Querido Aldrich

26

Los ojos de Aldrich Cyrus eran tan claros que apenas lograba mirarlos fijamente sin sentirme incómoda. Él estaba sentado frente a mí con su saco liso bien abrochado y los zapatos lustrados, esperando que diga las primeras palabras para comenzar lo que sea que fuera aquello, pero lo único que aparecía en mi mente desde que apareció en la puerta era Ness y lo que había sucedido en su consultorio varios días atrás.

Ella me había dejado descansar lo suficiente para poder aclarar mis ideas y comprender que mis hermanos no solo estaban ansiosos por verme sino que muy enfadados. Los insistentes golpes en la puerta no pasaban por alto y aquellos llamados vacíos me retumbaban en los oídos.

Janet.

Y luego, Muriel.

Aunque fingía sentirme temerosa ellos no me importaban, temblaba pero no de miedo sino de impotencia y angustia.
Janet, aquella persona que habitaba mí cuerpo sin permiso, no era más que alguien violento y maníaco. Ness me había contado como intento herir a Julián y lanzarse por la ventana, los gritos que brotaron por mí garganta fueron tales, furicos, desesperados, ni siquiera bajo órdenes pudo retener a mis hermanos junto al cuerpo de quién creyeron que era mí padre.

Ella no se atrevió a responder por una cura, solamente trajo té, me miró con los ojos cargados de lastima, advirtió que no hagamos ruidos para no molestar a nadie, aunque no sabía a quién podíamos despertar más que a los muertos, y salió con el rostro inexpresivo y frío a darle las mismas advertencias a mis hermanos.

No me atreví a ver a Julián luego de eso. No tuve el coraje de permitir que me vea cuando pidió hablar, la vergüenza me subía por el estómago y no podía ignorar que mí rostro se había vuelto rojo de rubor. Sentía náuseas de imaginarme una situación donde quise lastimarlo.

Él habían confiado en mí y dijo cosas tan bellas y agradables que recordarlas era como volver a florecer, intento ayudarme con mí padre y me salvó incontables veces, pero ahora estaba tan lejos de esa chica que pidió un beso bajo la fría noche frente a su casa que no podía, no quería verlo.

Tampoco hablé con mis hermanos, solo bastaron sus ojos a través de la puerta abierta para saber que no estaban dispuestos a decirme que sucedía conmigo.

Protestaron, pelearon y varias veces los vi mirar incómodos a Julián parado junto a la puerta, esperando un momento a solas conmigo, pero no dijeron nada más que reclamos.

 Así que, con apenas un hilo de voz y el corazón tan hundido que no lograba sentirlo, le pedí a Ness que llame a Aldrich y a él que me llevé a la casa de Tía Gretel.

No era buena idea, en ese momento lo último que quería era estar lejos de mis cosas, pero no podía concebir la idea de estar con mis hermanos luego de oírlos hablar de Janet. Ellos sabían de ella, la conocían, recordaba haberlos oído decir su nombre. No podía pensar en la traición como otra cosa, no querían protegerme sino ocultarme.

—¿Cómo está pasando sus días?—el señor Aldrich Cyrus dio el primer paso en acomodarse en el sillón con incómodidad y buscar la mujer que traía la bandeja de té con desesperó.

Exhalé estremeciendome de dolor y fingí una sonrisa.

—Bien—las varillas del vestido que Tía Gretel me "sugirió" usar sin darme otra opción se clavaban en mí costado cuando no me sentaba recta—, mí tía está contenta de recibirme y... Eh, yo estoy más tranquila.

—¿Su tía—probó buscando a la mencionada entre los muebles—, es hermana de su madre?.

Negué y mire a la mujer sentada en la esquina, una criada con el trabajo de acompañarme en presencia de un hombre, alzó la cabeza del retazo de telas en sus manos para mirarnos.

—No, es hermana de padre.

Por fin, desde que el hombre de traje verde oscuro y pantalones negro apareció, la puerta del salón de sillones se abrió y el hombre de tez oscura entró con la bandeja y el té.

La mujer de la silla se levantó a ayudarlo con un suspiro y no pude evitar sentirme incómodamente observada.

