Querido jefe Narciso

Capítulo cuarenta y seis

Cuarente-Narciso día 16 (1/3)

Mi vecino abrió la puerta con el torso desnudo y el pelo alborotado bostezando y rascándose la nuca con la mano izquierda. Estaba incluso más guapo que cuando iba vestido.

Bajé la mirada cuando él abrió los ojos, finalmente, encontrándome en el pasillo junto a su hermano.

—¿Aggie? —preguntó con la voz ronca, confundido por mi presencia.

—¿No ves que soy Guste? —gruñó su hermano, aunque parecía divertido.

Esquivó a Bastien con agilidad, quitándose la americana gris que cubría su camisa azul y la lanzó sobre el sofá, para sentarse justo después a su lado, cruzando sus piernas con elegancia.

—¿Qué haces aquí? —preguntó mi vecino tímidamente, a quien, por lo visto, había pillado por sorpresa. Como había pasado también la noche anterior, cabía recordar.

—Estaba llorando en el porche de Laboureche y yo, como buen príncipe rescatador que soy, la he traído hasta aquí para ti —intervino Guste, haciendo crujir sus nudillos a la vez que nos observaba, divertido.

Hice una mueca, disconforme con aquella explicación, aunque tuviera razón. Realmente estaba llorando bajo la lluvia como una estúpida.

—He perdido mis llaves —mentí, sin querer desvelar la verdadera razón por la que no podía entrar en mi casa—. Pensaba que podría volver a saltar por el balcón. No suelo bloquear la puerta corredera de la terraza desde aquella noche.

Mi vecino se hizo a un lado para dejarme pasar, cerró la puerta detrás de mí y se fue corriendo por el pasillo hacia su habitación, sin decir nada. Dudé en si debía seguirle o si esperaba a que me quedara allí con su hermano, que me observaba con curiosidad.

Me decidí a lo segundo, ya que, después de lo que había presenciado el día anterior, no sabía bien cómo actuar.

—¿Se puede saber quién deja la puerta abierta? Siendo tú, además, que ahora tienes acosadores —preguntó Guste, arqueando una ceja.

Me encogí de hombros. Nadie iba a poder subir cinco pisos por un conducto de agua sin caerse en el intento y, de todas formas, nadie lo había intentado todavía.

—Lady S le protege la entrada —respondió Bastien, acercándose con una camiseta blanca deslizándose sobre sus marcados abdominales, como si sintiera pudor de repente porque le estuviera viendo su increíblemente ejercitado cuerpo.

Guste arrugó la nariz.

—¿Quién es Lady S? ¿Tu ardilla en cautiverio? —inquirió.

Bastien le pegó una pequeña colleja cuando se sentó a su lado, como si quisiera seguir con la conversación en lugar de dejarme saltar y apartarme de su vista.

No respondí, tan solo me quedé un rato allí de pie, esperando a que el ambiente fuera lo suficientemente incómodo para tener una excusa y marcharme.

—Gracias por traerme —suspiré, sincera—, pero debería de irme ya.

Bastien se levantó de un salto que sorprendió a su hermano, pues frunció el ceño con un verdadero gesto de sorpresa. No pude evitar sonreír.

—Te acompaño —afirmó, sin darme otra opción.

Apreté los labios a la vez que asentía con la cabeza, sin saber qué más podía hacer. Estaba tensa, sin lugar a dudas, pero al menos me había olvidado de lo que había hecho Narcisse hacía menos de una hora.

Guste no dijo nada cuando Bastien pasó por mi lado, indicándome con la mano que me adelantara a él y así lo hice, avanzando con cierta rapidez para evitar pensar en lo incómodo que era aquello, sintiendo el latido de mi corazón cada vez que Bastien daba un paso.

La oscuridad de la habitación de Bastien me absorbió por completo cuando me adentré en ella. Mi vecino estaba justo detrás de mí y casi podía oír su respiración, prácticamente imperceptible, y el calor de su cuerpo cercano al mío.

Cerré los ojos para inspirar profundamente, aunque, de todas formas, no veía nada. No quise avanzar por si me tropezaba, que era lo más probable, ya que era torpe y estaba, obviamente, a oscuras. Por no mencionar que mis amuletos ahora estaban en posesión de Narcisse Laboureche.

Oí el interruptor antes de que la luz se prendiese lentamente, permitiéndome una amplia visión de nuevo de su habitación.

Me llevé una mano al cuello, intentando buscar mi colgante, olvidando por unos segundos que alguien lo había arrancado y lo había hecho pedazos.

Sentí una presencia a mis espaldas y giré la cabeza para comprobar que Bastien seguía allí, algo que, por supuesto, hacía.

Los mechones castaños con reflejos dorados de su cabello seguían desordenados y algunos de ellos caían sobre su frente debido a que su barbilla había bajado para clavar su mirada en la mía.

Sus ojos estaban tristes y grisáceos, como si el identificativo color celeste de sus iris hubieran perdido vivacidad. Mi corazón se encogió cuando vi sus pupilas ocupar la mayor parte de su mirada, tan solo porque yo le estaba observando.

Estábamos tan cerca que yo tan solo quería alejarme.

Tragué saliva, acaparando mi poco valor para girarme de nuevo, dispuesta a salir al balcón y saltar de nuevo al mío, donde debería de estar a tan altas horas de la noche.

Se oían desde la habitación las traicioneras gotas de lluvia caer sobre el tejado y, desde la puerta, pude ver cómo el suelo de la terraza estaba prácticamente inundado. Sin embargo, a mí me daba igual, yo quería irme a mi casa y eso era mi única motivación.

Di un paso adelante y pronto sentí la gran mano de Bastien agarrar mi muñeca con firmeza, deteniéndome.

El repentino cálido contacto me hizo estremecer y quise apartarme, aunque, finalmente, no lo hice, sino que volví a girarme hacia él.

—Lo siento, Aggie —susurró, con la voz rota.

Fingí una sonrisa. Sabía a lo que se refería, pero a mí no me apetecía hablar de aquello.

—No... —empecé, intentando deshacerme de su suave agarre, el cual había provocado que mi corazón se acelerara un poco más.

—Soy un imbécil —me interrumpió—. No deberías de haberme visto ayer por la noche, fue todo un error.




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