20 𝔇𝔢 𝔍𝔲𝔫𝔦𝔬.
𝔔𝔲𝔢𝔯𝔦𝔡𝔬 𝔇𝔦𝔞𝔯𝔦𝔬:
Suspiré. El aire fresco de la madrugada erizó los vellos de mis brazos, pero no busqué refugio. Me dejé llevar por la brisa fría, esperando que el tiempo, implacable, borrara los recuerdos que mi mente se negaba a soltar, recuerdos que me acechaban en la soledad.
Es extraño cómo vivimos, fingiendo que no llevamos cicatrices, que no hay acciones que desearíamos deshacer, decisiones que nos persiguen. Fingimos que cada muerte, cada instante arrebatado, era inevitable, un destino escrito, una marca de verificación al inicio de cada nombre, una línea que tacha a quienes se fueron.
A veces me pregunto: ¿cuándo nos volvimos tan indiferentes? ¿Cuándo justificamos la violencia con un "se lo merecía"? ¿Cuándo nos convertimos en los demonios que tememos, prescindiendo de su influencia para justificar nuestras acciones?
Parpadeé, despertando de esa ensoñación donde no tenía que fingir. Donde no tenía que ocultar el dolor de las traiciones, de la desconfianza, de un amor que resultó ser una mentira. Donde el peso de la realidad no me aplastaba.
En esos momentos de agobio, me preguntaba si Teo, Gabriel, Rafael, mis padres, mis hermanas… todos los involucrados, se sentaban en sus oficinas, camas o celdas, mirando el suelo o el techo, pensando en ese día.
El día que conocimos a dos demonios.
El día que yo morí.
●●●
La mañana siguiente me encontró en la biblioteca, la mano y el tobillo vendados, frente al paquete que Sebastián me había dado antes de morir. Lo tomé del escritorio en forma de C, el escritorio de papá, ahora de mamá. Ella apareció un instante después, vestida con un traje rosa pálido, el cabello recogido en una coleta alta, el flequillo apenas velando sus cejas.
—Ángel, necesito hablar contigo.
Corregir el "Ángel" ya era un chiste gastado. La miré, esperando la reprimenda de siempre por mis peleas con mis hermanas.
—Ayer, después de llamarte para ver cómo estabas —dijo, abarcando con un gesto el desastre de las alarmas—, hablé con Meghan. Le pedí explicaciones y me pidió que te dijera que lo sentía.
Esperé, pero solo nos miramos. Fruncí el ceño.
—Está bien —dije despacio—. ¿Se disculpa por llamarme entrometida? ¿O por decirme que no me metiera en asuntos de asesinatos? —Su consideración me molestó—. Meghan no se disculpó de verdad, solo porque usted se lo pidió.
—Hija…
—¿Qué, mamá? —Dejé caer el paquete sobre el escritorio—. ¿Por qué siempre soy yo la que recibe el sermón por pelear con mi hermana? ¿Por qué siempre tengo que callar, que me silencien? ¿Por qué, mamá?
Reconocí su vergüenza, pero necesitaba respuestas. Le hice una señal, exigiendo una explicación.
Se sentó frente a mí.
—Cuando te tuve por primera vez en brazos —sonrió, como si viera a mi yo bebé—, me sentí tan afortunada. Amo a tus hermanas, pero verte a ti… tu cabello cobrizo, tu piel, los ojos de tu bisabuela… me sentí una mujer con suerte. Eres completamente yo. Tienes el carácter fuerte y explosivo de tu padre, pero no importa. De mis tres hijas, solo tú eres el claro ejemplo de las mujeres de mi familia, solo que… mejorada. Todas somos dóciles. Habríamos agachado la cabeza, fingiendo que nada pasaba. Incluso Kate, con su tenacidad, está muerta de miedo.
Tragué saliva, recordando sus infinitas llamadas y mensajes, rogándome que dejara todo en paz, que ella conseguiría una orden de alejamiento. Pero no podía. No podía fingir que no había gente sacrificándose en nombre de un demonio. Eso era más que un simple polvo bajo la alfombra.
—Pero tú eres diferente —continuó—. Estás dispuesta a pelear por ellos —me señaló—, a pelear por ti misma. Y no te voy a mentir, tengo miedo por ti, pero estoy orgullosa de que seas diferente a nosotras —me sonrió—. Por eso te mantuvimos alejada de todo esto. No queríamos que lucharas con lo que veías. Tu padre y yo sabíamos que tarde o temprano tendrías algo grande. Desde niña, capaz de enfrentarte a un niño mayor y decirle que se alejara o "patearía sus canicas"... —reímos—. Sabíamos que harías todo para detener lo que te hiciera luchar. No esconderías la cabeza en la arena. Queríamos que tuvieras una infancia normal… obviamente fallamos.
Sí, habían fallado. Mi infancia fue todo menos normal: la madre muerta del novio de un amigo, el hermano mayor de otra amiga que murió de cáncer… Y el que me prohibieran investigar, el intentar entenderlo todo, solo añadió estrés y ansiedad a mi vida.
Entiendo que querían protegerme, no puedo culparlos. Pero, ¿un poco de comprensión en lugar de hacerme sentir como si tuviera un problema mental les haria mal? Podía entender su deseo de protegerme, incluso no podía culparlos, pero hubiera preferido un poco de comprensión en lugar de sentirme constantemente como si tuviera un problema mental.
Yo no soy de las personas que suele tranquilizar a los demás solo para evitar su remordimiento. Nunca fui así y creó que nunca lo seré, a mi me gusta que la gente sepa y entienda cuando están equivocados. Me gusta que acepten sus errores y al final se disculpen.
Asentí.
—Tiene razón, fallaron. No voy a mentir y decir que tomaron la decisión correcta —tomé la pequeña navaja que usábamos para abrir sobres—. Pero lo entiendo. Entiendo por qué intentaron mantenerme alejada de todo esto, pero no fue la decisión correcta —la miré a los ojos—. De niña, me llamaban loca por hablar sola. Pero yo no lo veía así. Había alguien frente a mí, solo que invisible a los demás. En la pubertad, me dolía ver a mis amigas alejarse porque no era normal ver una sombra negra sobre una profesora que murió días después. Me dolía que me llamaran bruja. La adolescencia no fue mejor. Ahora, de adulta, desearía haber alzado la voz, haber expresado mi sufrimiento. Quizás muchas cosas habrían cambiado.
Bajé la mirada; sus ojos se humedecían con mis palabras. Durante años guardé silencio. Necesitaba contarle cómo me sentía mientras crecía.
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Editado: 03.02.2025