Nadie sabía lo que sucedió en la morgue, mis hermanos se reusaron a hablar con tía Gretel cuando ella acepto darme asilo en su casa y confiaba en que ella tampoco supiera nada por parte propia, pero sentía como si cada par de ojos que cruzaba mí camino me juzgará por ello. Como si supieran que sucedía dentro de mí cabeza, y eso era una de las cosas que más temía.

—¿Señorita, se encuentra bien?—frente a mi, el rostro ceniciento de la mujer acompañante estaba inclinado con preocupación mientras sostenía entre sus dedos la taza de té y su plato.

Parpadeé, asentí exhalando para concentrarme y luego tomé la taza.

No me sentía bien, apenas había dormido por miedo a perder el control, a qué ella me haga algo que no logré revertir. Apenas lograba comer un bocado sin correr al baño y mucho menos pensar sin el temor a que ella también lo piense y me lastime.

—¿Entonces—comenzó el señor Aldrich hizo de nuevo, tomando su taza y mirándome preocupado—, usted no tiene madre?.

Volví a negar y sorbí el té, mi mente parecía somnolienta luego de varios días con las infusiones mágicas de mi tía pero era le mejor descanso que podría tener.

—¿Qué me dice usted?—pregunté agotada—Me contó que su madre falleció y que era de su más grande admiración, pero no me contó acerca de su padre.

Por un momento me miró desconcertado, seguramente por el cambio brusco de tema, y luego respondió:

—Mi padre es un hombre de negocios, como su padre.—Soltó una risita—, es un hombre mayor que apenas logra dejar su estudio o permite ayuda, muy terco y obstinado en hacerlo por su cuenta.

Estaba incómodo, se revolvia en su asiento con la taza tambaleándose en sus manos y no lograba que la mujer acompañante aparte la mirada desconfiada de él.

—¿A qué se dedica?—aventuré ganandome una mirada desaprobada de ella también.

Él abrió mucho los ojos.

—¿A qué...? Digo, él se dedica a los transportes de ganado y la cobranza de las importaciones e impuestos.

—No comprendo—lo detuve con un suspiro frustrado por la lentitud de mi mente y me miró con una ceja alzada—, usted dijo que mi padre también trabajaba en su negocio.

—Si, bien, es algo así—miro a la mujer como si quisiera ocultar algo y luego soltó una mueca.

Bebió de su taza sin mirarme, buscaba esquivar el tema, pero no lo dejaría pasar.

—Y digame—mi voz salió suave y casual—, usted a qué se dedica en el negocio de mí padre.

—No me dedico de lleno a su negocio, su padre es un hombre muy ocupado.

—Ni me lo diga—reí con ironía y él me siguió con ligereza, pero luego de unos segundos de mí insistente silencio él cedió con un carraspeo.

—Mi trabajo es básicamente llevar las cuentas de los trabajadores y la mercadería, hacer cálculos por los insumos y hablar con la mayoría de los proveedores.

Asentí evitando poner cara de asombro o de incomprensión, por fin comenzaba a comprender ciertas cosas. Aldrich tenía respuestas, sabía cosas, y no comprendia la razón de guárdamelas, tenía que usar eso a mí favor.

Si tan solo mí mente no anduviera tan lento.

Exhalé y volví a mirar el té en mí taza.

Entonces, mí padre se dedicaba al transporte y tenía muchos contactos, es decir, mucha gente trabajaba con él. Pero la pregunta principal seguía siendo ¿Cuál era su trabajo?¿Y por qué creyeron que tenía algo que ver con el homicidio de Katherine?.

Solté una mueca cuando el aire se llenó de tensión.

—Suena agotador—suspiré con una sonrisa de disculpas por quedarme viendo al suelo—, seguro que apenas tiene tiempo para usted y su familia con tantos problemas y...

—Claro que no—me interrumpió él muy serio. Lo miré asombrada por la repentina intensidad de su mirada y por un momento quise ver a la mujer en la silla, pero no me atrevía a apartar la mirada—, se lo pretende—Aldrich dejó la taza en la bandeja sobre la mesa e inclinó la cabeza sin dejar de mirarme.—Se que teme de mí, de un hombre que apenas conoce, de alguien que asegura trabajar día y noche, pero le aseguró, señorita, le prometo, que mí tiempo, todo mí ser y mí amor, va a ser por y para usted. Le prometo, señorita, que jamás le faltará nada si me acepta, si me da una oportunidad.

