Querido jefe Narciso

Capítulo sesenta y cinco

Hacía un par de días que no podía dejar de darle vueltas a la cabeza a lo que había dicho Narcisse.

Le había visto por última vez la tarde anterior, yendo a por su flamante coche y pasando por mi lado con la cabeza gacha, por primera vez desde que le conocía y eso me estaba volviendo loca. ¿Qué había pasado para qué, de repente, el hombre que me acosaba para obligarme a dejar mi trabajo acabara por ignorarme, cuando incluso a ojos de todos seguíamos siendo pareja?

Ni siquiera visité a Bastien después de verle marchar. Volví a subir a mi habitación y me tumbé en la cama, mirando al techo, pensando en lo que acababa de decir. ¿Alguien como yo no se podía enamorar como alguien de él? Desde luego que sí, pero, en nuestro caso, Narcisse y Agathe, todo era diferente. Él me despreciaba y yo había intentado odiarle, aunque ahora todo parecía diferente... Tal vez no debería de haberle besado.

Hablé con Bastien aquella misma tarde y a la mañana siguiente a través del balcón, pero él parecía demasiado empeñado en que le hiciera alguna visita a su apartamento, para poder acariciarme, tocarme, besarme. Y yo no estaba segura de si, después de lo que había dicho mi jefe, aquello era normal. En el rellano del quinto piso, cuando pudo haberme besado porque se lo habría permitido incluso aunque no hubiera sido el momento perfecto, tan solo me dijo que no me merecía y eso no cambió hasta el día en el que Narcisse le confesó que yo le había besado, algo que, por alguna razón, le hizo reaccionar. O eso o...

Dos días casi sin dormir. Y solo yo sabía lo único que lograba calmarme, al menos, hasta que el día volviera a la normalidad.

Nunca había sido mucho de darle vueltas a las cosas, pero es que nunca había tenido razones. Mi vida había sido sencilla y lo más emocionante que me había ocurrido hasta entrar en Laboureche había sido adoptar a una ardilla de Central Park como mascota y, por descontado, mejor amiga.

Y, de repente, había besado a tres chicos por diferentes motivos, había comprendido que no todo lo malo que me pasaba era por culpa de la suerte y que no todos eran buenos si el mundo en sí era ruin.

Aparecí aquella madrugada de miércoles con las rodillas temblorosas debido al exceso de cafeína frente al guardia de seguridad al que tan agotado tenía por mis apariciones nocturnas y, esta vez, no tuvo ningún reparo la dejarme entrar, pues la excusa de que la semana de la moda estaba cerca era cada vez más real y yo ni siquiera había empezado con mi diseño.

Me senté frente a mi mesa de trabajo en el taller tras encender varias luces y, en soledad, saqué mi inseparable bloc de dibujo para abrirlo por una de las pocas páginas marcadas con un pósit, aquella en la que una figura femenina sin curvas vestía una especie de vestido, aunque todavía ni siquiera era un proyecto.

Sentía una presión terrible tanto en mis ojeras como sobre las cejas, la reacción lógica de mi cuerpo a no haber dormido más de ocho horas en total en los últimos tres días. Pero, ¿por qué iba a hacerlo? Estaba intranquila y confusa y cerrar los ojos de madrugada en mis circunstancias significaba que iba a tener terribles pesadillas y eso iba a ser peor para mí.

Por eso mismo ignoré el dolor y saqué mi lápiz favorito para deslizarlo con suavidad sobre el papel, empezando dar forma a aquel vestido largo de corte de princesa cuyo corpiño empecé a decorar con pequeñas mariposas que imaginé de papel, aleteando sobre la pasarela con el movimiento de la modelo, como si fueran a alzar el vuelo en cualquier instante. Tenía que ser espectacular, digno de una Selecta, porque ese era mi título ahora y debía ser mi prioridad.

Ni Bastien, ni Guste, ni Narcisse. La moda debía ser lo único que me quitara el sueño a partir de aquel momento.

Cuando terminé el boceto, sobre las cinco de la mañana, arranqué la hoja del cuaderno sin miramientos y, con ella entre las manos, abandoné mi puesto para dirigirme a la primera sala a la izquierda del pasillo, el paraíso de cualquier amante de la moda.

Tanteé la pared en búsqueda del interruptor y, cuando logré encender la luz, vi la sala de las telas, que debía asemejarse a mi espacio en el cielo, porque era sencillamente espectacular. Había tres enormes estanterías que cubrían al completo las tres paredes principales de la estancia, llenas de telas separadas por todos los colores y sus distintas y hermosas tonalidades y todas las texturas de tela imaginables, desde chambray hasta batista. Mentiría si dijera que aquel no era mi lugar favorito en el mundo.

Cogí la gran escalera que había apoyada en la estantería de enfrente y la deslicé hacia las telas de colores más fríos y oscuros, como el tono Navy Peony que había tenido en mente durante todo el proceso creativo.

Dejé mi boceto sobre la moqueta para poder subirme a la escalera y alcanzar el tafetán y luego tuve que deslizarme ligeramente a la izquierda para poder llegar a la muselina, en un tono más claro.

Con mis dos telas bajo los brazos, conseguí bajar a duras penas, intentando no perder el equilibrio.

Justo cuando me agaché a recoger mi boceto, la escalera, inesperadamente, cayó hacia atrás, provocando un estruendo completamente innecesario que me hizo gritar, aunque, por suerte, no había roto nada.

Dejé las telas en el suelo y fui a por la escalera para dejarla en su sitio, pero era mucho más pesada de lo que parecía a primera vista y tuve que usar una fuerza que no tenía para poder levantarla, aunque, al final, lo conseguí.

Cogí mis telas y me dirigí a la puerta, dando por concluida la aventura al paraíso de la moda con un suspiro.

Volví al taller para dejar lo que había ido a buscar sobre la mesa y, cuando me di cuenta de que había olvidado mi diseño en la sala, tuve que respirar hondo para no perder la calma. Vaya día me esperaba.

Regresé sobre mis propios pasos hacia la habitación de las telas y revisé el lugar en el que estuve segura de que había dejado el boceto varias veces, incluso dándome la vuelta sobre mis propios pies, aunque no logré visualizarlo, lo que me dejaba una única opción: con el impacto de la escalera, había volado para acabar bajo una de las estanterías. Y, efectivamente, tenía razón.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.