Querido Aldrich

23

A la mañana siguiente baje las escaleras más entusiasmada que nunca, en mis manos sostenía el libro de rituales y en mí rostro había una sonrisa determinada que no había forma de quitármelas.

Había pasado la noche entera, o lo que quedaba, repitiendo en mí cabeza las cualidades que Julián había dicho de mi. Me llenaban de orgullo, de valor, inflaban mí pecho con más que aire y aunque quisiera no podía dejar de sonreír.

Salté el último escalón haciendo más ruido del permitido y comencé a caminar hacia el salón con ligereza. Ese iba a ser un buen día, a pesar de haber dormido poco y tener un punzante dolor detrás de los ojos, el dolor de mi muñeca había disminuído y tenía una idea sólida de lo que pudo pasar con los asesinatos. Solo necesitaba hablar con Julian y poner ideas en orden, la noche entera no había sido suficiente pero de todas formas...

Disminuí el paso al oír la extraña conversación entre dos hombres dentro del salón y agudice el oído acercándome lentamente.

La primera voz era de Silas, tranquilo, divertido y lejos de su estado constante de suspicacia. Sentí una punzada extraña de desconfiada. La segunda no parecía la voz de padre o de alguien que yo conociera, se oía elegante y divertido, no parecía el tono de voz de quién da malas noticias sino de una visita, y parecía muy confiado por haber entrado en nuestra casa.

Nosotros no teníamos permitido invitar a nadie a la casa, padre nunca permitió las visitas, ni siquiera de familiares.

Me acerque sigilosamente y apoye las manos en la pared, quedando completamente cubierta por la segunda puerta que daba al salón, incliné un poco la cabeza y miré dentro.

—No es posible que me enterará de aquello, las cartas se tomaban tiempo en llegar y su padre no es muy habido de las conversaciones—la voz desconocida soltó una risita a la par que Silas y no pude evitar sentir un escalofrío al ver su rostro fingir.

Pero lo ignoré y mire al otro hombre en el sillón frente a él. No parecía mucho mayor que alguno de mis hermanos, quizás cuatro o cinco años más que yo, tenía el cabello de un rubio oscuro parecido a la ceniza de una chimenea y la pieza pálida bien cuidada. Llevaba un traje rojo sangre con una camisa negra debajo, alta hasta la mitad del cuello, y varios anillos en los dedos de ambas manos. Sonreía algo ruborizado y la posición de su cuerpo dejaba en claro su incomodidad a pesar de su risa.

—¿Entonces mi padre no le aviso de su ausencia?—indago Silas con cuidado de no sonar ansioso.

Contuve la respiración. Si él sabía algo nos dejaba a nosotros completamente desorientados ¿Por qué padre le diría a una mafiosa de su paradero y no a sus hijos? Y, lo que venía pensando hace días: ¿Qué hizo que padre huyera de esa forma tan espontánea?.

—Claro que no—dijo el otro hombre, serio—, de haber sabido hubiera aplazado mí visita. No creo oportuno que ustedes me reciban estando en su situación.

Me aleje para no quedar a la vista y volví a mirar al hombre con más curioso que antes. ¿Recibirlo?¿Padre quiso recibirlo en la casa? No tenía sentido.

Fruncí el ceño con desagrado y él se acómodo en el sillón de manera que solo lograba ver su espalda y la parte trasera de su cabeza.

—¿Entonces usted que sugiere?—preguntó Silas.

El hombre suspiro, se acaricio el mentón y giro la cabeza hacia la única ventana en el salón. Era extraño, desde ese punto de veía mucho más joven y serio, no tanto como un hombre mayor y relajado.

Pasaron unos segundos en completo silenció, el fuego crepitaba en la chimenea como el único ruido, y luego el hombre giro la cabeza hacia mí hermano.

—Paciencia—murmuró transformando su rostro a la tranquilidad pura—, todo irá bien si confías en Dios.

Me aparté de la puerta, desconcertada y solté una mueca. ¿De que demonios estaban hablando? Por qué de repente las ideas que venían a mí mente eran descabelladas y un poco ridículas. ¿Dios? Es decir, conocía las religiones y sus creencias pero jamás habla visto a alguien cambiar el rostro de esa forma y decir algo tan serio. Como si realmente creyera en lo que dice.

Intente inclinarme para volver a espiar, aquel hombre de Dios me causaba un tipo de curiosidad asombrosa, pero de repente una mano tocó mí hombro.

—Es fantástica la fé ¿No?.—Casi grito del susto, luego de la noche anterior no quería saber nada con sorpresas, pero Otis apareció a mí lado con una mueca molesta y se inclinó a espiar a mí lado.—¿Puedo saber cuál es el motivo de que anfitriona se levante a horas de almorzar?.

Exhalé.

—No encontraba que ponerme.

Él se apartó y me miró escéptico.

—Muriel, ese vestido es horrible y viejo ¿Qué paso con los que encargaste antes que padre desaparezca?.

—No estaban listos—mentí ofendida, realmente no tengo idea de que pasó con esos vestidos—, debía ir a buscarlos hoy por la tarde pero al aparecer tenemos visitas ¿Quién es ese hombre?.

Otis suspiró profundamente y nos inclinamos a ver nuevamente al hombre.

—Ese es Aldrich Cyrus—respondió con monotonía, ajeno a mí escalofrío—, llego temprano por la mañana y con Silas nos turnamos para entretenerlo.

—¿Qué?.

Me aparté de la puerta, asombrada y completamente helada, antes que él se giré hacia mi con curiosidad.

—¿Qué sucede?.