Contuve el aliento asombrada.

¿Qué clase de conversación era esa?¿Cómo habíamos llegado a qué mí corazón duela y mis manos tiemblen?¿Qué sucedería si Janet se hacía cargo?¿Por qué no dejaba de mirarme?¿Acaso no veía que yo estaba enferma?¿No veía que estaba rota?.

Aparté la mirada de la suya impotente y aprete los dientes con fuerza.

—Señor Cyrus—comencé con reproche. Mire a la mujer sentada evitar mirarnos por el rubor que cubría sus mejillas y sentí mí propio rostro enrojecer—, nosotros no nos conocemos.

—Lo se—dijo él con suavidad.

—Y, como sabe, mí estado no es el más óptimo—mi voz salió casi quebrada, avergonzada por tener que ocultarme. Quería que se vaya—, no sé si podré...

—La esperaré—me interrumpió de nuevo, inclinándose para estar cerca de la mesa y llamar mí atención. Humedecí mis labios, sentía la mente cansada y los brazos flácidos, pero pude mirar la desición y desesperación en sus ojos buscando acercarse.

Nadie esperaba ir a ver a la mujer que sería su prometida y encontrarse con dos personas dentro de su cuerpo.

—Señor...—comencé conteniendo sollozos.

—Mire, no comprendo muy bien que sucede, usted, sus hermanos y su padre son tan misteriosos que no logró saber más de dos palabras sin que cambien de tema, y no lo malentienda, es encantador resolverlos, pero no asegure que la abandonaré por ello.

Me mordí los labios para no llorar.

Un nudo se alzó en mí garganta, no era eso lo que quería decir. Él se levantó y rodeo la mesa para tomar mi mano con delicadeza.

—Señorita Cassian, comprendo que aún tenga cosas que resolver y que no esté segura—se inco en una rodilla ignorando que la acompañante se levantó para pedirle que se aleje y me miró con dulzura—, comprendo que soy un hombre nuevo y que no confía, pero le aseguró por todo lo que tengo, por mi querido padre y mí difunta madre, que la esperaré y comprenderé el tiempo que sea necesario.

Lo observé fijamente.

Hubiera deseado que sus ojos fueran oscuros y no claros, que su cabello fuera más pálido, y que esa desición tenga la más mínima nota de diversion, fastidió, valentía y admiración que me gustaba. Hubiera deseado que fuera Julián quién me decía esas cosas tan dulces y me sostenga de la mano como si así pudiera salvarme.

La boca se me seco y de nuevo tuve que humedecer mis labios. Mi mente iba lento, apenas procesaba lo que Aldrich me decia, pero mí corazón sí y le dolía con cada latido añorar a Julian.

Exhalé y quite mí mano de la de Aldrich, me sentía terriblemente mal por no corresponde, pero peor me sentiría si fingiera hacerlo.

Abrí la boca sin saber que decir, estaba un poco confundida y lo unico que quería era huir de aquella situación, cuando de repente la puerta del salón de té se abrió.

—¡Sobrina!—tía Gretel entró junto con una mujer cabizbaja y el hombre moreno que nos trajo bandeja, llevaba puesto su vestidos más elegante por nuestra esperada visita y la sonrisa confiada de su rostro dislimbraba.

Incliné la cabeza y me levanté junto con Aldrich para saludarla.

Mi tía se acercó arrastrando la cola de su vestido y moviendo los hombros como si bailará al son de una balada que solo ella escuchaba. Era extraña de la puerta para dentro. Muy diferente a aspecto frío y calculador de padre y definitivamente me intimidaba con tanta efusión a la hora de recibir visitas, pero no tenía otro lugar donde ir.

—Señor Cyrus—le tendió la mano al hombre a mí lado y este la tomo para plantar un beso en el dorso—, es usted muy encantador, me atrevo a decir que mí sobrina tuvo suerte al recibir su visita.

Aldrich se apartó a una distancia respeble de ambas y aclaro su garganta con un ligero rubor.

—Si, gracias.

