Querido Aldrich

24

—Muriel, tu quédate.

—Pero...—seguí a Silas y a Otis hasta la puerta donde ambos oficiales esperaban con paciencia—¿Por qué?.

Otis no hablaba, su boca era una fina línea pensativa que acompañaba a su ceño fruncido mientras colocaba sobre sus hombros el saco rojo que suplantaba al habitual que yo le había robado, pero Silas parecía algo nervioso e inquieto mientras se terminaba de abrochar el abrigo le pertenecía a padre.

—Por que una morgue no es el lugar para una dama—gruño deteniéndose.

—Eso no tiene sentido, él es mí padre.

—Muriel, no discutiré contigo ahora, te quedas.—Se volteó con el ceño fruncido e indicó a los oficiales que salieran para escoltarlos con un movimiento de mano.

—Otis...—llame en vano, él estaba en un estado extraído de la situación y solo se dejaba llevar por Silas como un simple muñeco.

Ambos salieron a pesar de mis protestas y reclamos, me ignoraban, bufaba y terminaron por ordenarme cual perro quedarme en la casa. Y lo peor no fue la ira que hervía dentro mí estómago por dejarme fuera una vez más de los asuntos, sino que ignoraban que aquello me preocupaba. Padre, el hombre que nos crío, aquel que nos educó y protegió, también me importaba y pensar en perderlo se me hacía inconsebible. ¿Por qué simplemente no podía ir con ellos?¿Por qué tendrían que mantenerme escondida?¿Por qué creían que no lo soportaría?.

Me volteé decidida a tomar el primer carruaje a la morgue forense y me detuve asombrada de ver a nuestro visitante aún allí.

Lo había olvidado.

—Disculpe—comenzó el señor Cyrus, aclarándose la garganta con nerviosismo—, lamento su situa...

Una idea iluminó mi mente y dejé de escuchar lo que me decía mientras lo miraba y evaluaba su aspecto. No tenía los zapatos sucios, no parecía sudado y mucho menos despeinado, si se codeaba con padre tenía que ser de clase alta. Su tez clara decía que no veía mucho la luz del sol y sus labios parecían enrojecido y húmedos, no tenía carencias.

—Disculpe, señor—lo interrumpí con demasiada cortesía—¿Usted tiene carruaje?.

Él me miró sin comprender, parpadeo varias veces y asintió, encogiendo los hombros con obviedad.

—Claro.

Di un paso hacia él, ansiosa de irme.

—¿Sería tan amable de prestarmelo para ir a la morgue?.

—No creo que sea prudente—dijo, bajando los ojos al suelo.

Si aquel no fuera el hombre que me desposaria y mí unica salida, no perdería el tiempo en ser amable, ni siquiera perdería el tiempo. Pero ciertamente teníamos poco, padre debía estar en la morgue de Ness por ser la que trabajaba con la policía y mis hermanos estaban en camino, si quería llegar antes debía tomar un atajo y aún así debía apresurarme.

Me mordí el labio con fuerza, mire la puerta por donde podría salir a buscar un vehículo por mí cuenta y tardarme toda la tarde, y luego miré al señor Cyrus con cierto sentimiento de impotencia.

Exhalé.

Aquello tomaría tiempo.

—Lo siento, no me presenté como es debido—di un paso hacia él con la mano extendida y lo miré estudiar mi gesto con curiosidad—, soy Muriel Heather Cassian.

Sorprendido, se acomodo el saco, las mangas, aliso la pechera de su camisa y plantó una sonrisa amable en sus labios antes de tomar mi mano con delicadeza y plantar un suave beso.

—Un gusto—me miró—, soy Aldrich Gregory Cyrus Berlusconi.

—¿Berlusconi?—pregunté sin pensar—¿Cómo?¿De Italia?.

Él me soltó, se aparto unos pasos, serio y orgulloso, y asintió confundido.

—Exacto, mi madre era de sangre Italiana y mi padre un Americano inmigrante.

Asentí y tome toda mí fuerza de voluntad para no detenerme a pensar en ello. Padre me necesitaba, debía ir con él, luego podría resolver lo que sea que significará dos apellidos Italianos relacionado con mi padre. No era común, es decir la gente con poder tendía a quedarse en su territorio.

—Que encantador.—Forcé una sonrisa que desvanecí lentamente luego de unos segundos, inclinando la cabeza— Pero ciertamente no me siento con ánimos de conversar o tomar un té.

—Si, lo siento. Solo venía a saludar y a...—se aclaró la garganta—Conocerla, pero veo que se encuentra en una situación trágica.

Suspiré con pesadez.

—Si.

—Quizás debería irme—no me moví—. Si necesita algo, cualquier cosa, no dude en pedírmelo.