—Dijiste que se llamaba Aldrich Cyrus—de repente mí boca se sentía extrañamente seca.

—Si, un compañero de negocios de padre. Vino a verlo y se llevó una enorme sorpresa al no encontrarlo.

—¿Y por qué no se fue?.

—No lo sé—Otis encogió los hombros y paso a girarse de nuevo hacia el salón.

Oh dios, un hombre creyente se encontraba sentado en el sillón de nuestro salón y nadie sabía que venía por mí. 

Necesitaba hacer tiempo. ¿Para que? No lo sé, pero en ese momento quería estar a miles de kilómetros de distancia.

Exhalé de nuevo, necesitaba pensar, huir ¿Pero cómo haría que mis hermanos crean otra de mis mentiras?.

Apreté los labios, quizás si...

De repente la puerta a nuestro lado se entre abrió y nosotros nos apartamos  hasta el otro lado del pasillo, aterrados de ser descubiertos.

—¿Puedo saber que hacen aquí en vez de acercarce?—estallo Silas susurrando y señalando al hombre en el sillón que parecía ignorar que nosotros tres discutíamos a pocos metros. Cerró la puerta y me fulmino con la mirasa—¿Sabes lo difícil que es sacar tema de conversación con un desconocido?.

—¿Y quieres que yo vaya a hacerlo?—chille susurrando. Negué—No estoy preparada, no quiero ver a ese hombre.

—Muriel—intervino Otis, cansado—, es un amigo de padre, no tienes que hacer nada más que saludarlo pero cortesía, él está parando en otra casa y vino de visita.

Le lance una mirada furiosa antes de alejarme y señalar la puerta con el dedo.

—Ese hombre es mí prometido.

El desconcierto cruzo el rostro de ambos como si les hubiera dado una bofetada y por segundos no lograron hacer más que abrir y cerrar la boca, quizás hasta parpadear pero fue tan lento y poco que no lo percibí.

—¿Qué?—tartamudeo Otis, pálido.

—Aldrich Cyrus es el hombre que me estuvo enviando cartas—expliqué tomando a ambos del codo y tirando de rllos hasta el estudio de padre. Entramos y cerré la puerta para tener más privacidad, aquel lugar olía horrible pero no venía al tema.—Hace unas semanas me llegó correspondencia que decía que padre aprobó un matrimonio entre nosotros, padre lo confirmo, el señor Aldrich Cyrus estuvo enviando cartas para mi...

—¿Casarte?—por alguna razón esa fue la única palabra que logro salir de la boca de Otis.

Asentí.

—¿Pero, no tiene que estar padre para esto?—preguntó Silas frunciendo el ceño.

—No lo sé.—Negué desentendida, aquella era una buena excusa.—Pero no podemos estar distrayendonos con un desconocido cuando padre está perdido.

Otis colocó la mano en su mentón, era el único que pensaba con suficiente lógica y raciocinio, solo hacia falta que lo haga entrar en razón.

—Si padre está en peligro no podemos abocarnos a otra cosa—excuse casi como una súplica.

—Pero sí fueron sus órdenes—comenzo Silas, mirando el suelo y golpeando con los dedos su cuaderno de cuero—, no podemos simplemente echar al señor Cyrus.

Le lance una mirada desesperada.

—Pero sería justo que estuviera al tanto de todo. Otis, no podemos.

Silas y yo miramos a Otis con duda, su veredicto era el final, y una parte de mí quería arrodillarse y suplicarle, pero en el momento en que abrió la boca para responder varios golpes dieron contra la puerta.

—Señores—aquella era la voz de Aldrich, la reconocía como huelo frío en mí cuello—, hay oficiales de policía en la puerta tocando con insistencia.

Contuve la respiración sin saber a quien mirar y Silas abrio la puerta con firmeza y confianza sin mediar más palabras.

—Si, lo lamento—hizo que el señor Cyrus se apartara para pasar hacia el pasillo y luego desapareció en dirección a la puerta principal. Oí como se abría y luego:—¿Si? Oficial, que se le ofrece.

Apenas preste atención a la voz del oficial, eran dos al parecer, y se oían arrepentidos, pero no logré oír por qué. Solo supe una cosa, ninguno era Julián, y de alguna forma eso me alivio y desepciono de iguales maneras.

Mientras, Otis permanecía a mí lado con la mirada pérdida en el suelo, impasible. Y el señor Aldrich Cyrus, que se había percatado de mí presencia en el momento que la puerta se abrió, me miraba fijamente y con la boca semi abierta con asombro y algo más, algo que hacía enrojecer sus mejillas.

No quise hablar, no me atrevía a mediar palabras con él sabiendo que estaba de acuerdo con nuestro compromiso. No quería pensar que solo me querría porque era una moneda de cambió para mí padre por qué yo, como dijo Julián y como me probé a mí misma, valía más que un simple negocio.

Me aparte enfurecida y alce el mentón con orgullo, hasta que padre no vuelva me negaba a aceptar algo como desición final, quería oírlo a él, sus palabras, su voz rotunda luego de que lo encuentre y le pruebe mi valor.

—Claro, ahora vengo—la voz de Silas volvió a llamar de nuevo mí atención y no pude evitar girarme hacia la puerta con ansiedad por la noticia.

—¿Qué sucede?.

 Silas volvió al estudio pálido como papel y temblando, comenzó a buscar un abrigo entre las cosas de Otis y guardo el cuaderno en el bolsillo del interior y se giró hacia mí con temor en los ojos.

—Es padre—dijo por lo bajo—, falleció.

Negué. No podía ser, él no podía haber muerto por qué sino no tendría opción. No tendría salida.




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