Di el reporte del día y salí de la oficina agotado. La noche había caído tarde porque el invierno daba paso al verano y el frío que antes pintaba las calles de blanco comenzaba a disiparse lentamente. Me moría de ganas por salir, quería volver con Muriel y pasar el resto de la noche con ella.
Solo pasaron algunas semanas desde que me recibió con esa enorme sonrisa brillante que cubría sus ojos y aún no lograba borrarla de mi memoria. Me abrazo con fuerza en cuanto le dije la sentencia de su padre, me dijo gracias entre susurros y caricias que jamas pensé que podría necesitar y luego me beso. Amaba que me besara o me mirara o simplemente sonría. La amaba a ella. Pero en cuanto llego la carta de reclutamiento todo su animo decayó y eso me preocupaba. Silas me dijo que lloraba cuando no estaba y Ness menciono que apenas lograba probar algún bocado durante el día, pero yo no sabía qué hacer. La abrazaba con fuerza cada vez que la veía, pasaba mis noches a su lado, sujetándola, pero ella no parecía la misma mujer que conocí y tampoco la muchacha a la que le dije que la amaba, sino que volvió a ser esa hermosa criatura dura que cuando me miraba parecía ocultar pesadillas en su interior.
Exhalé y miré al final de la calle con la sensación de estar siendo observado, di varios pasos hacia la puerta de la casa de mis padres y me detuve al oír pasos a mis espaldas.
—Señor Cassian—llamó una voz conocida, ronca. Me volteé hacia la figura parada del otro lado de la calle y entrecerré los ojos hasta reconocer al sargento Halston.
Fruncí el ceño.
—¿Sargento, qué hace aquí?
—Yo lo llamé—dijo otra voz a mis espaldas y al mirar encontré a Otis parado en la puerta abierta con solo una camisa y el chaleco, mirando la escena con el rostro apacible. Suspiró y caminó hacia mí—. Con lo que sucedió creí que Muriel podría hacer algo drástico y quiero prever algo irremediable.
Su mención puso todos mis sentidos en alerta.
—¿Qué hizo Muriel? ¿Dónde esta?
—Ella está bien, esta durmiendo—dijo su hermano caminado hacia la calle y mirando al sargento Halston al detenerse junto a mí—. Julian, escucha la propuesta que el sargento tiene para ti.
Miré al hombre callado del otro lado de la calle cauteloso.
—Bien, cuando vea a Muriel...
—No—interrumpió él—, ella no debe saberlo.
—¿Por qué?—pregunté desconfiado.
—Porqué será secreto.
Lancé una mirada a Otis parado a mi lado y él suspiró apartando la mirada.
—La carta de reclutamiento, la envió mi padre—confesó.
Lo miré desconcertado.
—¿Qué? ¿Cómo...?
—Hace algunos meses, mientras yo me encargaba de sus negocios, llegó una parecida pero sin el nombre, como si estuviera falsificada pero con el sello del ejercito genuino. Él me amenazó con que llevaría el nombre de Silas si no obedecía.—Soltó una mueca y me miró con lastima—. Ahora comprendo porque lo tenía.
—Eso no puede ser cierto—musité pero tenía sentido que Muriel actuara tan extraño y la manera en que evadía constantemente el tema. No podía ser cierto, me parecía que nadie podría ser capaz de ello, y aún así cada palabra que Muriel me confesó durante las ultimas semanas que paso con su padre se volvieron presentes.
El calor abandonó mi cuerpo. Ness tenía razón, él la castigaría por mi culpa.
—Señor Clive—volvió a llamar el sargento Halston y cuando me volteé hacia él sentí un pequeño brillo de compasión—, ya que le informaron acerca de los planes del Aurelius Cassian con usted le pediré un minuto de su tiempo. —Asentí y lo seguí aturdido hasta un carruaje en la otra calle, ocultó entre las sombras. Entramos con Otis a mis espaldas cerrando la puerta y golpeó dos veces el lateral para que se ponga en marcha.—Bien, usted ya conoce mi trabajo. Yo pertenezco a un departamento del gobierno encargados de infiltrarse en sociedades presuntamente sospechosas y reunir información y pruebas con el fin de permitir que la justicia actué. El resultado es evitar victimas para el estado. Dado que usted nos ayudo a encarcelar al señor Cassian y a liberar sus esclavas junto con sus hijos, y previendo su actual situación, puedo ofrecerle un puesto en el departamento.
El carruaje dio una sacudida y utilicé el momento para digerir lo que acababa de oír tragando saliva.
—¿Eso no es igual de peligroso que ir directamente a la batalla?—pregunté confundido y el sargento negó.
—No, usted estará infiltrado entre políticos, generales o personas de poder.
—¿Y qué debo hacer?
Un az de luz dio en su rostro cuando el carruaje volvió a sacudirse y vi ojos brillar con entusiasmo.
—Si acepta, le indicaremos qué hacer y cómo hacerlo luego del entrenamiento.
—¿Por cuánto tiempo será?
—Eso no puedo asegurarle—soltó una mueca, algo parecido a una disculpa, y añadió—, pueden ser meses o años. Depende de lo que descubra y cómo podamos usarlo.
Suspiré. Era una buena propuesta, mejor que tener que enfrentarme a la batalla sabiendo que el Aurelius Cassian tenía todas las cartas y la suerte de su lado, pero había algo que me dejaba inquieto.
Lo miré a él y a Otis de hito en hito. Me sentía confundido y presionado, sentía que la cabeza me iba a estallar y quería detener el carruaje para salir, pero la actitud del sargento dejaba en claro que ese era el momento decisivo. No habría otra oportunidad.
—¿Qué pasará con Muriel?—pregunté bajando la mirada, afligido—. Nos íbamos a casar.
El sargento se aclaró la garganta.
—Ella no podrá casarse con usted si está muerto, señor Clive.—Alzó la mano y volvió a golpear el lateral del carruaje—. Piénselo.
El resto del viaje de vuelta lo hicimos en silencio. Otis miraba sus manos con el rostro pétreo y respiraba con tranquilidad, como si no quisiera que nos enteremos que él estaba allí, pero para mí el peso de su presencia significaba el dolor que le provocaría a Muriel. Miré al hombre frente a mí observar por la ventana entre las sombras y suspiré. Era la mejor oportunidad que tenía, él tenía razón, y en cuanto nos detuvimos y el silencio sepulcral quedo expectante por mi respuesta, hablé.