—Veo que aún no tomaron el té—la voz insinuante de mí tía me hizo mirarla. Ella camino hacia el sillón más cercano y se sentó guiñandome el ojo—, imagino que no les molestará mí compañía.

—En absoluto—Aldrich se acomodo el saco sin una sola arruga y se apresó a sentarse—, sería un placer.

—Eres encantador, muchacho.

El hombre que acompaño a tía Gretel se adelantó en completo silenció y dejó en la bandeja otra tetera con líquido caliente, sirvió en cada taza un poco y termino por retirarse como un fantasma.

Eso también era extraño en aquella, hacia una docena de empleados, todos de diferentes etnias, y la casa siempre permanecía en un silencio sepulcral. Como si nadie viviera ahí pero de todas formas mantuvieran el lugar.

Era perturbador.

—Muriel, cariño, ven y siéntate junto a nosotros.

Obedecí a mi tía a regañadientes, mí idea era despedir a Aldrich y volver al refugio que mi la habitación se había vuelto. O más bien, la jaula en la que voluntariamente me había metido a mí y a Janet.

Tomé la taza entre mis manos y la apoye sobre mí regazo, Aldrich y tía hablaban de algo pero no lograba concentrarme lo suficiente. Mi mente cagaba entre el tacto frío de su mano al sostener la mía y sus palabras junto con sus ojos, endulzandome y asegurando algo para lo que no estaba preparada. Y tampoco creía que lo fuera a estar.

Mientras tía Gretel y él conversaban no podía dejar de pensar en Janet, una persona que vivía en mí cuerpo como una ocupa que tomaba el control cuando yo estaba inconsciente. Ella, o eso, parecía cualquier cosa menos real, una entidad demoníaca que solamente quería herirme, pero Ness no lo había dicho así.

Alguien dio dos palmadas en mí brazo y tuve que volver a la realidad.

—¿Muriel, estás escuchando?.

—Disculpame tía, no me siento bien—excuse parpadeando en su dirección—, estoy un poco cansado.

Ella soltó una risita divertida y dio varias palmadas más en mí brazo.

—Tonterias—aunque me hablaba a mí su rostro estaba girado en dirección a Aldrich, como si estuviera disculpándose en mí lugar—, lo que a ti te pasa es que llevar mucho tiempo dentro de esta vieja casa, necesitas salir y... No lo sé, quizás comprar algo o pasear.

Mi desconcierto le paso desapercibido. Prácticamente estaba invitándome a tener una cita con Aldrich y él conmigo, sin el consentimiento de ninguno.

Él se había ruborizado como una fresa y sus ojos estaban tan abiertos que parecían a punto de salirse, pero no logro decir nada después de carraspear varias veces, incómodo.

—Tía—comencé en un intento de salvarnos a ambos—, estoy segura de que el señor Cyrus tiene cosas que hacer—lo miré indicándole que asienta pero no comprendió.—Quizas en otro momento, si él está dispuesto y, claro, desocupado...

—¿Oh, Muriel, que otra cosa puede ser más interesante para un hombre que una mujer tan hermosa y refinada como tu?—dijo ella con tono absurdo y dulce, inclinando un poco la cabeza en lo que el idioma de mujeres casamneteras significaba: "Haste desear pero no tanto".

Aldrich aclaró la garganta pero no dijo nada, de nuevo.

—Estoy segura que debe hacer cosas—insistí con reproche.

Ella apretó los labios en una sonrisa irritada, seguramente ninguno de sus hijos la acostumbro a qué la contradigan, pero si tomaría represalias no lo dejo claro. Sacudió los hombros de manera extrada, bebió varios tragos de su té , miró a Aldrich y, cuando volvió a hablar, se inclinó hacia adelante para ignorarme.

—¿Dígame, señor Cyrus, a qué se dedica?.

Correcto, la conversación seguía.

Ella podría ser aun peor que mis hermanos si lo quería, inmiscuyendo su respingada nariz entre mis cosas aún cuando yo estaba presente y haciendo preguntas de los atrevidas sin conciderar la incomodidad y la vergüenza.

Miré Aldrich avergonzada y él de repente dejo la taza sobre la mesa y se acomodo el saco.

—Trabajo con su hermano, Lord Cassian.

