Querido Aldrich

17

Al entrar, las campanas de la puerta sonaron anunciando nuestra llegada. El olor a té no era menor que la vez anterior y la penumbra solo parecía haberse puesto peor. Había menos velas y más cortinas. Los santos que miraban desde los estantes parecían vigilarme con sus ojos saltones y enormes, con sus boca abiertas en una expresión de misterio.

—Mantengase junto a mi—susurró el oficial Clive cuando los tacones de mis zapatos resonaron en la madera del suelo.

Asentí nerviosa e incapaz de discutir y lo seguí hasta el mostrador de cristal. Nos inclinamos hacia adelante buscando al dueño y solo encontramos la silla de cuero gastado vacía.

Inhalé aire por la boca para no toser y apoye las manos enguantadas en el vidrio. En ambas esquinas habían cinco velas rojas encendidas y colocadas sobre algunas ya gastadas, ni siquiera se habían molestado en limpiar la cera vieja y está caía en gotas por los costados del mostrador. 

Me incliné para ver dentro los extraños objetos dentro y sentí la mano del oficial apoyarse en mí brazo sano.

—Cuidado, está roto—señalo una grieta en el vidrio a pocos centímetros de mí mano.

Aparte la mano y observe el vidrio sucio de nuevo. Debajo había diferentes reliquias, broches, peines, algunas plumas y cartas del tarot. Todo estaba cubierto por una fina capa de polvo y algunos pocos insectos muertos. La luz apenas dejaba ver los colores reales, pero aún detrás de tanta mugre se distinguia el valor que podrían tener. Eran oro, bronce, plata.

El oficial Clive se aclaró la garganta para anunciar que estábamos esperando y lo miré golpear los nudillos repetidamente en el mostrador. Él también estaba nervioso.

Exhalé y me volteé.

—Ire a ver los estantes.

Él asintió sin mucha convicción y estornudo.

—Lo siento—murmuró golpeando de nuevo los nudillos.

Me adentre en el resto del local intentando hacer el mayor ruido posible para que nos entiendan y comencé a ver las estatuas de los santos. Era extraño, sus ojos eran apenas unas capas de pintura, pero juraría que me seguían cada ver qué me moví por el lugar, vigilando mis movimientos, mis pasos, sabiendo que aquello era un engaño.

Eran perturbadores.

Los pasé de largo junto con el estante de nuevos frascos llenos de líquido y algo asqueroso dentro y me detuve en la biblioteca. Cuando pensé en volver no tenía en mente lo que pasaba ahí dentro, no recordé el ambiente asfixiante y mucho menos la poca visibilidad, ya queria irme.

Pase los los lomos de los primeros libros de historia Francesa con los dedos y sentí una estremecimiento de alguien llamándome. Me volteé a ver al oficial aún en su lugar, estornudando en silencio y golpeando los nudillos insistencia, y suspiré. Nadie me estaba llamando.

Había libros de Astrología, Astronomía y hasta vi uno de Historia Inglesa. No parecían ser nuevos sino usados. Acaricie los lomos del segundo estante sin encontrar nada y me detuve al ver los últimos cinco, de lomo de cuero con incrustaciones y algunas palabras en dorado, tan gastadas que apenas se lograba leer de que iban.

Saqué el primero porque la luz no me dejaba leerlo bien y pase los dedos por la palabra "Necromancia". Lo devolví al lugar y saque el segundo: "Vudú".

Aquello llamo mí atención pero al intentar abrirlo encontré un cerrojo gastado uniendo las tapas. Lo devolví, no era lo que fui a buscar. 

—¿Lo encontraste?—di un respingo que oir la voz del oficial en mí oído y casi suelto el tercero libro.

Exhale y negué sujetándome el pecho. Mí corazón latía con demasiada fuerza.

—Aun no—volteé el tercer libro y encontré una portada sin título. Abrí la primera tapa y leí las hojas secas y frágiles dela primera página: "Herbología".

Lo devolví y saque el cuarto ignorando la cercanía del oficial Clive para no estremecerme.

Dentro del local hacía calor, era casi agobiante, pero el cuerpo mismo de él emanaba una calidez reconfortantemente ajena a mí, agradable y pacífica. Sin contar que su aroma a papel y tinta me rodeaban, invitandome a acercarme más. Era como un buen libro, cálido, cómodo e intrigante.

—¿Este es?—señalo cuando volteé el cuarto tomo y ambos leímos: "Rituales Rojos".

Asentí y abrace el libro contra mi pecho.

Ya teníamos los que fuimos buscar, no envía la hora de pagar y salir lo más rápido que mis incómodos zapatos me lo permitan.

