Al despertar, Silas y Otis estaban sentados en la ventana con el pecho agitado y diferentes lineas rojas marcando sus cuellos y brazos. A la camisa de Otis le habían arrancado todos los botones y estos se desparramaban en el suelo, y a Silas le brotaba sangre del labio.
Los ojos me ardían por el llanto, las lagrimas seguían cayendo aun cuando ni siquiera sabia que lloraba y mi corazón iba tan rápido como si hubiera corrido por toda la casa por horas.
Tragué duro, hice una mueca por el dolor, y luego alce mis manos lastimadas y temblorosas.
—Fue ella ¿No es así?—cada palabra parecían piedras bajándome por la garganta y mi voz salia quebrada y baja—¿Janet?.
Ambos pares de ojos me miraron con mucha atención y sollocé estremeciéndome por las marcas de rasguños en mis manos, piernas y brazos.
—Muriel, no—los brazos de Silas intentaron consolarme, pero me aparte saliendo de la cama y pegando la espalda contra la pared.
—¡No me toques!.
—¡SHHHHH!—chito Otis con desespero, mirando en dirección a la puerta y dejando a la vista las marcas rojas en su cuello.
Baje la mirada hacia mis uñas estaban sucias de sangre y piel.
—¡Oh dios!—sollocé—¡Lo siento mucho!.
—Tranquila—dijo Silas avanzando hacia mi con las manos alzadas con cautela—, todo esta bien.
Negué varias veces con desespero y busqué apartarme.
—No esta bien, los lastime—lloré señalando sus marcas, pero mis piernas estaban tan débiles que no lograron soportar mi peso y caí de rodillas. Ambos se adelantaron a ayudarme y los aparté—¡No se acerquen, por favor!, no quiero hacerles mas daño.
Era mas que eso. El profundo sentimiento de culpa y de ansiedad que se clavaba en mi pecho era casi insoportable y por ello lloraba. Mi pecho dolía, sentía mis brazos y piernas tan cansadas que apenas lograba moverme y la cabeza iba a estallarme, o eso parecía.
—Muriel...—Silas permaneció apartado con las manos alzadas, su rostro estaba pálido y lleno de magullones que calaban mas profundo en mi corazón, suspiró dejando caer la cabeza entre sus manos y negó—, lo siento mucho.
Parpadeé asombrada, ignorando que Otis se colocaba a mi lado y me sujetaba por debajo de las rodillas.
—Sujétate de mi—ordenó con suavidad. Obedecí sujetándome de sus hombros con cuidado de no tocar sus heridas resientes y él me levantó para dejarme en la cama.—Levanta tus piernas.
Las moví llorando y temblando, y él levanto la mantas que se habían caído al suelo para taparme hasta la cintura.
—Otis, perdoname…
—Tranquila—aseguró acunando mi mejilla. Limpió mi lagrima con delicadeza, sonriéndome con esa seguridad que lograba mantenerme tranquila, y luego se sentó a mi lado en la cama para pasar el brazo por encima de mis hombros y atraerme hacia si.—Todo estara bien.
Sollocé y me recosté contra su pecho, permitiendo que me abrace, que junte toda mis piezas y las sujete aun cuando luego volverían a caerse. Permití que su calor me rodeé, que me llene, que arranque cada lagrima y dolor de mi cuerpo hasta dejarme vacía de todos los pensamientos que tanto me atormentaban. Janet los había lastimado. Yo los había lastimado.
Silas también rodeó la cama y se sentó en mi otro lado, sujetando mi mano entre las suyas y plantando un beso en el dorso para luego reposar la cabeza en mi hombro. Susurró palabras de disculpas que fueron interrumpidas por el suspiro irritado de Otis y luego los tres nos quedamos en silencio, uno al lado del otro, sujetándonos hasta que mis ojos se cerraron con suavidad por el calor de ambos y me perdí en la bruma de mis sueños.
. . .
Al despertar Otis seguía junto a mi. Me habían recostado sobre la almohada y la manta cubría mis hombros hasta mi mentón. Habían abierto la ventana de manera que la suave brisa de la tarde sacudía las cortinas y viajaba a mis mejillas ruborizadas por las lágrimas.
—¿Cómo te sientes?—preguntó Otis al verme abrir los ojos. Se acercó para apartar mechones de cabello de mi boca y me acarició la mejilla con el pulgar.
Cerré los ojos un momento, la confesión de Silas aun seguía fresca en mi memoria y el dolor detrás de mi cabeza lo hacia aun peor, aun mas verdadero. Aun mas real.
—Es verdad ¿No es así?—tragué saliva incapaz de moverme y me estremecí al ver el arrepentimiento en los ojos de ambos.—¿Nosotros estamos secuestrados?.
No sabia por qué, pero tenia la necesidad de oírlo de él, la única persona cuerda en la que confié, en la podía apoyarme.
Esperé en silencio y con paciencia, el enorme agujero en mi pecho se abría mas y mas cuanto mas se tardaba en responder, pero cuando lo hice deseé no haber preguntado nunca.
—¿Y por qué no huimos?—pregunté entre susurros.
Él me regalo una sonrisa apretada de disculpas y apartó mi nueva oleada lagrimas triste.
—Es mas complicado que solo huir.
Alcé la mano y sujeté la suya.
—Lo siento mucho.
—No te preocupes, todo saldrá bien—apretó mis dedos entre los suyos con calidez y volvió a sonreír triste—, lo prometo.
Asentí sin apenas moverme y me quedé un largo rato mirando su tristeza como un vacío infinito dentro de sus ojos azules. Me arrepentía por recordar lo injusta que fui con ambos, como los ignoré, les grite y exigí lo que ahora me estaba destrozando por dentro.
Me lo merecía, esa era la verdad detrás de los secretos que había querido desvelar.
Ellos tuvieron razón al decirme que no podría manejarlo.
Paso una hora mas y Silas apareció por la puerta con una bandeja de té y varias galletas. Me miró despierta con cierto asombro y camino hacia la mesa al lado de mi cabeza.
—No sabia que despertaste—admitió con vergüenza—, pero si quieres traigo mas té para tí.
Negué con la mejilla aun en la almohada.
—No tengo hambre.
Asintió, sirvió té para ambos y se sentó junto a Otis.