Cuarente-Narciso día 8
Metí la delicada tela que iba a cubrir el cuerpo de Reese O'Shaughnessy en menos de cuarenta y ocho horas dentro de la bolsa negra que me había traído una de las costureras, tras haber convencido a mi implacable jefa que podía terminar mi trabajo durante aquella noche, como lo había hecho tantas veces durante mi vida.
—¿Estás segura de que no quieres que te ayude? También es parte de mi trabajo, después de todo —murmuró Jon, recogiendo sus cosas.
Fingí sentirme halagada por su propuesta, pero pronto negué con la cabeza. No éramos amigos, así que no nos debíamos nada, mucho menos nuestra ayuda.
—Solo voy a intentar arreglar la caída de la falda antes de que las costureras le añadan las perlas —me excusé, tan solo para darle un motivo.
Él asintió con la cabeza, sin insistir más, y cogió su maletín color camel antes de salir del taller, dejándome a solas con un maniquí desnudo y la bolsa negra, en la que guardaba el bendito vestido que tanto tiempo hacía que los Selectos trabajaban en él.
Normalmente, cada uno trabajaba en lo suyo, como diseñadores independientes de prendas dispares para las pasarelas de moda y las distintas colecciones que se vendían en las tiendas de Laboureche. Sin embargo y tan solo por ocasiones realmente especiales, se asignaba un mismo vestido para los siete, como en aquel caso lo era el vestido que Reese O'Shaughnessy iba a subastar en la gala benéfica que iba a acudir con el fin de proteger la fauna marina.
En ese momento, mi única preocupación era que los alfileres no se engancharan con la tela del vestido, aunque realmente solo era una excusa para dejar de pensar en que Louis Sébastien Dumont estaba esperándome, supuestamente, en la entrada a Laboureche.
Apagué la lámpara que había sobre mi escritorio, tomándome mi tiempo para terminar de recoger mis cosas, antes de oír un ruido procedente de la sala de reuniones, a pesar de estar completamente sola.
Me dirigí hacia la salida, con la bolsa entre las manos y curiosa por saber qué había ocurrido.
No tardé en averiguarlo.
—Pensaba de verdad que habías sido tú —dijo Narcisse, asomándose por la puerta de cristal, mirándome como un cordero degollado.
Supuse que aquello era una disculpa.
—Ya tengo suficientes problemas como para que me acuses injustamente y decidas sobre mi relevancia sin conocerme ni un poco, Narcisse. Yo nunca haría algo así —respondí, sin atreverme a acercarme más a él.
Ni siquiera intentó decir algo en mi contra, sino que simplemente se apartó de la puerta para dejarme pasar.
Conseguí salir del taller sin mirarle a la cara, dispuesta a alejarme de él lo máximo posible, aunque su voz me detuvo.
—¿Qué llevas en la bolsa? —preguntó, como si de verdad le importara.
Me sorprendió que siguiera hablando, después de haberme dicho que, literalmente, yo no era nada relevante para él ni para su empresa.
—El vestido. Quiero terminarlo antes de que puedan añadirle las perlas —le informé, intentando que no continuara con la conversación alejándome un paso más.
—¿Y piensas llevar algo tan importante en el autobús? —insistió.
Fruncí el ceño antes de darme la vuelta hacia él para poder observarlo. Su delicado rostro estaba sombreado por la falta de luminosidad y, aunque solamente fueran las seis de la tarde, me costó identificar la tenue y forzada sonrisa que había en su rostro.
—Bastien viene a buscarme —murmuré entre dientes.
Vi cómo fruncía el ceño ligeramente antes de relajar todos los músculos de su rostro, intentando controlar sus emociones.
—Lo siento por eso. Creía que habías sido tú la que me había delatado —soltó, sin más, como si pudiera comprender a lo que se refería.
—¿Qué es lo que sientes?
Bajó la cabeza para ocultar una sonrisa que denotaba diversión y levantó las cejas a la vez que sus mirada se fijaba directamente en mí.
—Hice que alguien contactara con tu madre en cuanto la vi salir por la televisión y tal vez le di la dirección de Louis alegando que erais vosotros los que mantenías la relación. Pensaba que iba a ir a la prensa a descubrir vuestro secreto y tener una excusa para echarte de mi empresa, aunque sigo sin tenerla. Parece que no eras la villana de la historia —confesó, aunque yo ya lo sabía.
Era tan retorcido como para difanarme a mí y a Bastien, quien, por descontado, nunca le había hecho nada.
—Adiós, Narcisse —le dije, alejándome de nuevo de él para llamar al ascensor.
—Hasta mañana —murmuró, inmóvil en su sitio.
Conseguí escapar del pasillo sin decir nada más, aunque, antes de que las puertas del ascensor se cerraran, pude oír cómo alguien golpeaba algo, provocando que las paredes del pasillo vacío temblaran, como mi cuerpo entero.
Mi corazón se habua acelerado inexplicablemente y podia sentir los fuertes latidos retumbar en mi pecho, por alguna razón que no comprendí.
Conseguí salir del edificio un par de minutos después, logrando sonreír a quienes se me cruzaban, dispuesta a buscar a Bastien estuviera donde estuviese.
—¡Aggie! —me llamó una voz, desde mi derecha.
Vi a Bastien agitar los brazos junto a un llamativo coche rojo, intentando llamar mi atención.
Agarré la bolsa con fuerza para evitar que se cayera, me dirigí hacia él con una sonrisa algo menos forzada, pues, por alguna razón, me alegraba verle allí, vestido, esperándome como nadie lo había hecho en mucho tiempo.
—Hola —murmuré, cuando logré llegar justo donde él se encontraba.
Casi sin pensárselo, puso una mano sobre mi brazo y se acercó lo suficiente como para besar mi mejilla derecha.
Abrí mucho los ojos para reflejar mi sorpresa y mis labios, involuntariamente, se entre abrieron. Ningún chico jamás se había acercado tanto a mí como para besarme, ni siquiera como lo había hecho mi vecino.
Él pareció darse cuenta de mi desconcierto y no fue hasta pasados unos segundos marcados por un incómodo silencio que se dio cuenta de lo que acababa de hacer.