—Oficial Clive, que inoportuna sorpresa.—La sonrisa de Florenchhia D´Lovego era tan insinuante como su tono de voz y me molestaba de igual manera, pero no podía volverme reacio a ella cuando la necesitaba para salvar a Muriel.
Me aclaré la garganta conteniendo la irritación desde la puerta de su bar. No era hora de abrir. Los barcos zarparon del muelle unos días antes y tenían previsto volver, y aunque era mi problema lo ignoré por completo al llamar a la puerta y esperar que uno de sus guardias abra. Después fue cuestión de decir su nombre y el del padre de Muriel para que acepte verme.
—Señorita D'Lovego, vengo a ofrecerle un trato que puede beneficiara.
Sonrió indicándome que entre con un gesto de mano y la seguí por las escaleras hasta su oficina con el señor Aldrich Cyrus pisándome los talones en silencio, incomodo por todo lo que veía alrededor. Y eso que no era una noche concurrida.
—Sientece—nos indicó señalando los lugares frente a su escritorio—, los oiré.
Obedecí sintiendo la mirada de mi acompañante en mí, no nos harían nada, de esto estaba casi seguro, pero no sabía que tanto importaba él como seguro por lo que debía andarme con cautela. Lo primordial era la ayuda de esa mujer que, por más odio que le tenga, era la única que podía ayudar a Muriel.
Me senté mirándola fijamente y en cuanto nos imitó con un gesto burlón no dude en ser directo.
—Le ofrezco al señor Cassian.—Su expresión se enfrió y toda la burla desapareció de sus gestos cuando me incliné hacia adelante y apoye las manos sobre el escritorio. Alzó la mano hacia el único hombre que cuidaba la puerta y chasqueo los dedos para que se vaya. La puerta se cerró y me miró para que continué.—Se dónde estará, cuándo y cómo cobrar su vida.
El señor Cassian se revolvió incómodo y agrego:
—También puedo ofrecerle datos concretos sobre sus finanzas, sus respectivas alianzas y dónde puede tener todo su dinero.
Bien, eso no lo esperaba pero lo pase por alto sin intimidarme por la manera en que ella nos evaluaba. Sus ojos finamente maquillados se entrecerraron y apoyó las uñas sobre los labios, pensativa. Exhaló, se recostó sobre el respaldo de su sillón y preguntó:
—¿Y qué desean a cambio?
—Que rescate a sus hijos.
Sus ojos se abrieron con sorpresa y fue imposible ocultarlo a tiempo.
—¿Ya lo saben?—musito y asentí.—La niña…
La presión en mi pecho volvió a aparecer.
—Ella me envió.
Soltó una ligera mueca, algo que si no hubiera estado mirando hubiese pasado por alto, y se levantó con un delicadeza, caminando rápidamente hacia la diminuta mesa en la esquina de la habitación. Se detuvo dándonos la espalda y podía oír el tintineo de los cristales al chocarse mientras se servía un vaso de whisky. Se volteó, parecía desconcertada mirando a la puerta, pero al cabo de unos tragos en silenció, revolviendo su contenido ligeramente, caminó de nuevo hacia su sillón, se sentó y nos miró.
—Tenemos un trato.
. . .
—¿Estás listo?—Miré a mi hermana parada junto a la puerta del carruaje con un vestido de gala digno de una duquesa y asentí inquieto por lo que estábamos a punto de hacer.
Había pasado los últimos días investigando sobre las fuerzas policiales, Muriel había mencionado sobre la corrupción dentro de la linea de jefes y me preocupaba haber estado en lo correcto cuando creí que se hacía vista gorda con los negocios ilícitos en el muelle por lo que tuve que ir con cuidado al buscar aliados y preparar la redada para la subasta de vírgenes. Por suerte dí con el hombre correcto al consultar los archivos de Ness y logré mostrarle algunas pruebas que Muriel junto para que me crea. El resto fue tan sencillo y secreto que me sorprendió que nada hasta ese momento haya salido mal.
—Desearía ir con ustedes—confesé mirando la enorme mansión del marqués por la ventana de la puerta. Desearía bajar con ellos y esperarla. Quería disculparme, había pasado noches completas mirando el techo y pensando en el momento en que la vea.
—Lo se—suspiró mi hermana inclinándose hacia adelante y acomodando mis protecciones con tirones y sacudidas. Estaba más pálida que de costumbre, a ella también le inquietaba pero fingía mejor que yo y cuando termino solamente me miró preocupada, apoyó la mano sobre mi mejilla y se apartó apretando los labios.—Debes tener paciencia, esto es muy importante. Todo estará bien, lo prometo, no le sucederá nada.
Asentí confiando en su seguridad y miré a Aldrich a su lado, vestido con un traje negro digno de un duque.
—Cuidala por favor.
Él asintió y oímos las campanadas que marcaban la hora de entrada.
—Cuidate—pidió Ness tomando mi mano. Le di un apretón y permití que abra la puerta y salga a la noche. Me aparté para dejar que Aldrich Cyrus salga y lo detuve justo antes de que cierre la puerta. Lo miré nervioso e incliné la cabeza.
—Gracias.
Me imitó y sonrió con amabilidad.
—No es nada.
. . .
Durante toda la tarde había pensando en el momento en que la tuviera en frente, ensaye cientos de veces lo que diría, lo que haría, como la miraría, solo un momento me permití olvidarla, aplazar su imagen de mi mente para enfocarme en mi trabajo al salvar a aquellas muchachas que ella me envió a ayudar. Solo ese momento me permití no pensarla, y en cuanto acabe no logré contener mi ansiedad y corrí hacia ella. Estaba parada frente a Aldrich, sonriendo y mostrando su vestimenta con orgullo, hasta que reparo en mí junto a las escaleras y sus ojos brillaron con una intensidad que borró cada ensayo que pude planear. Observó mi rostro. Estaba bien, parecía que no había sufrido ni un rasguño pero quería acercarme para comprobar y tomar su rostro entre mis manos con cariño.
Conduje a Muriel hacia el tejado de mis padres incapaz de pensar en algo que suene coherente al hablar. Quería tomarla de las manos, abrazarla, quería enterrar las manos en su cabello y mirarla durante toda la noche hasta que amanezca. Quería que esa noche acabe y comience con ella. Pero no podía dejar de sentir la presión en mi pecho. Estaba avergonzado por la carta que le envié, por mis palabras, por cada momento en que sentí rencor en lugar de hablar con ella.