Querido Aldrich

16

Apenas logré dormir durante la noche. Las paredes de mí habitación parecían cerrarse cuando parpadeaba, el calor me sofocaba y la oscuridad, mí siempre amiga, ahora ocultaba cientos de demonios que me asechaban.

No entendía que me sucedía, no comprendía que sucedía en mí cabeza. Me volteaba para cubrirme con la manta, miraba hacia la ventana corrida y quería abrirla. Quizás el aire frío de la noche me lograba quitarme de encima la sensación de asfixia, pero cuando quería moverme no podía. Mí cuerpo no reaccionaba.

—¿Señorita, se le ofrece algo más?—preguntó la criada que había llevado la bandeja de desayuno a mí habitación.

Negué.

—No, muchas gracias.

Esperé que se fuera y volví mí vista hacia la carta que había preparado para Aldrich Cyrus. No sabía si estaba bien o si era lo correcto preguntarle a él, podría decirle a padre, podría meterme en problemas serios, pero no tenía otro medio de información.

Tomé mi tiempo para beber el té y comer un pan y cambié mis prendas a un vestido cómodo y abrigado. La mañana era demasiado fría para ir con algo ligero. Até mí cabello con afiladas evillas que tía Gretel me había regalado y me puse unas botas sujetas con cordones gruesos.

Miré mi reflejo en el espejo del tocador desepciónada, mis mejillas estaban hundidas, mis pómulos afilados y mis ojos ámbar habían perdido el brillo. Hasta mí cabello oscuro parecía haber pasado por años de encierro y hambruna, estaba opacó y áspero, demasiado maltratado.

Pero no había nada que hacer con él.

Tomé mi capa granate y salí de la habitación sosteniendo la carta por enviar en mi mano.

 Baje las escaleras, tenia miedo de cruzarme con alguno de mis hermanos, ellos no estarían de acuerdo con que salga sola y mucho menos con que vaya con el oficial.

Camine con el mayor sigilo hacia el estudio de padre, abrí la puerta para dejar la carta entre las cosas por enviar. No sabía si el calor era por los nervios o la chimenea encendida del otro lado de la habitación.

Hacía días que no entraba allí y el olor a encierro y sedentarismo había empeorado con el nuevo olor a alcohol, las luces eran bajas y lastimaban mis ojos y la pila de hojas en el escritorio había crecido hasta ocultar casi toda la superficie.

Y encima, durmiente como si hubiera pasado allí toda la noche, estaba Otis.

No quise soltar ninguna palabra, me daba lástima pensar que estuvo durmiendo en una posición tan incómoda pero no podría salir si él despertaba.

Me acerqué al escritorio con sigilo, deje la carta de Aldrich encima y me dispuse a salir cuando vi otra hoja, una carta sellada, con el remitente de la familia D’ Lovego.

Le lance una mirada a Otis para comprobar que no despertó, guarde el sobre en mi bolsillo y salí del estudio cerrando la puerta detras.

Exhalé los nervios que tuve al entrar y apoye la frente en la puerta. Todo se estaba haciendo demasiado difícil para nosotros, padre debía aparecer, él sabía cómo resolver esto sin perder la cabeza.

Me aparte mirando hacia la puerta principal y luego miré la salida de servicio.

—¿Qué haces?—preguntó una voz fría y sería a mis espaldas.

Salté hacia atrás pegando la espalda a la puerta. El corazón me golpeaba con tanta fuerza que no me percaté de que solo era Silas con su cuaderno yendo al salón.

—Dios santo, Silas—apoyé mi mano sobre mí pecho para calmarme y lo mire alzar la ceja—, solo estaba mirando que Otis este bien.—Frunció las cejas sin creerme y bufé—, que esté enojada con ustedes no significa que no me preocupe, son unos idiotas pero son mis hermanos.

—Que gentil eres, hermana. Más aún luego de que nos negaras tu presencia durante la cena y el desayuno.

Apreté los labios molesta y rodé los ojos.

—¿Por qué habré negado mí presencia a ambos si lo único que hacen es ser gentiles, cordiales y caballerosos?—Alcé mi falda y le di la espalda caminando hacia la puerta.

Silas me siguió, apresurandose para llegar a mi lado.

—¿Dónde irás?.

Me detuve y lo mire con odio, por suerte en mis horas de insomnio había pensando en una buena excusa.

—Ire a buscar los vestidos que encargamos con Tía Gretel.

—Te acompaño.

—No—zanjé sin abandonar mí tono molestó—, necesito aire, espacio y tiempo lejos de ustedes.

Él retrocedió herido. Está vez si me había pasado y las palabras habían sido demasiado crudas hasta para mí.

Exhalé dejando caer los hombros y lo miré con disculpas.

