Querido jefe Narciso

Capítulo dieciocho

Deposité una de mis fresas de chuche sobre mi lengua, sin apartar la mirada de la pantalla de mi ordenador.

Me encantaban las noches cálidas de verano, tumbada en la cama, viendo una película de Audrey Hepburn por millonésima vez y arropada por la suave brisa que se colaba por mi ventana. Eran monótonas e invariables y eso era lo que más me gustaba de los meses de calor. En invierno hacía lo mismo, pero arropada con mi edredón y bebiendo chocolate caliente en lugar de Coca Cola. Fuera como fuese, disfrutaba de mis días de soledad.

Hacía tiempo que no podía disfrutar de una noche como aquella. El vestido de Marinette me había consumido muchas más horas del día que mi propio trabajo y el solo hecho de tumbarme en la cama provocaba que me sumiera en un sueño profundo hasta que el despertador me sobresaltaba cada mañana a la misma hora, así que mi tiempo de ocio se había reducido a tomar una ducha y comer golosinas para desayunar a la vez que veía algún tutorial de maquillaje en YouTube.

Bostecé, aunque no por culpa de la película. Eran cerca de las doce de la noche y cada mañana tenía que levantarme a las seis y media para poder llegar al primer autobús, el único que me dejaba a tiempo en mi trabajo, así que solía irme a dormir pronto, sobre todo durante las últimas semanas.

Dirigí mi mirada hacia el sillón que había en la esquina de mi habitación, sobre el que se encontraba la principal razón de haber olvidado de pintarme las uñas, el vestido blanco de tul que abultaba muchísimo más que una persona que debía llevar Marinette Lamartine el día de su boda, aunque, visto lo visto, estaba segura de que no lo merecía.

Negué con la cabeza. No podía meterme en su vida. Ella no era nada para mí y yo tan solo era su diseñadora, así que no tenía el derecho de juzgar sus actos adúlteros aunque fueran con mi vecino, al cual yo había estado acosando desde las sombras desde que me mudé a aquel edificio. Era la menos indicada para meterme en la vida amorosa de mi clienta, aunque no podía evitarlo.

Yo no tenía amigas y tampoco familia cercana, así que era poca la gente que me contaba sus problemas, fueran o no interesantes. Por eso mismo me estaba obsesionando tanto con Marinette y, aunque no fuera una excusa, culpaba mi nulo don de gentes de ser una persona tan horrible en aquel momento.

Ya no prestaba atención al dramático final de la película, aunque debería de haberlo hecho, pues, sin darme cuenta, mi mano acabó sobre la tecla para subir el volumen y un enorme grito proveniente de la aguda voz de Audrey Hepburn fue suficiente para perforar mis tímpanos con rapidez.

Cerré la pantalla de mi ordenador con violencia debido al sobresalto y me maldije a mí misma por no prestar atención a lo único que debía de importarme en aquel instante.

Sin embargo, el daño ya estaba hecho.

—¿Qué se supone que estás haciendo, pedazo de loca? —gritó un somnoliento Bastien, frotándose el rostro a la vez que asomaba por debajo de la persiana que separaba su habitación del balcón, ataviado exclusivamente con unos bóxers claros algo pequeños para su gran figura.

Sentí mis mejillas arder casi al instante y también oí el latido de mi corazón retumbar con fuerza en mi pecho.

Salté de la cama ágilmente para ir a correr las cortinas, como si nada hubiera pasado allí, aunque él ya me había visto y yo no era tan rápida como creía.

Oí los llantos del bebé que vivía en el piso de abajo y supe que había sido también culpa mía, aunque no sabía si era peor el pobre niño o mi enorme vecino de ojos azules que acechaban la oscuridad de la noche como dos estrellas en el cielo.

—Mierda —maldije, viendo cómo Bastien salía al balcón, semidesnudo y evidentemente cabreado.

—¿Qué ha sido eso, Aggie? —preguntó con la voz ronca, llegando a la barandilla para ser iluminado por las tenues aunque directas luces de mi terraza, que hacían destacar sus impresionantes abdominales.

Salí yo también al balcón mirando al cielo, porque sabía que si decidía centrarme en su perfecto cuerpo iba a babear en cuestión de segundos.

—Lo siento, no quería despertarte. Estaba viendo una película y se ha subido el volumen de repente, yo... — intenté disculparme, aunque él estaba sonriendo de pronto y yo no podía concentrarme.

—Eso díselo al pobre bebé de los Saint, van a matarte como te encuentren —rio con naturalidad, pese a que sus ojos estuvieran ligeramente rojos y su pelo alborotado, señal de que había estado durmiendo hasta mi intromisión.

—Lo siento —repetí, realmente avergonzada, más por estar mirando sus abdominales que por haber subido el volumen a niveles inhumanos.

Él negó con la cabeza e hizo un amago por volver a su habitación, aunque se detuvo a medio camino.

—¿Estás bien? —preguntó, de pronto.

Me sorprendió que dijera aquello, más bien porque no sabía bien a lo que se refería.

—¿Yo? Su... Supongo. —Me encogí de hombros, indecisa.

—Lo digo por lo de Laboureche. Sé que trabajabas en un taller de moda, te veo coser desde aquí trajes medio acabados y marcharte con bolsas llenas de telas cada mañana, aunque, desde esa noche en la que te rechazaron, no he vuelto a verte coser nada más que ese vestido —murmuró, señalando el traje de novia de Marinette.

Mis labios se entreabrieron, mostrando mi sorpresa. Yo no era la única observadora en aquel quinto piso.

—Oh, no, no... Estoy bien. No tienes que preocuparte por mí, creo que a mi jefa no le va muy bien en la tienda. Últimamente han descendido los pedidos y no tengo nada más en qué concentrarme que en el vestido de novia, pero eso no significa que... Bueno, si no me aceptaron en Laboureche es porque no fui lo suficientemente buena, he de volver a mi vida anterior como si nada hubiera pasado.

Bastien apoyó los codos en la barandilla negra, dispuesto a continuar con la conversación. ¿Acaso él no estaba incómodo así vestido?

—Han desvelado hoy en el periódico la imagen de la corbata ganadora al pase para ser Selecto. Una señora estirada, creo que una de las diseñadoras de Chanel, ha denunciado al periódico por difamación, porque esa no era la corbata que ganó el pase a Laboureche —expuso, obviando completamente lo que yo le había dicho—. Dicen que ella fue la tercera finalista.




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