Querido Aldrich

39

El día anterior a la noche de navidad lo pase terminando los preparativos, según mi padre para irme a Irlanda a casarme con Aldrich; según yo para huir tan lejos como pueda de él.

No estaba muy segura de todo, aun conservaba el miedo a ser descubierta y en esos momento si no sabría que hacer. No podía confiar en que alguien me ayudaría porque nadie mas que yo sabia el plan completo, y tampoco podía confiar en decírselo a alguien sin temer a que me traicione.

Mis hermanos tenían sus reservas, seguían los días uno en uno sin mencionar nada y acataban lo que padre decir comprando sus trajes, probando corbatas y tomando clases de etiqueta junto a mi. A veces me miraban con atención, cuando decía algo o padre buscaba una respuesta especifica, pero fingir que nada cambio se me había hecho un habito.

Pronto todo acabaría.

Me lo repetía una y otra vez.

Ya podría tener la vida que me fue dada.

Y luego, cuando por las noches me encontraba mirando la calle desde mi ventana, me preguntaba que pasaría luego, ¿Cuál fue aquella vida?¿ Tenia familia?¿Tenia madre y padre?, Ruby dijo que tenia una hermana recién nacida, ¿Y si le había sucedido algo?¿Y si padre le había hecho algo?¿Qué paso con mis padres?¿No me buscaron?¿No me querían?¿No...?

Era en ese punto en el que me detenía. No podía pensar en ello a poco tiempo de huir, debía tener la cabeza fría, atenerme a cada detalle del plan y hacer que todo suceda bien. Ya no podía esperar que todo suceda. Si pensaba en cosas inevitables terminaría por estancarme en algo imposible de cambiar y eso no me permitiría avanzar, y yo estaba decidida a huir con mis hermanos cueste lo que cueste.

Me aparte de la ventana y miré la cama con pesar, tendría que dormir al menos unas horas pero no encontraba conciliar el sueño. Me recosté apretando los labios con fuerza, repasando una vez mas lo que sucedería, mirando cada cosa en la habitación incluido el dosel nuevo que padre mando para arreglar el anterior y exhalé, ¿Para qué lo arreglaría si nos iríamos a América?¿Por qué se molestaría tanto?¿Estaba planeando traer a alguien mas a la casa?¿A otros niños robados?.

Me giré recostándome de costado para mirar la ventana y me estremecí por la brisa que movía las cortinas hasta mis pies. El frio comenzaba a cambiar por la entrada de la primavera y no era lo mismo, aunque dudaba que pudiera relajarme en un momento como aquel.

Cerré los ojos con las manos bajo mi almohada, acariciando la carta de Julian con la punta de los dedos y reprimí su imagen. De día no lograba pensar en otra cosa que no fuera mi padre, pero por la noche era Julian y su carta quien acechaba mis sueños. Lo imaginaba mirándome a los ojos con desprecio, diciéndome que me aleje, rechazando mi ayuda y olvidándome. Me dolía en lo mas profundo. Despertaba con tanto pánico que apenas lograba respirar sin que mi corazón sufriera. Pero las cosas debían ser así. Él pidió que me aleje y si aun luego de que envíe la carta con Aldrich y la explicación de todo no volvió a verme, significaba que tenia una decisión tomada y debía respetarla.

De todas formas, no podrás volver a verlo.

Me volteé hacia la pared con un suspiro, apartando todos los pensamientos de mi cabeza, e intenté dormir lo mejor que pude las pocas horas que quedaban hasta el amanecer.

. . .

—No no no ¡No!.—La señora Molly no tenia paciencia para cosas pequeñas e insignificantes pero si una estridente voz que rebotaba en cada pequeño lugar del salón.—El tenedor y el cuchillo de ensalada no pueden usarse así, debes moverlo hacia la derecha.

—Pero eso significaría que estoy satisfecha—repliqué mirando mis cubiertos cruzados en la punta—, y no lo estoy. Esta ensalada invisible sabe horrible.

Mis hermanos rieron con la cuchara para sopa a medio camino de su rostro y voltearon la mirada cuando la señora Molly les lanzo un bufido.

—Quizás no lo sabe, pero su trabajo es conformarse con lo que su marido le brinde. Si él le da ensalada, usted coloca los cubiertos paralelos. Si le da carne, igual. El trabajo de una esposa es...

—Complacer—me burle imitando su tono de voz estridente y levantando la copa de vino tinto para beber en un brindis.

El rostro de la mujer se puso rojo de la furia, estrujaba la servilleta blanca en sus dedos con tanta fuerza que sus manos se habían puesto blancas y si comenzaba a salir humo de sus orejas no sería del todo extraño.

Ya estaba harta de ella. Todos los días diciéndome como debía sentarme, pararme, caminar y comer, si había una mala manera de parpadear me lo hacía saber y si respiraba mal también. No había una forma de que quede satisfecha, ni siquiera si hacia las cosas como ella quería, así que las últimas horas me dedique hacer las cosas mal de manera intencional.

—¡Esto no es un juego, niña!—todo su cabeza había comenzado a salirse del su habitual moño, encrespado.—Podría perjudicar la imagen de tu marido, puedes perjudicar tu imagen y puedes meterte en muchos problemas, ¡Piensa, niña!.

Me contuve irritada. Perjudicar la imagen de mi marido y mi padre no era cosa mía.

Cuando terminamos subí a mi habitación para cambiarme. Como nos iríamos de viaje luego mi padre había enviado a guardar todas mis cosas en cofres de madera, de manera que solo quedaban dos vestidos para usar ademas del que tenia puesto, el que usaría mañana por la noche y el de viaje, mas cómodo y maleable que el primero. Me senté sobre la cama y miré el escritorio vacío con nostalgia, ayer había estado repleto de cartas y papeles, plumas, sobres, y tinteros vacíos, y ahora solo era un mueble sin vida.

Exhalé. No debía aferrarme a esa vida.

Metí la mano debajo de la almohada en busca de la carta de Julian, a veces me gustaba sostenerle entre mis dedos para sentir que algo de lo que había sucedido, de todo lo que hice para encontrar a mi padre, fue real. Yo era real y mi vida también lo era. Aunque a veces lo olvide, aunque Janet me atormente. La real era yo.




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