Lo miré con obvio entusiasmo.

—De hecho sí puede ayudarme ¿Por favor, podría prestarme su vehículo para ir a ver a mí padre?.

—Señorita—cuando comenzó a hablarme con aquel tono maduro y  autoritario falsamente cubierto de encantó sentí ganas de gritar—, un hospital de personas fallecidas no es un lugar presentables para una dama.

¿Personas fallecidas?.

—Es que no lo entiende—supliqué—, yo ya estuve allí...

—¿Ah sí?—pregunto con asombro.

—Si, y necesito imperativamente que me ayude a llegar antes que mis hermanos.

—¿Por qué...?—se detuvo, apretó los labios y se acomodo el saco de nuevo—Quiero decir, no, lo lamento.

—Señor Cyrus, usted desea cortejarme ¿No es así?—asintió—Bien, la peor manera de cortejar a una dama es no hacer lo que le pide y le suplico, por favor, que me preste su vehículo.

—¿En serio?.

—Si una dama le pide amablemente que la ayude a ir a una morgue usted debe aceptar sin dudar—bromee con dulzura y suavidad—, puede ser de vida o muerte.

Él me miró unos segundos, en sus ojos ya veía como su idea cambiaba y la sonrisa de ternura y asombro se asomaba por su rostro. Dudo pensando si era una buena idea y no dude en parpadear con lentitud tranquila y confiada, pensando en como mí rostro tendría que reflejar seguridad y feminidad. Él debía verme bonita, tranquila y frágil, justo como todos pensaban que era.

Aldrich termino por asentir con un suspiro y dejar caer las manos a cada lado del cuerpo con cansancio. Para él, lo que yo decía tenía sentido.

—Pero permítame acompañarla.

Eso no era buena idea, me vigilarla, pero no tenía más opciones y el tiempo se agotaba. Asentí, me volteé para tomar un abrigo negro, el más elegante y femenino que tenía, y espere al señor Cyrus junto a la puerta.

Él se veía claramente inquieto y preocupado cuando salimos, llamo al coche con un alzar manos y luego me preguntó dónde ir en voz baja.

Lo ignoré, no era un tema a resolverlo en ese momento.

Llegar antes que mis hermanos sería un milagro, pero recordé el camino que hicimos cuando Julián me llevo por mí muñeca, parecía ser más corto.

Le indique dónde ir y, con un suspiro y algunas reservas, me subí en su carruaje.

. . .

Cuando llegamos me di cuenta de cuan extraño había sido todo, como la noche anterior me había metido con un hombre sin saber sus verdaderas intenciones y está vez estaba muy segura de no tener escapatoria.

Aldrich Cyrus parecía ser un hombre respetable, un caballero, no un pirata, pero había algo en él que me hacía desconfiar. Quizás su manera tan transparente de expresarse, quizás el constante ceño hundido en su frente, o tal vez sus inquietas manos que no dejaban de ir y venir por su saco, acomodando lo y sacando cada diminuta arruga. Tenía trastornos compulsivos, vi a padre y a Otis hacer lo mismo.

Y aquella familiaridad era la que me causaba más desconfianza.

Cuando el carruaje se detuvo en nuestro destino me lance hacia la puerta con demasiado apremio y salir dando tropicones con los diminutos escalones, corrí hacia las escaleras cubiertas con nieve y luego a la puerta verde que se abrió cuando di el primer golpe.

El rostro de Julián Clive apareció frente a mí con los ojos muy abiertos por la sorpresa, no llevaba uniforme pero tampoco iba vestido con traje, llevaba una simple camisa azul oscuro que le quedaba a la perfección y un pantalón negro con chaleco abierto a juego.

—Hola—soltó con suavidad.

—Hola—me temblaban las piernas, pero no estaba segura de si era el frío o el recuerdo de nuestro beso por la noche—, mí padre...

—Si—parpadeo varias veces, él debía estar pensando en lo mismo, y luego se apartó para dejarme espacio en la puerta—, pase, Ness estaba esperando a sus hermanos pero...

—¿Mis hermanos aún no llegan?.

Busqué a ambos en el vestíbulo y me detuve asombrada al ver qué ninguno de ellos había llegado aún.

Él negó y luego frunció el ceño mirándome con renuente curiosidad.

—¿Exactamente, cómo fue que llegó hasta aquí?.

Ni siquiera me moleste en ocultar aquella diminuta sonrisa que tiraba de mis labios cuando lo veía y recordaba sus halagos la noche anterior.

Suspiró, y se giró hacia mí, estaba a punto de decirme algo, cuando alguien más apareció bajando las escaleras a las corridas.