—Lo lamento, pero necesito aire. Quizás esto—alce la muñeca vendada—, es tensión y estrés. Necesito...

—Lo se.—Él asintió cabizbajo con pesar y jugo con su cuaderno antes de volver a hablar.—Solo vuelve temprano, Otis no te lo dijo pero el médico enviará al psiquiatra que te evaluará hoy.

Asentí con seguridad y me volteé hacia la puerta. Olvidé por completo la visita del doctor, tenía que encontrar la manera de safarme también de ello.

Salí de la casa sin mirar dos veces a mí hermano, logré que él comprenda o que crea mi mentira, no podia arriesgarme a que insista. O peor, que Otis despierte y me obligue a quedarme.

Mire a ambos lados de la calle buscando un medio de transporte y detuve mí mirada en el hombre de cabellera rubia y ojos negros del otro lado de la calle. No vestía su habitual uniforme, estaba de traje oscuro pero informal. Era galante, sencillo y tan encantador que me costó dejar de mirarlo fijamente cuando se acercó con cautela, mirando la puerta cerrada a mis espalda.

—Señorita Cassian—llamó subiendo los escalones hasta mi puerta con una mano adelante y la otra atrás—¿Está bien?.

Abrí y cerré la boca. Hasta su voz se oía diferente, armoniosa y tan profunda.

—¿Qué paso?—mi voz fallo mientras bajaba los escalones hacia él. Aclaré mí garganta y continúe—¿Qué pasó con su uniforme?.

—No creerá que soy oficial a tiempo completo—preguntó divertido—¿O si?.

—En realidad, si—no podía quitarme el desconcierto de verlo con un traje informal—, la únicas veces que intercambiamos palabras fue en su servicio...

Él rio bajando los escalones a mí lado.

—Lo se, pero hoy me tomé el día para acompañarla.

Me detuve al llegar a la calle y lo mire, primero asombrada y luego arrepentida.

—No eran necesarias tantas molestías.

—Para nada—dijo con desden, caminando hacia una carroza a un lado de la calle y abriendo la puerta para mi—, no sin molestias. Yo... No tenía nada que hacer.

Miré la cabina sin mover los pies de la calle, indecisa entre si era o no una buena idea.

—¿Acaso tiene alguna otra idea para ir?.

Era un punto a su favor.

Miré la puerta de mí casa, si alguno de mis hermanos se asomaba a ver se le saldrían los ojos órbita, sin contar que me encerraría en mí habitación pasando la comida por debajo de la puerta.

—Bien—comencé mirándolo sostener la puerta del carruaje—, si haremos esto quiero que quede claro una cosa, oficial...

—No me llamó Oficial—interrumpió riendo—, puede llamarme Julián, o Clive si la hace sentir mejor.

—Muy bien, señor Clive—dije lo último con falsa calma—, quiero que quede claro que esto—nos señale a ambos—, tiene que ser confidencial, formal y carente de cualquier contacto físico.

Él alzó las palmas con inocencia y asintió sin abandonar su sonrisa.

—Correcto.

Exhale aliviada de dejar claro los temas que me preocupaban, sujeté mí falda y subí al cubículo del carruaje. Me senté del otro lado, cerca de la ventana, me quité y acomodé mí capa encima de mis piernas, oyendo como él también entraba y cerraba la puerta con un golpe sordo.

—Una cosa mas—comentó sonriendo con diversión—, si me haré pasar su esposo deberé llamarla por su nombre.

—¿En serio?—acomodé mí vestido para no pisarlo y asentí a regañadientes—Muy bien.

—Y deberá llamarme Julián.

Asentí y miré hacia la ventana para tener algo que hacer.

Cuando el carruje comenzó a avanzar sentí la sacudida inicial. No me sentía cómoda estando a solas con un hombre que apenas conocí sin una acompante, menos con alguien misterioso como él, pero me tranquilizaba la idea de que sea un oficial de policía.

Pasaron los primeros minutos en silencio, me preocupaba saber que íbamos a contrarnos en la santería. La última vez que estuve allí no había logrado ver mucho, la oscuridad, el aroma a incienso y la macabra voz de la mujer detrás del mostrador me habían dejado paralizada por el miedo. Pero esta vez sabía por qué iba, sabía que iba a buscar y dónde encontrarlo.

Debía ser más fácil ¿no?.

Solo íbamos, comprábamos un libro de rituales y listo.

Exhalé agotada y algo nerviosa. Tenía que encontrar a padre lo antes posible, él debía solucionar las cosas con Aldrich y Otis.

 Saqué la carta que robé de la oficina de Otis y comencé a temblar. Había ideas, malas, buenas, horrendas y más despiadadas de lo que me gustaría admitir. La acariciaba con los dedos y no podía evitar pensar en padre sosteniendo un cuchillo, robando órganos, masillando a una mujer que podría tener mí edad.

