Querido Aldrich

33

Le lance una mirada a Silas y a Otis, ambos sentados frente a mi con las manos bajo la mesa. Cada tanto tragaban saliva y a veces también miraban en dirección a la puerta con temor. Padre aun no llegaba, estaba en su estudio desde la noche anterior cuando me dejo en mi habitación sin mencionar nada acerca de mi huida de la casa, ni siquiera sobre mi visita al bar D’Lovego, lo cual me tenia terriblemente preocupada.

—Muriel—comenzó Silas con un suspiró. Era el primero en romper aquel silencio que se había instaurado entre los tres desde que prácticamente los eche de la casa de mi tía—, no podemos seguir así.

Mordí mi labio con sed, pero no me atrevía a moverme hasta que padre no venga.

—No—concordé resignada y estremeciéndome por un inexistente frió—, no podemos.

—¿Podemos volver a ser quienes eramos antes de todo?—insistió, y en vez de responder busque la mirada de Otis que ni siquiera alzaba la cabeza en mi dirección. Por la noche se había encerrado en su habitación y hoy de no ser por padre no tampoco hubiera salido.

Antes de que Silas pueda volver a insistir la puerta del salón se abrió con un fuerte golpe seguido de un rechinido. Los tres nos levantamos para saludar a mi padre con su bastón y su sombrero, y esperamos que estuviera sentado en la punta de la mesa, su lugar predilecto, antes de tomar nuestros asientos también.

—Muy bien—dijo luego de dejar el sombrero junto a él y tomar el periódico como si nada—¿Qué tenemos aquí?.

La sirvienta apareció con un plato de comida y lo dejo frente a mi, no le agradecí, tampoco me atreví a mirarla, se retiro y suspiré preparándome para tomar el primer bocado. Estaba exhausta por pasar toda la noche en vela, mirando la puerta con tanto miedo que comencé a preguntarme si perdí la cabeza con respecto a padre. Él era mi padre, el hombre que me crió y que me dio una familia, el que me daba de comer y vestir ¿Cómo podía ser un asesino?¿Cómo podía haber desconfiado?¿Cómo podía pensar que podría hacerme daño?.

Y aun así permanecí temerosa de él durante largas horas.

—¿Muriel, no comerás?—preguntó él.

Me estremecí.

Me hablaba a mi.

—Si, lo siento—tomé la cuchara con nauseas, suspiré y lo miré con una mueca—, no tengo mucha hambre, hace algunos días que vengo sintiéndome mal.

Él me miro fijamente, el bigote oscuro encima de sus labios se frunció al igual que sus cejas, y por un momento busque un escape en mis hermanos, quienes me miraban con temor. Pero padre termino por suspirar y dejar el periódico en la mesa abierto en la página con el encabezado "INICIARON LOS RECLUTAMIENTOS".

—Dime—se inclino hacia mi—¿Qué te daba de comer Gretel?.

—Té—solté intentando recordar—, avena, caldos y sopas.

—¿Solo te daba líquidos?—preguntó desconcertado.

—No—comenzaba a ponerme nerviosa—, también me daba galletas y pan. Carne, a veces, y pollo.

Las ultimas eran mentira y padre lo sabia, tenia la mueca de disgusto que ponía cuando sabia acerca de nuestras mentiras y eso me inquietaba aun mas ¿Por qué le mentía?¿Por qué temía si no había necesidad?.

Tragué duro.

Él se quedo mirando mi aspecto y volvió a tomar el periódico con demasiada tranquilidad.

—Comé—ordenó.

Asentí, tomé la cuchara y me obligue a engullir hasta ver el plato y la copa vacía.

La comida no se sentía bien, estaba pastosa y algo seca, le faltaba sabor, no era tan dulce como la que servían en la casa de mi tía, ni tampoco salada, así que con cada bocado bajaba todo con agua. Y cuando por fin pudimos levantarnos para volver a nuestras habitaciones sentía el estomago tan revuelto que apenas podía pensar.

Me dolía la cabeza como si las agujas de tejer de tía Gretel se estuvieran clavando en mis ojos, estaba demasiado cansada y apenas lograba dar dos pasos sin detenerme por las nauseas, sosteniéndome el estomago con la visión borrosa.

—¿Estas bien?—preguntó Otis al llegar a las escaleras arrastrando los pies.

Las lagrimas saltaban de mis ojos por tanto malestar, asentí sujetándome el estomago y apoyé el pie en el primer escalón. Me sostuve de la barandilla para ayudarme, mi cabeza estaba a punto de explotar.

Solo debía descansar...

Pero en cuanto me impulse hacia arriba sentí toda la comida hacer su camino de vuelta a mi boca.

—¿Muriel?—Silas se acercó, extrañado por verme sujetar la boca con la mano, y retrocedí sudando con las lagrimas rodando por mis mejillas.

—¿Segura que estas bien?—Otis me tomó del hombro con delicadeza, inclinándose para verme al rostro semi oculto, y no pude retenerlo mas.

La comida salio disparada de mi boca hacia el suelo y el ardor que se encendió en mi garganta provoco mas arcadas, mas dolor y mas lagrimas. Sentía una profunda punzada en el pecho y la cabeza. Los ojos me iban a estallar. Los cerré. No podía detenerme.

Silas se apresuro a sujetarme para no caer de las escaleras y Otis, con los zapatos vomitados y una mueca preocupada, me levanto el cabello sujetando mi brazo también.

No sabia que me sucedía, la sensación de debilidad apenas me permitía mantenerme parada y los músculos del cuerpo me dolían como si quisieran desprenderse de mis huesos. Me enderece sujetándome de mis hermanos para no caer, apreté los ojos por el dolor y los mareos, y sollozo escapo de mis labios por el dolor y la vergüenza.

Silas me envolvió en sus brazos permitiendo que apoye la cabeza en su pecho y volví a sollozar con un nudo en la garganta.

—Llévenla a su habitación—dijo la tercera voz en las puertas del salón.

Me estremecí.

Ni siquiera la había oído llegar.

Exhausta y temblando, abrí los ojos hacia padre parado con su bastón en el pasillo.

También se veía preocupado y eso, de alguna incomoda forma, me dio alivio.

Mis hermanos asintieron, me sujetaron delicadamente moviéndome con suavidad y lentitud, y me subieron hasta mi habitación, turnándose para abrir la puerta, mover las mantas de mi cama, recostarme, traer agua, traer un paño mojado y sentarse junto a mi.




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