Pero aún no aparecía nadie en el mostrador y la luz de las velas parecían menguar cada ciertos segundos. Quizás eran paranoias mías pero todo parecía más oscuro, más tenebroso y asfixiante. El calor me hacía sudar bajo la capa y el vestido de invierno.

El oficial camino de nuevo hasta allí y se inclinó dentro del espacio de pago elevando la voz.

—Disculpe, hay alguien...

Y de repente, una voz femenina apareció a pocos metros de mí.

—Los estaba esperando.

 Me volteé hacia el espacio entre los estantes, dónde la cortina roja ocultaba una improvisada puerta, y mire a la misma mujer de antes asomando la cabeza con el rostro serio y los ojos de gato delineados. Su pañuelo había desaparecido y el cabello salvaje y rizado caía sobre su espaldas hasta más abajo de sus caderas.

Seguía siendo hermosa de una manera macabra, y eso que ya no tenía los labios negros.

—Yo...eh—le lance una mirada al oficial Clive y retrocedí unos pasos tragando saliva.

—Disculpe—dijo él clarandose la garganta, también lo tomo desprevenido la mujer—, queríamos comprar este libro.

Ella nos ignoró volteándose hacia el hueco de la cortina e hizo señas con la mano.

—Pasen.

Parpadeé varias veces para quitarme el humo de la vela de los ojos y mire en dirección al oficial Clive. No parecía gustarle la idea de meternos en una habitación desconocida con un mujer extraña, no dejaba de mirar la cortina por dónde ella se había ido con desconfianza y los labios apretados, pero no teníamos más opción. Y se lo hice saber con una mirada. Si nos íbamos del local sin el libro estaríamos como en el principio, teníamos que seguirle la corriente a la mujer.

Exhaló y asintió levantamente antes de avanzar primero y poner su mano a una distancia respetable de mí, advirtiendome por si sucedía algo. Tomó la cortina, la apartó y paso sosteniéndola para que lo siga.

Del otro lado estaba más iluminado que en la parte principal del local. Era una habitación circular con pocos muebles, cajoneras o diminutos armarios gastados, y encima de ellos había velas rojas encendidas. Pero aquello no era la fuente principal de luz sino el enorme velador que colgaba del techo en medio de la habitación, justo encima de la mesa redonda con el mantel verde oscuro.

Allí también había velas, pero también diferentes objetos dispuestos alrededor de una bandeja con té y peculiares tazas.

La mujer estaba parada del otro lado de la mesa con el rostro inexpresivo y las palmas puestas encima de la mesa. Su cabello largo colgaba peligrosamente cerca de las velas y su vestido, ajustado en el torzo y suelto en las piernas, era voluminoso y apenas tocaba el suelo.

—Sientense—indicó señalando las dos sillas frente a ella.

—En realidad, estamos acá para comprar el libro—indiqué señalando el tomo contra mí pecho.

—Lo se—ella se sentó en un sillón de respaldo alto y elegante y nos señaló los asientos de nuevo—, siéntense y se los vendo. 

El oficial Clive me lanzo una mirada y avanzamos a la vez, sentandonos con cautela.

El espacio era reducido, mí falda apenas me dejaba espacio para moverme la rodilla del oficial rozaba inapropiadamente la mía, pero no dijimos nada. Ni siquiera nos movimos.

—Muy bien—comenzó la mujer—, díganme sus nombres—, nos miramos o obedecimos—, ahora denme sus manos.

—No comprendo—dijo el oficial—¿Para que?.

—Debo hacerles una lectura.

Negué confundida.

—¿Y si nos vende el libro y ya?.

—¿Acaso no te gustaría saber quien es tu progenitor?.

—¿Y leyendo su mano lo sabrá?—indago el oficial con una ceja alzada.

—Si—dijo ella con simpleza, ganándose una mirada fruncida por parte del oficial. Extendió la mano hacia nosotros nosotros e insistió—, me permiten. 

Estiré la mano hacia ella y el oficial me detuvo poniendo la suya sobre la mía. Una corriente se extendió por mí brazo al sentir su calor y me obligue a no apartarme.

Lo miré ruborizadas, pero él se fijaba en la mujer del otro lado de la mesa. 

—Primero quiero saber su nombre.

Ella bufó y rodó los ojos con exasperacion.

—Mi nombre es Amatista—un tono extranjero tiño su voz—, soy del sur de Brasil. Llegué a los nueve años en un bote junto a mis padres desde Francia junto con una familia con dos niñas y un bebe—le lanzó una mirada al oficial—¿Contento?—movio los dedos con insistencia—¿Puede darme su mano?.

Él frunció el ceño molesto y apartó su mano de la mía para ponerla encima de la de ella. Lo imité con mis propias reservas y miré alrededor.