No, él no era así, no podría hacer algo así.

¿Entonces por qué huyó?.

—¿Qué es eso?—por un momento había estado tan absorta en mis miedos que olvidé que no estaba sola.

Mis dedos se cerraron sobre los bordes de la carta y un agudo dolor subió desde mí muñeca hasta mí hombro.

Era tarde y tonto ocultarlo. Él se había incliando con los codos en sus rodillas y miraba el sobre a pocos centímetros de su rostro.

Suspiré.

—Lo encontré en la oficina de padre—le di la vuelta para leer el remitente una vez más y me estremecí.

—Es de los D’ Lovego—leyó él. Asentí cabizbaja y acaricié con el dedo el broche con el símbolo de una rosa y un escudo. Era extraño pero juraría que lo había visto antes.—Ese es el escudo familiar, estaba impreso en el carruje de la otra noche.

Esta vez lo miré confundida. Yo no había logrado ver algo en aquel carruaje entre tanta oscuridad. Era imposible que él sí.

Apreté los labios con fuerza. Él no me estaba mirando pero aún así me sentí incómoda. Le estaba ocultando información, algo crucial que podría ayudarlo a resolver el caso y descubrir quién asesinaba mujeres.

Pero nada aseguraba que lo que dijera fuera real, que aquel hombre fuera el asesino.

Le había dado vuelta a la idea toda la noche, pensando, recordando, armando en mí cabeza la escena en que el hombre paso por mis espaldas era el mismo que asesino a las chicas. 

No era mí intención ocultarlo, tenía miedo, ¿Y si padre tenía algo que ver con ello?¿Y si él la había enviado a matar?.

¿En qué me convertía ocultarlo?.

—Oficial...—sus ojos se clavaron en los míos y dude de nuevo.

No sabía cómo reaccionaria por ocultarle algo tan esencial.

—Julian—corrigio.

—Si, Julian—solté lentamente, saboreando cada sílaba como si fuera yo quien escuchara el secreto. Solté una mueca y dejé caer la carta encima de mí regazo—, hay algo que no le dije del asesinato.

Se apartó cruzando los brazos sobre el pecho y recostado la espalda en el asiento con confianza y soltó aire por la nariz.

—¿Mas suposiciones?.

Negué y aparte la mirada para no sentirme tan culpable.

—La noche que asesinaron a la primera víctima—doble la esquina de la carta y me mordí el interior de la mejilla—, yo la vi pasar desde mi ventana...

Lo miré.

El desconcierto cubrió sus oscuros ojos y no pude evitar soltar aire avergonzada.

Su mirada llena de confianza, el brillo que tenía desde que me encontró caminando sola por la calle, la media sonrisa de sus labios y toda la calidez de su rostro, desapareció.

Apretó los labios en una mueca molesta y, desenredando los brazos, se enderezó con frialdad.

—¿Qué vió?.

Tragué saliva y humedecí mis labios, me estaba tratando diferente, lo noté aunque fuera un desconocido.

Volví a bajar los ojos.

—La vi a ella caminando junto a un hombre, reían y parecían algo... Pasados de copa.

—¿Esta segura de era ella?.

Llegado ese punto su rostro era indescifrable, como un oficial de policía pidiendo testimonios.

No sé por qué, pero aquello me entristeció.

Asentí.

—El hombre que iba con ella—recordé  onda apenas un susurro—, era un inmigrante, tenía acento marcado y carraspeaba. Llevaba una capa negra, oscura, y la sujetaba del brazo para caminar.

Yo deseé ser ella, me faltó decir. Cuando la ví, feliz, libre, deseé estar en su lugar y elegir, vivir, contenta de la desición de mí corazón.

Pero no lo dije, me avergonzaba pensarlo en mí envidia hacia una muerta porque aún en sus últimos momentos, antes de ser atacada, ella debió sentir felicidad, euforia.

—Correcto—zanjo él, ajeno y serio.

Suspiré y desdoble la punta de la carta.

—Creo que era el hombre que fue a la casa de mi profesor la otra noche.

—¿Cree?—su tono era irónico pero al mirarlo parecía desconfiado.

—Si—afirme y me arrepentí—, es decir, tenía un acento similar y las mismas medidas que el hombre que acompañaba a Katherine Romero esa noche...

—Muy bien—cortó gélido antes de comenzar a hablar para si mismo en voz baja—¿Entonces puede ser que la familia D’ Lovego tenga ver con el homicidio?.

Tragué saliva y me quedé quieta.

