Cuarente-Narciso día 14
—Puede que sea mejor que la mía —soltó Jonhyuck, acercándose a mí.
Sonreí, aunque no levanté la cabeza para mirarle ni un solo segundo.
Claudine había advertido mi dedo malherido mucho antes de que yo pudiera siquiera intentar ocultarlo y me había prohibido acercarme a otra máquina de coser en todo lo que quedaba de día, así que tan solo había podido trabajar en los bocetos de algunos de los diseños que podían llegar a desfilar en la Semana de la Moda en menos de un mes, justo antes de decidirme a terminar la corbata que le había prometido a Narcisse, pues era lo único que podía hacer.
Realmente era perfecta para alguien que jamás se había dedicado a la moda masculina. Era roja, como la sangre oscura que teñía los campos de batalla, preguntada con un grueso hilo del color del vino, perfectamente identificable desde cerca, aunque fundiéndose con la tela original en un precioso color borgoña desde cierta distancia.
—He visto una parecida en la nueva colección de Ermenegildo Zelda —afirmó Jean-Paul Renoir, colgado del brazo de su hermano, vestido exactamente igual que él. Si Gérard no le hubiera sacado siete años, podría haberlos confundido con facilidad.
—Yo creo que es en la de Emporio Armani, amigo —repuso Jean-Jacques, escondiendo sus gafas metálicas en su respectivo neceser antes de esconderlo en su maletín de cuero oscuro.
Philippa, siempre seria, hizo un gesto para despedirse de nosotros y salió de la sala sin decir ni una sola palabra.
Siempre había soñado con tener la oportunidad de hablar con Philippa Javert, mi modelo a seguir desde que supe que mi verdadera vocación estaba relacionada con el mundo de la moda, aunque, al conocerla, ella no me había visto como una fiel seguidora, sino como a una compañera de trabajo más en aquella sala llena de hombres a los que soportar durante las largas jornadas de trabajo en Laboureche. Lo único que parecía hacerla feliz, aunque no lo demostrara en ninguna ocasión, era el momento de marcharse a su casa junto a su mujer y su hija, Kira Javert, la modelo que abría todos y cada uno se los desfiles de Laboureche.
Levanté la cabeza para comprobar que todavía quedaba gente allí, sorprendiéndome al instante al ver a Jon, con su hermoso rostro libre de imperfecciones y su mirada impasible, fuera el único cercano a mí.
Jean-Jacques, siempre con su barriga por delante, ya se encontraba junto a la puerta de salida, despidiéndose con una mano en alto aunque sin dirigirse a nadie en concreto.
—Sigo sin entender cómo te ha podido atravesar el dedo —murmuró Jon Jung, analizando mi dedo vendado como si fuera una anomalía.
—Yo me he pinchado muchas veces, pero jamás ha logrado perforarme la uña para salir después por la uña —aseguró Gérard—. Debías de estar muy despistada para que te ocurriera.
Me encogí de hombros. Los analgésicos que me había ofrecido Claudine me habían proporcionado un estado de relajación extremo y ni siquiera podía intentar recordar cómo había ocurrido.
—¡Todos fuera! Mañana hay que venir listos para trabajar el doble de lo que hemos hecho hoy y si no descansáis ahora vais a rendir menos que mi hermano, el cual, por si no lo recordáis, murió hace meses —gritó Claudine, entrando de nuevo en el taller, mascando un chicle y aireando un periódico para enfatizar sus palabras.
Jean-Paul puso los ojos en blanco, le pegó un codazo a su hermano y ambos recogieron sus cosas para huir de la ira, la cual, al parecer, caracterizaba a los Laboureche.
Michele LeBlanc, el único Selecto que jamás se relacionaba con nadie, bajó la cabeza cuando se cruzó con su jefa, desapareciendo del lugar pocos segundos después. Ni siquiera me había dado cuenta de que seguía allí.
—Au revoir —le dije, aunque él ni siquiera se giró.
Parecía que hacia el único que sentía cierta simpatía, por cómo le observaba durante todo el día, era por Jon, aunque no le culpaba, ya que el chico, a pesar de que fuera un tramposo y me hubiera robado mi puesto como Selecta injustamente, era innegablemente atractivo.
—Creo que es mudo —murmuró Claudine, acercándose a nosotros, con el periódico todavía entre las manos.
Yo apagué la luz de mi mesa, dispuesta a recoger mis desperdicios, aunque sin perder de vista la corbata a la que le había dedicado tanto tiempo durante aquel día.
—Puede ser. O tal vez sea un espía para la competencia y tan solo quiera pasar desapercibido —sugirió Jon, con una sonrisa, antes de despedirse sin decir ni una sola palabra más.
Cuando su figura se difuminó entre las sombras del pasillo, Claudine aprovechó para encararme, lanzando su periódico sobre mi mesa, abierto por una de las páginas de sociedad, la cual resultaba extrañamente familiar.
—Ayer llamé al director de Le Gazette para asegurarme de que Narcisse se encontraba en el primer puesto de los solteros más deseados este mes —confesó, como si mi jefe necesitara aquel logro para aumentar su ya infinita autoestima.
—Esta mañana ha entrado en el taller alardeando de su puesto —dije, sin poder evitarlo.
Ella empezó a repiquetear la uña de su dedo índice sobre el papel, señalando la favorecedora foto del segundo puesto entre los solteros, la de Louis Auguste Dumont, idéntico a su hermano.
—Louis Sébastien era el tercero, justo después de su hermano, ayer por la noche —aseguró, como si quisiera darme algo a entender.
Me limité a fruncir el ceño, confundida, esperando a que añadiera algo más, pues, desde luego, ni siquiera entendía el formato mensual de Le Gazette y su lista de solteros.
—Y ahora en el tercer puesto está Giovanni Sanzio —murmuré, leyendo el nombre que había bajo la imagen que un apuesto joven de cabellos negros y ojos increíblemente claros
Claudine quitó el periódico de encima de la mesa para que le prestara atención tan solo a ella, como si quisiera desafiarme de alguna forma.