del desayuno, pero no me atrevía a abrir la boca para no despertar las preguntas de mí paradero nocturno.

Nadie me había visto cuando llegue la noche anterior, pero sabía que la casa crujia y cualquiera que tuviera un buen oído escucharía. Otis debió oír las pisadas de mis pies cuando corría por el pasillo con sus zapatos en una mano y el saco del oficial Clive en la otra.

No me di cuenta que aún lo conservaba y, lo que era peor, no sabía cómo devolvérselo sin poner en juego los cotilleos. Aún si invitaba al oficial para devolvérselo mis hermanos verían el abrigo y preguntarían como llego a mis manos. Y no estaba segura de tener una buena mentira para eso.

—Muriel—la voz de Otiss me saco de mis pensamientos y despertó una oleada de paranoia.Lo miré esperando que continúe—¿Cómo están yendo tus clases?.

Parpadeé confundida por su pregunta y dejé la taza encima de la mesa.

—Bien—ni siquiera estaba mirándome porque sino captaria los nervios que me hacían sudar las palmas—, el profesor dijo que estoy progresando y...

—Que bueno—interrumpió de manera automática y monótona mientras escribía algo en el cuaderno que tenía al lado de su taza—, me alegro de que estés llevando esto de manera tranquila y seas más consciente de nuestra situación—le lanzó una mirada ceñuda a mí otro hermano que no se molestó en alzar la cabeza de su cuaderno para responder:

—Claro que ella está tranquila—bufó con desagrado—, ni siquiera la dejas salir a respirar.

Suspiré y tomé un pañuelo para limpiarme la boca, ese era mi momento de huir.

—¿Muriel, podrías decirle a Silas que lo que hago es por nuestro bien?.

Parpadeé asombrada. Mire a ambos, aún no alzaban la cabeza y parecían bastante metidos en sus cuadernos, pero cuando me dispuse a hablar siguiendo el juego Silas me interrumpió.

—¿Nuestro bien significa falta de libertad?—esperé en silencio y acomode los dedos de mis guantes pacientemente—¿Hermana, podrías preguntarle si en realidad lo que quiere es controlarnos?¿O, mejor dicho, quien le dio tal poder para hacerlo?.

Mordí mí labio con fuerza y mire a Otis para que responda, claramente lo había oído porque sujetaba su pluma con demasiada fuerza y una mancha de tinta se formó en la hoja frente a él.

—No busco controlarlos—estalló con el rostro enrojecido mirando a Silas—, estoy intentando hacer que nada cambie mientras padre vuelve.

—¡No—Silas alzó la cabeza furioso y también bocifero—, tú te crees en el derecho de actuar como él controlando cada uno de nuestros pasos. Pretendes que pida permiso para algo tan absurdo como salir y pides explicaciones sin ninguna prueba!.

El bufido que soltó Otis fue tan indignado y molesto que me sorprendió. Él nunca salía de sus casillas, siempre fue el más tranquilo y paciente, resolviendo todo con cálculos y controlando las cosas impredecibles.

Solo que ahora parecía que esa persona había quedado oculta bajo un hombre nervioso, temeroso y agresivo.

—¿¡Necesitas una prueba física para que te acusen de obstruir la justicia!?¿¡Para salir a vagar por las noches cuando nos acusan de homicidio!?.

Eso explicaba porque ninguno me oyó al llegar.

Silas de levantó con ambas manos sobre la mesa, toda la vajilla tembló repiqueteando y di un respingo al oír el golpe. Pero al alzar la cabeza hacia ambos me di cuenta que había algo dentro mío, fluyendo en mis venas, hirviendo hasta quemarme.

—¡Padre desapareció!.

—¡Y no por eso tengo que salir todas las noches a buscarte por qué un oficial te encarceló!.

—¡Nadie te pidió que...!.

—¡BASTA!—chillé enojada, levantándome para estar a la par de ambos.

Sus rostros se giraron hacia mí en silenciosa vergüenza, ambos sabían que no era momento de peleas idiotas y se los había dejado pasar por varios días, pero ya estaba harta.

—Padre no quería que nosotros pelearamos—continué haciéndome cargo del silencio que se instaló entre nosotros y mirándolos para que quede claro que el mensaje iba a ambos—, no nos crío para que sucumbamos al caos a la primera que se ausenta. Y esto—nos señalé—, es precisamente eso.

—Muriel...—comenzó Otis sentándose y rascando su nuca con incomodidad.

Apreté los dientes y negué.

—No, ahora me escucharán—mire a Silas fijamente para que vuelva a su asiento y suspiré suavizando la voz sin abandonar mí autoridad—. No es correcto seguir peleando, todos queremos ayudar y encontraremos la manera propia de hacerlo, pero no es discutiendo con el otro.

—Si, pero...—comenzo nuevamente Otis, insitiendo en acusar a Silas.

Gruñía y arrastre la silla hacia atrás con irritación. Caminé hacia la salida con pasos fuertes, resonantes y decididos y me detuve junto a la puerta para mirarlos.

—Cuando ambos decidan volver a ser las personas con las que me crié y que amo volveré a comer con ustedes, de otra forma le informaré al servicio que quiero la comida en mi habitación. Con permiso—incline la cabeza molesta y salí al pasillo frío y silencioso dónde la criada esperaba ruborizada e incómoda junto al oficial Clive.

Incliné la cabeza sin mirarlo. Seguramente iría a conversar con alguno de mis hermanos alguna cosa que no me concernía. Porque yo era eso, yo era el estúpido florero de mis familia, algo que intercambiabas, que manejaban a su antojo y del cual estaban orgullosos de presumir.

Los ojos se me llenaron de lágrimas y apreté los labios sin abandonar la molestía. Giré en dirección al pasillo y, sin emitir ni una sola palabra, me aleje con tanta dignidad como podría sentir.

Al llegar a mí habitación no pude evitar abrir las ventanas de par en par y tomar una enorme bocana de aire. Ya no estaba usando esos vestidos modernos de encaje y finas varillas, pero de alguna forma sentía que sí. Sentía como uno de esos instrumentos de tortura se incrustada en mi corazón hundiéndose hasta romperlo en pedazos.




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