Cuarente-Narciso día 7
Nunca hubiera sospechado de Claudine. Tal vez de Jon o de algún otro Selecto, pero nunca, jamás, de mi nueva jefa.
Narcisse, más que enfadado, parecía completamente desubicado y bastante sorprendido a la vez. Creía que había encontrado la excusa perfecta para sacarme de en medio fuera cual fuera la razón por la que estaba empeñado en echarme, aunque nunca había creído que alguien de su propia familia pudiera haber sido quien le hubiera traicionado.
—¿Qué acabas de decir? —le preguntó a su tía bisabuela, tras varios segundos en silencio.
Ella chasqueó la lengua a la vez que hacía rodar sus ojos, como si pretendiera restarle importancia.
—No hagas un mundo de ello, Narcisse. Tenías que presentarte al mundo de alguna forma antes o después, deberías de agradecer lo que he hecho, ya que ahora todo el mundo, incluso aquellos que no conocían nuestra empresa, conozca tu nombre.
Él se apartó de mí para dirigirse violentamente hacia Claudine, aunque se detuvo antes de llevar a ella. Le pegó una patada a la silla para descargar su ira, provocando que prácticamente todos los que estábamos en aquella sala diéramos un salto.
Estaba delante de sus empleados actuando como un verdadero demente y estaba segura de que, por primera vez, no había sido yo la que lo había provocado.
No podría haber aparentando serenidad ni aunque hubiera querido.
—¿Y por qué tenía que afectarme a mí? Yo solo quería hacer mi trabajo —intervine, esperando que tanto escándalo tuviera algo que ver conmigo y no solo con la reputación de Narcisse.
Claudine me echó una ojeada, antes de encogerse de hombros, mientras Narcisse se apoyaba en la mesa, tal vez intentando mantener la calma.
—Porque una Selecta jamás debe compararse con una cebra, bonita e intocable, sino más bien con su depredadora, fiera y letal. Es difícil que vayan a poder ver a quien Narcisse describe si creen que estáis juntos. Lo he hecho por tu bien, como también lo he hecho por el suyo. Aquí hemos venido a trabajar, no a competir por quién da su brazo a torcer antes —expuso, con demasiada tranquilidad.
Di un par de pasos hacia atrás segura de que iba a chocar contra la pared pronto, tan solo para poder centrarme en respirar correctamente y pensar en lo que acababa de decir aquella aparentemente inofensiva mujer.
¿Qué había hecho yo mal en la vida para que, cuando lograra lo único que hacía años que me importaba, tuviera que encontrarme con gente como aquella que quisiera desestabilizar mi vida?
—Oh, vamos —dijo Narcisse—. ¿Te parece que es momento de centrar las cosas sobre ti? Estoy seguro de que tu problema de imagen no va a tener nada que ver con lo que pueda pasarme a mí. A ti te van a olvidar en unas semanas y a mí, tía Claudine... ¡Hasta el jodido día en el que me muera me van a recordar que mi primera portada en una revista fue porque me estaba tirando a una empleada!
Me detuve, frunciendo el ceño en su dirección, sabiendo que aquella no era la actitud que el maldito jefe de la empresa de moda más importante del mundo debía presentar en aquella situación.
—Así te van a recordar, no como a mí, que me ven por la calle y tan solo piensan en una agradable señora mayor con sus collares de perlas —se burló, aunque Narcisse tenía la mirada de un verdadero asesino en serie.
—Te lo creas o no, a mí sí me importa mi imagen. No es lo que va a pasar en el futuro, es lo que está ocurriendo ahora. No puedo salir de mi casa ni entrar en ella porque decenas de periodistas creen que me acuesto contigo para poder trabajar aquí cuando eso no se acerca ni un poco a la realidad —solté, acercándome a Narcisse como él como lo había hecho antes conmigo.
Claudine levantó ambas cejas, sorprendida con mi intromisión.
El rostro de mi jefe estaba rojo y se marcaba una vena en la parte izquierda de su esbelto cuello, siendo la representación humana de la ira frente a mí.
—He ido a por ti, Tailler. Dos días seguidos. Cuando deje de hacerlo van a desaparecer, ¿sabes por qué? —Ni siquiera esperó a que respondiera a su pregunta—. Porque no eres nadie. Y, aunque ahora creas que todo gira a tu alrededor, no lo hace, porque sigues siendo una incógnita indefinida y pronto todos, incluido yo, vamos a olvidarnos de ti.
¿Por qué se empeñaba en odiarme tanto? Yo no le había hecho nada, ni siquiera lo había intentado, para merecerme todas aquellas palabras envenenadas que estaban llevándome al borde de la amargura y que, de algún modo, provocaron que cayera sobre una silla, abrumada por la situación y por lo que estaba a punto de suceder.
—Cállate, Narcisse. No eres tú quien decide cómo tiene que vivir, así que haz el favor de dejar de dramatizar todo lo que está pasando y déjanos trabajar. Si lo hubiera sabido, te habría delatado cuando aceptaste a Jonhyuck —dijo Claudine con frialdad.
El CEO relajó sus labios, que hasta ahora eran una simple línea blanquecina por la presión y pronto hizo lo propio con sus puños. Al parecer, sí tenía algo de control sobre su cuerpo, aunque no estaba tan convencida de que podía hacerlo con sus palabras.
Mi cabeza daba vueltas y no sabía por qué. Tal vez era demasiado abrumador todo aquello como para sentirlo de golpe.
—Seguid trabajando. Y que alguien le dé un poco de agua a Marie Agathe —ordenó la jefa de taller, al ver cómo escondía el rostro entre mis frías manos, comprendiendo poco de lo que acababa de pasar.
Quise negarme y fingir que estaba bien, porque lo último que quería era hacer el ridículo como tantas veces había demostrado, aunque, antes de que me diera cuenta, algo chocó contra la mesa frente a mí y pude observar cómo la mano de Narcisse se apartaba de la botella con la misma rapidez con la que la había dejado.
—Ya puedes ir dándome las gracias —me dijo, mucho más calmado que minutos atrás, cerrando la puerta del armario del que había sacado el agua que había frente a mí.