—¡Muriel!—llamo Ness.

—Señorita Cassian—el señor Aldrich Cyrus apareció a mis espaldas alisando nuevamente su saco.

Me giré hacia él.

—Señor Cyrus, muchas gracias—incliné la cabeza—, fue muy amable de su parte.

—No fue nada, la acompañó—caminó hacia mí y miró a Julián, estudiándolo antes de tenderle la mano—Aldrich Cyrus.

—Julian Clive—correspondió Julián.

—Ines Clive—gruño la mujer entrando en nuestro círculo con molestia y sacudiendo la mano del señor Cyrus cuando esté se la tendió. Él la miró asombrado por su falta de modales y luego a mí, pero ella lo ignoró—¿Muriel, me acompañas, por favor?.

El momento de la verdad.

Asentí inflando el pecho y me volteé hacia las escaleras. Aldrich hizo ademán de decir algo, pude sentir como abría la boca, pero por alguna razón se detuvo.

Me sentí mal de haberlo traído, así que al llegar a las escaleras junto a Julián y Ness, me volteé hacia él.

—Espere aquí, por favor, en un momento...

Él asintió.

—Tranquila, la esperaré.

Asentí con agrado y volví a las escaleras. Sentía que cada escalón era en realidad un pedazo más de mí corazón arrancado, padre podría estar en una de esas habitaciones, recostado sobre una camilla, y no dejaba de pensar en lo que ello podría significar.

La señora D’Lovego dijo que lo protegería, tenía su carta escrita y firmada por su mano confirmando un posible acuerdo ¿Entonces que hacía yo ahí?¿Por qué estaba tan aterrada?¿Por qué padre había fallecido?.

Llegamos al final de las escaleras y ya no pude detener la corriente de pensamientos que bullian en mí cabeza, sentía tanto temor, tanto pánico por qué aquello fuera real, que no lograba pensar en otra cosa que en dar un paso frente al otro.

Una mano tomo la mía y me giré hacia Julián parado a mí lado.

—¿Estás bien?—preguntó preocupado, la oscuridad de sus ojos se había profundizado de manera peligrosa.

—No lo sé—admití con un nudo enorme y asfixiante en medio del pecho.

Si padre estaba ahí dentro no sabría que más hacer, no tenía idea de cómo seguir o que pasaría. Si padre había muerto significaba que existía el peligro, el dolor, la soledad y la tristeza. No quería que padre este muerto.

—Jules—llamó impaciente Ness desde la puerta en el pasillo. Ambos nos giramos hacia ella, mí corazón golpeaba con fuerza contra mí pecho por los nervios del momento. Ella nos estaba mirando, tan cerca, tan íntimos.

Me aparte, incómoda.

—¿Lista?—preguntó ella. No respondí, sentía náuseas. Miró al hombre a mí lado y le lanzó una mirada de advertencia.

—Si, lo se—suspiro él—, no puedo entrar, pero la espero aquí afuera si quiere.

—Por favor—murmuré con súplica. Él asintió compasivo y se apartó.

Asentí varias veces para armarme de valor y me contuve de pedirle que me acompañe, no quería que me viera. No quería pensar en mis reacciones, no quería decepcionarlo cuando no viera era chica valiente, audaz e inteligente.

Le di la espaldas para armarme de un poco de valor y, temblando, caminé hacia Ness que me esperaba junto a la puerta abierta.

Entre mirando al suelo, apenas lograba controlar los temblores, dar un paso suponía un esfuerzo monumental y los dolores de la noche anterior parecían haberse profundizado. Aquella era una mala idea, peor que meterme en un bar de piratas, peor que pelearme con uno de ellos, peor que buscar a una mafiosa. Ver un muerto era una cosa pero ver a padre...

Ness camino hacia la camilla de metal en medio de la habitación, a un lado había una mesa pequeña con diversos instrumentos poco agradables. Se quitó la bata blanca y llena de sangre que tenía aferrada al cuerpo y la colgó en el gancho de la pared junto a un saco negro con medidas pequeñas y femeninas.

Suspiró, no podía dejar de mirarla para intentar comprender la situación. En la camilla de metal había un enorme bulto cubierto por una sábana blanca y a su alrededor mancha de aserrín y sangre.

Ness se acercó a la camilla con serenidad y me miró.

—¿Lista?.

Inflé el pecho, sentía un revoltijo en me medio, perforándome, quemándome, pero sabía que la única forma que podría apagarlo era ver debajo de esa manta.

Asentí.

—Lista.

Era curioso como un suceso tan cotidiano como levantar una manta podía hacerme tanto daño, tanto dolor y tantos nervios. Era curioso como aquello me estaba matando.




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