Querido Aldrich

12

Mire como Otis se alejaba hasta la esquina del cuarto con el médico y sentí la tentación de levantarme a oír su conversación. De todas formas estaban hablando de mí, me pertencía el diagnóstico.

Forcé la espalda para levantarme, el cuello me dolía tanto que apenas podía moverlo sin soltar una mueca. Reprimí la sensación de náuseas, el esfuerzo parecía catastrófico, y de repente dos manos aparecieron a empujarme nuevamente hacia la cama.

—No creo que debas oir eso.

Solté aire por la boca con frustración y Silas encogió los hombros volviendo a su asiento con desgana.

—Me encuentro mejor—murmuré con apenas un hilo de voz que me costó un infierno sacar. Sentía la garganta seca, como si hubiera estado gritando por días enteros, y los ojos me lagrimeaban sin intención cuando quería parpadear

—No es cierto—dijo preocupado—, te ves pálida.

—Siempre me veo pálida—bufé—, soy pálida.

Pero dijera lo que dijera esta vez estaba claro que no lo haría cambiar de opinión.

Ambos se habían quedado comigo mientras el médico me curaba la herida. Primero, como yo, pensó que la sangre brotaba de la palma de mi mano, la reviso con detenimiento buscando la dicha herida y luego palpó unos centímetros abajo en mí muñeca.

No había dicho nada, se quedó examinando con curiosidad y asombró el corte profundo de lado a lado y suspiro sacando de su bolso agujas, hilos y vendas. Casi entró en pánico al ver los instrumentos. Fue doloroso al principio, mi cuerpo ya se había calmado y enfriado, no tenía comida en mi sistema y estaba agotada como si hubiera corrido junto a los caballos durante todo el día. Fue casi insoportable. Pero cuando lo hizo y terminó, vendo mí muñeca con paciencia y un lazo que no podría quitarme sola.

Hubiera querido alguna medicina para el dolor permanente, mi mano se sentía como si hubieran estudiado meticulosamente mis huesos uno en uno, sacándolos y colocándolos de diferentes maneras hasta que estos encajaron a la perfección. Solo que había un problema, el hombre casi no hablaba con mujeres.

—Debo comunicarlo con su padre—la vieja y rasposa voz del médico llego a mis oídos cuando el silencio se acentuó en la habitación.

Silas y yo miramos a los hombres en la puerta y esperamos la respuesta de Otis.

—Me temo que no es posible—confesó esté bajando la cabeza con pesar. Casi pude oírlo tragando saliva con incomodidad cuando, jugueteando con sus dedos, continúo—, mi padre se ausento hace varios días y aún no ha vuelto. No tenemos idea de cuál es su paradero.

El médico, que nos atendió desde niños pero aún así nunca nos dijo su nombre, suspiró pasando el peso de un piel al otro, dudando entre mirarme o a mi hermano y sujeto su portafolios con fuerza.

—Vere que hago, le sugiero descanso y...—dejo las palabras flotar entre nosotros unos segundos, su mirada pérdida en el suelo y su mano a medio camino de gesticular, y me miro—enviaré un colega para que le haga una evaluación psiquiátrica.

—¿Evaluacion?—Silas no había podido pasar por alto aquella curiosa palabra.

El médico nos miró a los tres con atención y una mueca tan apretada que sus labios quedaban ocultos bajo su bigote y barba blanca.

Inclino la cabeza en nuestra dirección en un gesto rotundo y se volvió hacia la puerta con rapidez.

—Con permiso.

—Claro—Otis se apresuró a abrir la puerta y escolatarlo a la salida.

Solté aire por la boca y mire el techo con pesadez. Estar recostada todo el día no se me hacía el mejor de los planes, padre aún no aparecía y sabía que debía encontrarlo antes que la policía o podríamos meterlo en problemas. Aunque no sabía que tanto querría vernos luego de esos fatales días en que, en su ausencia, tiramos nuestra hermanas por la borda.

Me avergonzaba pensar que el médico hablaría con él de mí porque sabría que no era tan madura como creería. Pero ante su mención no habria valor que lo desobedezca.

Padre era padre y su orden era ley.

Oí a mí lado a Silas moverse, parecía inquieto, nervioso. Mirarlo era como mirar al pariente de un loco que se sentía incómodo de estar cerca.

—¿Qué sucede?.

Por un momento comencé a pensar en la visita del oficial, quizás sabía algo o se informó de algo que no sabía cómo decirmelo. Quizás había pasado algo con padre u otro homicidio acertando puso la diana frente a él.

Él suspiró inclinandose hacia adelante, apoyo los codos en sus rodillas y tomo mi mano con suavidad y delicadeza.

—Muriel—comenzó con voz pausada y falsamente tranquila. Su dedo hizo círculos en mi muñeca sana y note que no se atrevía a mirarme sino que miraba a la cama o a mí otra muñeca sobre mí estómago—¿Tú... Por qué lo hiciste?.

Humedecí mis labios. Se veia muy angustiado para ser solo una pregunta o una consulta de médico. Me sujetaba la mano con firmeza y su dedos trataba suaves caricias, pero todo su rostro parecía envejecer a cada segundo.

—¿Por qué hice qué?.

—¿Por qué...?—se interrumpió, me miró y apretó los labios—¿Intentaste hacerte daño?.

—¿Qué?—mi mente tardo unos segundos en procesar lo dijo, y cuando lo logro solo pude parpadear asombrada por su pregunta.

—Si...—se apartó inquieto y volvió a acercarse—. Si hay algo que hice o nosotros hicimos...—al mirarme vi sus ojos brillar por lágrimas que no solo aumentaron mí confusión sino que despertaron un dolor profundo dentro de mi pecho.— Dios, Muriel no puedo pensar en que casi te vas por culpa nuestra, estoy muy apenado y...

—No—interrumpí alzando mí mano adolorida y la posandola sobre la suya para llamar su atención. Silas me miró temblando, parecía a punto de romper a llorar, y trague saliva—, no intente hacerme daño, nunca lo haría. No sé qué sucedió, fue un accidente y ustedes...

Deben dejar de pelear.

Se mordió el labio y asintió en el momento justo en que Otis abría la puerta y entraba con una bandeja llena de comida y té para los tres.




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