No sentía que la pregunta fuera hacia mí, de alguna forma me sentía culpable por no decirle la verdad el primer día, pero en aquel momento no pude evitar pensar en lo mal que hice. Si mí confesión ayudaba a resolver el caso, eximir a padre y a darle un descanso a aquellas mujeres era egoísta guardarmela.

Aunque no ayudará a padre, aunque solo nos perjudique, lo veía a través de otros ojos y me sentía mal conmigo.

El oficial Julián se quedó en silencio el resto del viaje, apretando la mandíbula con fuerza y mirando por la ventana con el hombro apoyado en el lateral de la cabina.

Podía comprender que se enojara o se ofendiera, pero me preocupaba que detenga el carruaje y me deje varada en quién sabe dónde. No sabría cómo volver y dudaba que mis hermanos me dejen salir luego de ir a buscarme.

Quizás sí me comunicaba con tía Gretel...

Baje la mirada al sobre en mí regazo y suspiré. Había ido a buscar a padre con la única persona que me consideraba alguien de más valor que el monetario y termine arruinando su percepción de mí.

Me detuve molesta, eso no cambiaba lo que valia, pensar en lo que no podía controlar no solucionaría nada.

Volteé la carta ignorando el sello y la rasgue desplegando la hoja doblada con unas pocas palabras escritas con tinta roja.

"Señor Cassian, el trato está hecho. Proporcionaremos la seguridad necesaria y el anonimato para que resuelva sus problemas.

Cordialmente, Florencchia D’ Lovego".


¿Florencchia D’ Lovego?¿Por qué me sonaba de algún lugar?.

El cubículo se sacudió con fuerza hacia la izquierda y casi caigo sobre el regazo de mí acompañante.

Le ardían las rodillas por el golpe pero de todas formas me levanté avergonzada, sujetándo la carta con fuerza. Sentí su mano sujetar mi muñeca lastimada en un intento de ayudarme y me aparté cuando el ardor subió por mi brazo.

—Lo siento—volvió a intentarlo sujetándome de los codos y me senté de nuevo sujetándo mí muñeca contra el pecho 

—No es nada.

Suspiré y releí las palabras escritas en papel.

Era peor de lo que imaginé. Quizás padre si tenía que ver con el homicidio y nosotros éramos cómplices.

Los dientes me castañearon cuando el carruaje se volvió a sacudir, pero esta vez él oficial Clive me sujeto del hombro con delicadeza.

—Gracias—murmuré sincera y con dolor.

Él suspiró y miró la carta.

—¿Puedo verlo?—asentí y se lo tendí cabizbaja, sujetándome de los lados para no caer y oyendo de nuevo los marineros de la zona del muelle gritar al conductor que pasaba a toda velocidad.

El sonido del agua y el olor en el aire habían cambiado, se sentía más humedad, más frío y a la vez las mejillas se me ruborizaban por lo que los hombres del otro lado de la puerta decían. No era un lugar para alguien como yo, pero siempre me había atraído la idea de conocer el mar, el agua en su inmensidad.

Solo que aquel no era el día.

Miré al oficial leer la carta varias veces y por último mirarme con las cejas hundidas.

—¿Qué significa que el trato está hecho?. 

Negué soltando aire.

—No lo sé—alguien afuera dijo algo sobre una piernas femeninas y me obligue a ignorarlo encogiendo los hombros—¿Un favor?.

—Puede ser—acordó pensando y releyendo la hoja varias veces más.

Se mostraba frío y distante.

Me incomodaba.

—¿Los D’ Lovego tiene seguridad o algo por estilo?.

—No que yo sepa—murmuró como si aquella pregunta fuera una buena idea—, pero manejan toda el área marítima.—Me miró y soltó una mueca—¿Sabrá usted si su padre tenía trabajos en los muelles?.

—¿Trabajos?—pregunté confundida.

—Si—dudo entre continuar, mirando a la ventana y luego a mi incómodo—¿contrabando, algún tráfico ilegal o... Concurrencias a tabernas de Opio?.

Negué sorprendida por sus ocurrencias. Ofenderme parecía lo más cercano pero ciertamente no me sentí así, sino confundida. No conocía a padre tan bien, ni siquiera sabía cuál era su trabajo o su cargo.

¿Cómo había llegado a buscar ayuda con los D’ Lovego?¿En qué exactamente lo ayudaban? Porque estaba segura de que era algo más que tomar notas de los avances educativos de su hija. ¿Por qué había desaparecido?¿Los D’ Lovego tenían algo que ver?¿Padre estaba en peligro?.

No podía dejar de pensar, el oficial tenía razón en varias suposiciones pero algo me decía que había más debajo de la superficie, algo que ignoraba aunque estaba frente a mis ojos.

Pero antes que comience a pensarlo el carruaje se detuvo abruptamente y volví a sacudirme.

Por fin habíamos llegado.




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