Yo nunca creí en todo esa de las adivinaciónes y el estorismo, padre siempre dijo que aquello que estaba fuera de nuestra comprensión era porque estaba fuera de nuestra atención. Y quizás tenía razón, las cosas lograban siempre tener una explicación lógica, solo había que buscarla con una lupa, pero tenía que admitir que todo ese circo armado, las velas, la mesa, hasta las cartas de tarot y la vajilla, daban un aire místico.

La mujer, Amatista, aparentaba al menos unos treinta años, llevaba los ojos pintados de negro y el vestido rojo parecía tan arrugado que dudaba que no haya dormido con el. Sus uñas en mí mano eran extrañamente largas y sus dedos contenían diferentes cicatrices, cortes y arrugas.

—Entonces—comencé con impaciencia—¿Quién es mi padre?.

—Su padre—murmuro ella con los ojos cerrados. Le lance una mirada al hombre junto a mi y casi sonreí al ver sus ojos nerviosos. Los ojos de la mujer se abrieron y en vez de mirarme a mí de enfocó en el oficial—, lamento mucho su pérdida.

Él pareció perder todo el color de su rostro.

—¿Qué?—pregunté asombrada.

—Ella quería que usted sepa que no sufrió—continuo la mujer. Él quiso apartar la mano, sus ojos estaban tan abiertos que parecían a punto de salirse de su cabeza—, no estaba con ella pero pensó en usted hasta su último aliento.

—No es cierto—murmuró él negando sin creerlo mientras luchaba por liberar su mano.

Abrí la boca y volví a cerrarla, incapaz de hablar de hablar.

El oficial Clive parecía tan afectado que quise tocar su hombro para darle tranquilidad.

—Sabe que la extraña pero debe buscar a alguien que lo haga feliz, debe...—Amatista tenía los ojos cerrados y hablaba con voz neutra y monótona, parecía estar en trance.

Apreté los labios, el oficial buscaba liberarse con desesperación, cada vez estaba más pálido, así que apoyé la mano libre sobre la de ellos y la mujer se detuvo abruptamente.

—Solo queremos comprar el libro—gruñí amenazante, golpeando el libro contra la mesa.

El oficial Clive me miró asombrado y agradecido, y exhaló aire.

—El libro no los ayudará—murmuró la mujer abriendo los ojos con enfado. Hizo una mueca y apartó las manos estirandose para tomar la tetera y servir en las tres tazas—, lo que ustedes buscan está su casa.

Con el oficial nos miramos sin comprender y luego a las tazas que la mujer ponía frente a nosotros.

—¿En mi casa?.

—¿Sabe usted que una taza de té dice más de una persona que su vestimenta?.

Chasquee la lengua con frustración.

—¿Por qué es usted tan evasiva?.

—¿Por qué buscan ustedes respuestas en una santería si no creen en los misterios del más allá?.

—Por entendimiento—respondió el hombre a mi lado, intentando reponerse de lo que acababa de pasar.

Amatista nos miró con desdén y bufó señalandonos las tazas.

—Quieren ayuda, tomen el té.

La miré con genuina molestia y tome la taza con un suspiro, pero antes que lo beba el oficial tomo mi muñeca. 

—¿Qué contiene?.

Ella todo los ojos con exasperacion y miró la tetera sacándole la tapa para poder ver su contenido.

—Enebro, canela y algo de menta.

Él me miró para comprobar que estábamos de acuerdo con seguir y asentí. No sabía de qué se trataba todo pero necesitabamos el libro.

—Bien—apartó su mano de la mia y exhaló antes de tomar su taza—, pero luego nos venderá el libro.

Bebimos el té en silencio, tensos, frustrados y con cierta preocupación que no sabía hacia donde iba dirigida. En primer lugar estaba Julián Clive, el oficial, quien a pesar de que era un desconocido tenía cierto aprecio y agrado por él. Luego estaban mis hermanos, ella había dicho que había algo en mí casa, el lugar donde ellos estaban en ese momento. Y por último estaba mi padre que no entendía que había hecho pero sabía que no era bueno.

No creía en lo paranormal, me había criado pensando en las entidades como cosas explicarles, pero debía admitir que me causaba escalofríos estar allí con Amatista mirándo fijamente mí muñeca vendada.

La oculté en mi regazo reprimiendo el dolor que se encendía en mí brazo. Tragué más té y lance una mirada al oficial. Titubeaba, parecía no estar bebiendo pero fingía si hacerlo inclinando la taza sobre su boca.

Sorbió y dejó la taza en la mesa.

Lo imité moviéndome más de la cuenta y el dolor de mí brazo se intensificó.

—¿Estás bien?—pregunto él.

Cerré los ojos. Me sentía algo mareada pero podría ser efecto de las velas o la oscuridad.

