Querido jefe Narciso

Capítulo sesenta y nueve

Yo no puedo escribir un capítulo sentimental si es este número 😶

Había abandonado a Narcisse.

Al cerrar la puerta de su despacho había decidido dejarlo solo allí, junto a su padre, porque era una cobarde y una egoísta y había antepuesto mis problemas a los suyos. Él me necesitaba y yo tan solo me había ido.

Nunca me había sentido de aquella forma. Me había costado concentrarme en mi diseño durante todo el día e incluso Claudine me había preguntado si me encontraba bien la quinta vez que me había pinchado con la misma aguja al intentar vestir al maniquí con un simple patrón, pero, ¿y qué importaba yo?

Sin embargo, en mi cabeza no se paraban de repetir las mismas palabras. Accidente. Raquelle. Bastien. Narcisse.

¿Tenía sentido de pronto que ambos se odiaran tanto? ¿Que el hecho de que yo eligiera a uno por encima del otro fuera relevante cambiaba de pronto absolutamente todo lo que había sentido desde aquel entonces?

Pero en mi respiración agitada y en mis lágrimas de impotencia se encontraba la única respuesta válida: yo no estaba preparada para afrontarme a nada de aquello.

Sí, era una mujer adulta, pero nunca había tenido ningún tipo de relación y mi vida había sido simple y llana, sin dramas, con poco estrés y sin amor. Y, de repente, todo me había explotado en la cara.

Y no era solo el hecho de haber sido dos veces portada de una de las revistas más leídas del país en menos de dos días, sino que, además, había besado a tres hombres cuando en mis veintidós años de vida jamás lo había hecho con ninguno, los cuales, por descontado, tenían que ser ricos y famosos, lo que me convenía a mí para empezar una vida amorosa sana.

Lo peor de todo era que no les conocía. A ninguno de los tres. Y ellos tampoco a mí, que era peor y, aún así, Narcisse había dicho que me quería. Parecía tan poco real y a la vez tan perfecto que yo tan solo... Huí.

¿Qué sentía por Narcisse? Porque claramente odio había dejado de ser la única palabra que me venía a la mente en pensar en sus preciosos cabellos ondulados y en sus labios carnosos y rosados, aunque aquello no podía ser amor. Ni siquiera sabía lo que significaba aquella palabra y, aún así, mi jefe había dicho de todo para convencerme de que él sí que lo sentía. Y yo había salido corriendo cuando había encontrado la primera excusa para no enfrentarme a ello.

Pero, ¿y si Narcisse había matado a esa chica de verdad? ¿Y si no había sido tan solo un accidente y...?

Mi cabeza iba a estallar.

Me dejé caer sobre la cama, sin preocuparme por nada más que la hinchazón de mis ojos al llorar por sentirme tan impotente ante aquella situación. ¿Qué debía de haber hecho?

Yo era débil, mucho más frágil emocionalmente que lo que desearía y, además, ahora se le añadía que era una cobarde.

No sé cuánto tiempo estuve en aquella posición, con las manos sobre el rostro e intentando que todas mis penas se ahogaran entre mis lágrimas.

Oí un chirrido proveniente del exterior y no me hizo falta girar la cabeza para saber que Bastien acababa de salir a la terraza.

Ese había sido mi segundo error. Le había evitado durante días después de aquel mágico beso bajo la lluvia porque tenía miedo. Miedo de lo que pudiera pensar, aunque también de lo que Narcisse me había advertido.

Si era verdad que él había pagado a Graham para que mi beso con Guste fuera portada de la Modern Couture, jamás habría tenido sentido que me hubiera intentado expresar sus sentimientos en aquel coche frente a François LeMarshall, lo que me había impulsado a besarle aquella tarde frente a Notre Dame.

Sin embargo y por mucho que quisiera cavilar sobre lo que estaba haciendo bien y qué estaba haciendo mal, que era prácticamente toda mi vida, tenía que darle al menos una razón por la que ni siquiera le había abierto la puerta en aquellos últimos cuatro días, porque se la merecía.

Me incorporé lentamente, deteniendo mi llanto al intentar secar mis lágrimas con mis manos, advirtiendo su perfecta figura apoyada en la barandilla, completamente vestido como pocas veces lo había estado.

Estaba serio, aunque no parecía enfadado, observando con detenimiento mi balcón, sin saber que yo me encontraba tras la puerta corredera, tal vez intentando pensar en qué debía hacer.

—¿Aggie? —dijo al fin, aunque estaba segura de que no podía verme todavía.

Tomé el aire necesario para poder responderle, aunque nada salió de entre mis labios.

Me quedé al borde de la cama, mirando mis brillantes sandalias plateadas, sin saber qué más podía hacer.

¿Qué iba a decirle? "Te he estado evitando porque Narcisse me dijo que me quería" no parecía una buena respuesta y lo último que quería en aquel momento era romperle el corazón de la forma en la que fuera. Y ya me daba igual si había sido sincero o no, tan solo no quería hacerle daño como, evidentemente, se lo había hecho a Narcisse.

Bastien me llamó de nuevo, frunciendo el ceño, intentando averiguar lo que ocurría tras la puerta.

—No estoy en casa —advertí, sonriendo ligeramente, aunque mi voz todavía se mostraba temblorosa debido a mi incesante llanto.

Él pareció oírme a pesar de que estuviera encerrada y pronto le vi soltar la barandilla negra para dar un paso atrás, como si mi voz fuera la de un fantasma.

—¿Qué te ha hecho ese hijo de...?

Se interrumpió a sí mismo y estuve a punto de responderle que qué le había hecho yo. Era una maldita cobarde, debía aceptarlo de una vez por todas.

Me levanté, dándome por vencida en mis intentos de evitarle, porque aquello no iba a durar para siempre y era imposible que nos hiciera bien a ninguno de los dos.

Hice correr la puerta hacia la izquierda, descubriéndome frente a mi vecino y mi juguetona ardilla, que salió en mi búsqueda nada más poner un pie en la terraza.

—Estoy bien —mentí.

Él negó con la cabeza, clavando aquella mirada azulada en mí como la muestra más pura de su preocupación por mi estado. Y es que, realmente, no me apetecía mirarme a un espejo en aquellas condiciones y debía de estar deplorable.




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