Cuarente-Narciso día 23
—No tengo nada que aclarar. Es mi pareja y punto —le dijo Narcisse.
Bastien apretó los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos y, acto seguido, soltó las manos a la vez que emitía un sonoro suspiro.
Yo estaba allí, sentada en el despacho de mi jefe, con las piernas cruzadas y la mirada perdida entre los dos, que no sabían cómo mantenerse serenos.
De haber sabido que había sido mi vecino el que se había presentado en el despacho y que sus intenciones eran pedirle a Narcisse que se buscara a otra pareja para la gala, no habría subido y habría seguido trabajado en el taller junto a Jon y a Michele en mi vestido rojo carmesí, diseñado a mi medida específicamente para la gala de aquel viernes.
—Te he dicho que no. Ya le dije a Guste que iría con ella y está a un clic de anunciarle a la prensa que Aggie es mi pareja y no la tuya —gruñó Bastien, señalándome.
Yo estaba roja de la vergüenza, evitando mirar a ninguno de los dos a los ojos, sin comprender cómo había terminado en la pelea entre los dos hombres más guapos que había visto en mi vida por mi mera compañía, como si realmente fuera alguien importante.
—¿Y si yo no quiero ir con ninguno de los dos? —pregunté, tras carraspear, apoyando mis manos en el sofá.
Ambos se giraron hacia mí, sorprendidos. Yo me levanté, alisando con mis manos la pequeña falda que cubría mis muslos, dispuesta a irme de allí y no saber nada más del tema.
Narcisse se echó a reír, mirándome como si yo no tuviera ningún tipo de opinión en aquella discusión que, precisamente, me afectaba directamente a mí.
—Tú vas a venir conmigo. Graham Gallagher va a realizar el mejor reportaje de su vida al vernos entrar en la gala juntos, como la pareja de moda.
Bastien pegó un puñetazo involuntario a la mesa. Se debió de hacer daño, pues, acto seguido, se miró la mano con el ceño fruncido.
—Yo soy una Selecta, no un complemento para una gala benéfica —argumenté, intentando que el golpe de mi vecino no se dirigiera a mi jefe tras mi respuesta.
Bastien me miró de reojo, aunque sin dejar de encarar a Narcisse, en completo silencio. Si no hubiera decidido aparecer por allí reclamándome, nada de aquello habría ocurrido.
Estaba claro que había sido mi error al aceptar salir con Narcisse en público, aunque también había sido culpa de Graham al publicar aquella foto en la que mi jefe me ofrecía uno de sus preciados claveles en el Marché aux fleurs, sobre aquel corto y estúpido párrafo anunciando nuestra futura aparición en público en la gala de Auguste Dumont.
Desde luego, aquella no había sido la forma en la que Bastien debería de haberse enterado de que mi jefe tenía sus propias ideas sobre mis planes del viernes.
—Como representación de la clase media, como dijo mi padre, eres igual de beneficiosa para nuestra empresa que esa maldita gala para el mundo —intervino Narcisse.
Bastien frunció el ceño.
—Yo la trato como a un ser humano, no como una clase social —dijo.
Apreté los labios, sin saber qué más añadir. Quería irme de allí lo antes posible, no estaba dispuesta a seguir manteniéndome firme si lo único que estaba haciendo era temblar.
Bastien se pasó una mano por el pelo castaño y luego me miró fijamente, como si así pudiera hacerme cambiar de opinión.
Era increíble lo sencillo que era perderse en sus ojos azules, casi grises, tan expresivos que no necesitaban palabras que acompañaran su deseo de que le eligiera a él, quien me lo había propuesto desde un principio.
Narcisse carraspeó, provocando que mi mirada se desviara hacia él. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y una ceja arqueada, aburrido, esperando a que alguien le prestara atención.
—Louis, vete de mi despacho —dictó con la voz ronca.
Mi vecino negó con la cabeza, poco dispuesto a aceptar órdenes de Narcisse Laboureche, quien solía hacer com todos lo que le daba la gana.
—Ya me voy yo —anuncié, avanzando hacia la puerta.
En dos pasos agigantados, mi jefe se interpuso en mi camino, con el ceño fruncido, disconforme con mi decisión.
—Tengo que hablar con usted antes, señorita Tailler —susurró, clavando sus ojos castaños en mí.
—Aggie, por favor —interrumpió mi vecino, a quien ni siquiera podía ver detrás de los anchos hombros de Narcisse.
¿Qué se suponía que tenía que hacer? La revista de moda más leída del estado había dicho que iba a ir del brazo de Narcisse y sería terrible para la imagen de la empresa para la que trabajara que, después de aquella afirmación, acabara llegando a la gala pegada a Bastien, por muy tentadora que fuera su propuesta.
Me moví ligeramente para poder observar a Bastien, sintiendo cómo se formaba un nudo en mi estómago, como si alguien lo estuviera sosteniendo y no quisiera dejarme respirar.
—Dile que se marche —murmuró Narcisse, con su persuasiva voz grave.
Negué con la cabeza, sintiendo que aquella situación me sobrepasaba. ¿En qué momento había acabado allí, entre los dos hombres más guapos de París, debatiendo sobre a cuál echar?
Bastien tenía las cejas levantadas y la mirada firme puesta en mí. No parecía sentirse amenazado por quien tenía al frente y parecía realmente confiado en que no iba a pedirle que se marchara.
Sin embargo, algo en mí me decía que aquello no estaba bien. Por muy rápido que me latiera el corazón al estar cerca de mi vecino, con quien mantenía una falsa y obligada relación gracias a César Laboureche era con mi jefe y, de alguna forma, eso amenazaba a mi vida profesional tanto como a la personal. Tanto él como su hijo tenían el poder de destruirme si me unía a la competencia y había tardado veintidós años de mi vida en ser una Selecta, así que no iba a lanzarlo así, por la borda, por ir a una gala con un hombre guapo.
—Lo siento —murmuré.
Quise empujar a Narcisse antes de intentar salir del despacho, pero él, atento a mis movimientos, me cogió ambas manos para evitar que huyera.