Asentí y enfoque le mirada en la mujer frente a nosotros.

—Bien, ¿Qué tiene para decirnos?.

—¿Qué tienen ustedes para decirme?—corrigio ella estirandose hacia las tazas, tomándolas y acercandolas a la luz.—Oh, ustede si que es especial.

—¿Especial?—pregunté cauta.

—Usted sabe de eso—continuo con voz suave e ipnotizante—, lo vive todos los días.

El oficial Clive se adelantó en la silla haciendo ruido para llamar la atención y humedecí mis labios. De repente tenía sed, un poco más de té no me haría mal.

Él apoyo un codo sobre la mesa, girándose para mirarnos a ambas de hito en hito.

—¿A qué se refiere?.

—Yo... No lo se—quice negas pero mí visión comenzó a fallar, nublandose. Dentro de la habitación hacia demasiado calor, necesitaba frío, aire y espacio.

Sentí algo áspero y cálido en mi mano mano y gire la cabeza somnolientamente hacia mí regazo. Sentía dolor pero parecía como si estuviera en un sueño, una pesadilla.

La mano del oficial estaba sobre mí brazo, no sobre mí mano, y al alzar la mirada parecía muy preocupado. Por fin lograba comprender algo en su mirada tan profunda y oscura. Era gratificante saber que podría sentir, me había culpado en el carruaje cuando confesé que me oculte información, se había molestado.

¿Qué me sucedía?.

—Quizas debamos irnos—cuando hablo su rostro pareció desfigurarse alargandose y moviéndose levantamente.

—No, necesitamos el libro—negué apretando los dientes y toqué el lomo del libro enfáticamente. Miré a Amatista—, si tiene algo que decirnos acerca de lo que buscamos debe que decirlo.

Él parecía muy nervioso y angustiado cuando me miraba pero al verla a ella su rostro cambiaba. No logré identificar su emoción pero supe que su mano no se apartó de mi brazo por qué casi caigo de mi asiento.

—Señorita...

—Tengo algo para ustedes—dijo la mujer examinando la taza de dónde yo había bebido con los ojos entonados—, aunque no se que tanto les servirá.

—Hable—exigí, aunque no se si mí voz salió realmente.

—Bien—ella dejó la taza sobre la mesa y nos miró con un halo misterioso y perturbador—. Busquen debajo del agua lejos del muelle, donde el hombre de piedra toca a la luna y las luciérnagas festejan congeladas. Solo tienen unos días, luego ambos deberán elegir.—Se enfocó en el oficial y sus ojos se tornaron tristes—, en serio lo lamentamos.

Me levanté furiosa y mareada, sentía los pies volar como burbujas de jabón y la cabeza llena de algodón. Apenas podía pensar con claridad pero estaba segura de poder identificar mí emociones como amargas y furiosas. 

Ella me miró, apretó los labios unos segundos y, cuando abrió la boca, la cortina detrás de nosotros también se abrió.

¿O que diabos está acontecendo aqui?.

—Ruby—dijo la mujer frente a nosotros. Hizo una mueca y comenzó a guardar las tazas y el té—, la sesion termino, váyanse.

—Quiero el libro—exigí antes que la voz de la nueva persona vuelva a hablar, esta vez en nuestro idioma.

—Señor, señora, lamentó esto—caminó hacia la mesa donde estábamos y dejó ver un rostro exactamente igual al de Amatista. Solo que este lo reconocía, era la mujer que me atendio la primera vez que fui al local, Ruby.—Mi hermana es impulsiva y tiene ciertos problemas, no queríamos causarles miedo ni nada.

—Por favor, no le digan a las autoridades que somos gitanos—bufó Amatista con desagrado y sarcasmo—, nos totrutatan y castigarán por algo que no hicimos.

La mujer que recogía las cosas de la mesa le lanzó una mirada de odio.

Cale a boca.—Nos miró y sonrió apenada—, en serio lo lamentó.

—No es nada—el oficial se apresuró a levantarse ayudándome a mí también a ponerme en pie sosteniéndome y exhaló. Yo ya no podía hablar, apenas podía mover la cabeza o mirar alrededor, pero capte una fotografia en una de las repisas a espaldas de la mujer que me heló la sangre. El oficial tomo el libro de encima de la mesa—, queríamos comprar este libro.

—Oh, claro—tomo la bandeja con la tetera y las tazas y nos hizo señas—, acompañenme.

El oficial me ayudó a voltearme sujetándome con fuerza, pero antes de salir de la extraña habitación mire hacia atrás por encima de su hombro percatándome de que Amatista ya no estaba y le señale la fotografía en la repisa.

Él la miró, abrió mucho los ojos y termino por asentir sujetándome y sacándome del lugar.




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