Querido Aldrich

28

Apenas lograba hacer otra cosa que mirar la puerta frente a mi y mover las manos con nerviosismo por mí cabello.

La preocupación que me comía los nervios apenas me permitía respirar. Tenía miedo, desde que habíamos llegado que no lograba apartarme de aquel pasillo pensando en Julián, rogando a Dios este bien, que sepa dónde me encontraba, que padre, los D’Lovego o Mitch no le hayan hecho nada y que aparezca. No me quedaría tranquila hasta verlo nuevamente. 

Oí los pasos al final del pasillo y suspiré irritada. 

—Señorita—de nuevo, la sirvienta más joven de la casa se aparecía con la cabeza baja para informarme que tía Gretel quería mí presencia en la merienda. Ella no comprendia—, su tía insiste y ordena que la acompañe en el salón.

 Bufé con los labios apretados, indignada.

 El cansancio había desaparecido, los calambres, los temblores, hasta mí sed por mantener a Janet encerrada fueron reemplazados por la creciente preocupación de verlo irse en el caballo ¿Y tía Gretel solamente le importaba su absurdo té?.

 Negué en dirección a la muchacha y ella volvió a irse con una exhalación.

 Las chicas del local estaban bien, Amatista tuvo un fuerte golpe en la cabeza y su hermana, Ruby, había sido cortada en un costado, pero nada tan grave como la muerte. Aunque su local había quedado en ruinas.

 Al verme, Tía Gretel me había subido al carruaje hecha una furia, su rostro estaba tan rojo que parecía a punto de estallar y, de camino a su casa, me repitió cada uno de los mandamientos de etiqueta de la familia y lo poco ético que era pelear con alguien. Pero ni siquiera la escuché, en mí mente bailaba el fresco recuerdo de Julián y la angustia de no haber ido con él luego ver cómo lo ahorcaban.

No podía pasarle nada antes de que me disculpé y le aclare mis sentimientos. No podía pasarle nada por qué lo quería y volver a verlo no había sido tan imperativo hasta ese momento, hasta que volví a ver el abismo inmenso y absorbente de sus hermanos ojos.

 Toc toc toc. 

Mi alma pareció a punto de salirse de mí cuerpo. Me levanté de los escalones y corrí hacia la puerta. 

La abrí y ahí estaba, parado con su cabello rubio revuelto y lleno de yeso, con el uniforme manchado de polvo blanco y moretones en todo el rostro, mirándome con un alivio que hacía brillar sus ojos. 

Lo tomé del brazo y, cuando estuvo la puerta cerrada y ambos a salvo, dentro, lo abracé con tanta fuerza, envolviendolo en mis brazos y enterrando la cabeza en su pecho. 

No sabía que tan necesario era hacerlo, ni siquiera sabía que había contenido hasta los latidos aún en ese momento.

Julián se quedó inmóvil de la sorpresa, suspiro y al relajarse me abrazo con la misma fuerza, aferrándose a mi como si me hubiera extrañado tanto como yo a él. Mí corazón latió aún más rápido. Nadie tenia permitido sentir el dolor de no tener cerca a alguien que amaba si no lo amaba de verdad, con cada fibra de su ser, con cada pedazo de su alma.

Y así me sentí yo en ese momento, como si aquel pedazo que se me perdió durante días en aquella fría casa se estuviera ensamblando de nuevo y encajara a la perfección. Como si lo hubiera necesitado.

 Nos quedamos así unos minutos, o quizás unas horas, podría haber pasado la eternidad, y para el momento que él me apartó para sujetarme el rostro entre sus manos sentí que fue insuficiente. 

Me observó preocupado, el hombro del vestido que me negué a cambiar para no alejarme de la puerta, el cabello despeinado, suelo y lleno de tiza blanca de santo, el frente la manchado y mis manos lastimadas. Ni siquiera sabía que estaban lastimadas hasta que él las sujetó con delicadeza observó con angustia.

Suspiré.

Éramos un desastre. 

—¿Estas bien?—pregunté acunando su rostro con mí mano y acariciando su mejilla son suavidad. 

Asintió con alivio y humedeció sus labios. 

—¿Y tú?. 

Volví a asentir, aliviada. 

—¿Qué sucedió con el hombre?. 

—No fue al bar—explicó con tranquilidad, suspirando mientras apartaba los ojos de los míos y se alejaba—, intenté seguirlo pero lo pedí y fui al bar a buscarla. 

Asentí y deduje, por su rostro, que no había buenas noticias. 

—No la encontraste. 

Negó. 

—No, dijeron que estaba fuera hace días. 

—¿Días?—tenía sentido—Eso explicaría el hombre muerto en el muelle. 

—No, al contrario, explicaría que ella envío a matarlo y para encubirse salió de la ciudad—él exhaló y volvió a mirarme a los ojos—¿Segura que estás bien?. 

Me reí nerviosa, asentí y ambos nos quedamos en completo silenció, mirándonos fijamente y con tanta intensidad que las dichosas mariposas comenzaron a subir desde mis piernas hasta mí vientre. 

Su cabello también estaba despeinado de una manera desesperada y poco elegante, como si hubiera pasado por sus manos en un intento de tranquilizarse o de pensar. 

Nuestras respiraciones se comenzaron hasta ser lentas y mí corazón comenzó a latir con rapidez. Lo tenía frente a mí, mirándome, lo deseaba. Sentía el calor envolviendonos, y de repente me lancé hacia adelante envolviendo mis brazos en su cuello, y él me sujeto, uniendo nuestros labios en el beso más desesperado y necesario del mundo.

Tomé su rostro entre mis manos, acariciandolo, sumergí las manos en su cabello suave y fino y cuando me levanto en brazos, llevado por la ferocidad del beso, no pude evitar abrazarlo para acercarlo más. Hasta fundirnos y ser solo uno, solo aquel hermoso sentimiento que nacía en mí vientre y se extendía por todo mí cuerpo, calentando mí pecho hasta hacerme sonreír. 

Hasta que alguien se aclaró la garganta a mis espaldas. 

Julián me dejó nuevamente en el suelo y apartó la mirada con el rostro ruborizado y sonriente. 

—Señorita—la sirvienta de tía Gretel estaba parada a pocos metros con el rostro rojo de la vergüenza y la mirada en el suelo—, su tía... 




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