Con aquellas palabras el rostro de tía Gretel cambio de amable a hostil. Sus ojos se habían opacado y la taza en sus manos casi cae el suelo en cuanto la deposito en el platillo.

—Claro—soltó sin el mismo tono que antes. La mire extrañada y confundida—, entonces mí sobrina tiene razón, tienes pendientes aún ¿No?.

Era sorprendente, su postura y su ánimo cambio de manera tan radical que despertaba en mí un tipo de curiosidad ardiente. Parecía que todo giraba en torno al trabajo de mí padre y sus alianzas, pero aún no comprendia porque despertaba en las personas ese recelo hostil.

Miré al señor Cyrus para que me expliqué y me sorprendí al ver sus ojos avergonzados puestos en el suelo.

—Sera mejor que me retire—dijo de repente, cuando el silencio fue demasiado largo y las miradas de mí tía se volvieron frías. Se levantó y me miró—, Muriel, por favor piensa en lo que te dije.

Asentí y me levanté.

—Permitame acompañarlo.

Ambos caminamos hacia la puerta en silencio, la casa de parecía a la de mí padre por lo que conocía el camino a pesar de haber pasado allí unos días.

No comprendia muy bien que sucedió, miraba a Aldrich esperando que de repente se volteé y me explique por qué mí tía cambio de opinión tan bruscamente siendo ella tan dama. Pero él solamente siguió caminando con inquietud y mirando por encima del hombro en busca de algo, no parecía darse cuenta de mí ansiedad y tampoco de que lo miraba tanto que podría hacerle aparecer otro ojo en la nuca. Y eso no me daba mucha confianza.

—Bien, señorita—se detuvo en la puerta abierta, el frío agradable que se colaba desde afuera me acariciaba el rostro con ternura y por primera vez en días me permití respirar profundamente y con los ojos cerrados. Esperé, los abrí y encontré a Aldrich mirándome con vergüenza.—Lamentó si algo la hizo sentir incómoda o presionada, no fue mí intención apresurar las cosas.

—Descuide—el frío me ponía de un extraño buen humor.

—Y su tía, siento que deje una pésima impresión pero me gustaría que sepa que no trabajo con su padre todo el tiempo.

¿Qué?.

—¿A qué se refiere?—no pude evitar preguntarlo, me sentía más yo con un pie fuera que dentro de aquella jaula.

—Me temo que no tengo tiempo de explicarlo, debo volver—dio un paso fuera, al carruaje esperando, y se detuvo para volver a mirarme—, pero puedo volver si usted quiere. Envíeme una esquela y vendré enseguida. Y si necesita algo, cualquier cosa, no dude en pedirlo.

Me regaló una sonrisa tímida, apretada y dulce y luego se volteó hacia su carruje dónde el cochero le abrió la puerta y despareció sin siquiera mirarme.

Esperé a que desaparezca al final de la calle y luego unos segundos más. Alargue el momento de entrar tanto que a hora de cerrar la puerta sentía mis dedos entumecidos por el frío, pero daría lo que fuera por volver allí y respirar aquel ardiente veneno, un fuego que me quemaba por dentro pero el hacía sentir tan libre, tan perteneciente.

Me volteé con un suspiro, dispues a volver a la habitación donde dormía y tenía mis pertenencias y encontré a tía Gretel parada a pocos metros.

Parecía furiosa, sostenía en sus manos un bastón negro y los ojos estaban clavados en algo encima de mí hombro izquierdo. No respiraba con normalidad, las fauses de sus nariz se abrian con cara respiración y cuando hablo la voz le salió ronca:

—Hablare con tu padre acerca de ese hombre.

Di un paso al frente.

—¿Por qué?.

—No tienes que saberlo—zanjo mirándome por fin con una frialdad que estremecio mi cuerpo. Se volteó hacia el salón, la conversación había terminado. Exhalé mirando como se alejaba y, antes de que ella entre al salón, se detuvo y gruñó.—Ese hombre no es bienvenido en esta casa nuevamente, Muriel.

Intenta ocultar mi desconcierto. Ella esperaba mí respuesta.

Tragué saliva, baje la cabeza y accedí con timidez:

—Como desees, tía Gretel.




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