Querido jefe Narciso

Capítulo setenta y cuatro

Narcisse estaba apoyado en la mesa de reuniones, hablando animadamente con Claudine, cuando entré el la sala.

Tenía las piernas cruzadas a la altura de sus tobillos, mostrando unos curiosos calcetines azul eléctrico a juego con la corbata que Jon le había confeccionado el día de la prueba, con la cual jugaba a la vez que asentía con la cabeza tras las advertencias de Claudine, provocando que sus cabellos ondulados se agitaran con aquel simple movimiento, aclamando mi atención.

Intenté pasar desapercibida cuando pasé por su lado, dirigiéndome hacia mi mesa de trabajo tras tantos días sin darle señales de vida, aunque pronto sentí su mirada sobre mí, incorporándose.

—¡Marie Agathe! —gritó alguien, pero no fue él.

Dejé mi bolso sobre la mesa, echándole una inquisitiva mirada a Jon, quien había agachado ligeramente la cabeza y, finalmente, me giré hacia Claudine, quien, por alguna razón, estaba extrañamente sonriente.

—Buenos días —murmuré, porque sabía que llegaba un par de minutos tarde gracias a mi querido autobús.

—Me alegra que estés de vuelta, así puedo decirte la buena noticia en persona —dijo con efusividad, apartándose de Narcisse para acercarse a mí.

Mi jefe tenía la mandíbula tensa y la mirada fija en mí, inexpresiva como todo su gesto. Parecía sorprendido por verme allí, aunque fuera mi trabajo.

—¿Qué noticia? —pregunté, sorprendida, apartando la mirada de la de Narcisse para fijarme en la jefa de taller.

Ella, sonriente, le hizo un ademán a Jean-Jacques, su Selecto favorito, para que se acercara y él, tras resoplar, cogió uno de los diversos papeles que ocupaban su gran mesa de trabajo para entregárselo a ella.

Sentí cómo todas las miradas se posaban en mi de pronto, justo cuando Claudine le dio la vuelta a la hoja de papel.

Sentí mi corazón agitarse cuando comprobé de lo que se trataba y no pude ocultar mi sorpresa al observar aquello que se cernía ante mí.

—El sábado tuvimos que cambiar una de las estanterías de la sala de las telas y Jonhyuck encontró este diseño justo debajo. Aseguró que era tuyo —expuso con jovialidad.

Me giré hacia Jon, quien, con el gesto serio, hizo una mueca.

—Sí, es... Lo perdí el otro día intentando coger unas telas —afirmé, esperando a que el coreano me dirigiera al menos una mirada.

—Jonhyuck dijo que sería una maravillosa idea la de que tu diseño, si logras reproducirlo en la vida real, sea que el que cierre el desfile de la Semana de la Moda.

Casi me atraganté al oír aquello y volví a girarme hacia Claudine, con las cejas alzadas y sin poder parpadear de lo muy abiertos que tenía los ojos por la sorpresa.

¿Mi diseño cerrando el desfile de Laboureche?

—Yo he dado el visto bueno. Es una gran forma de hacerte un nombre como Selecta y, como lo hicieron Gérard, Philippa y Michele, que lo único que recuerden tras tu diseño sea tu nombre el año de tu debut en nuestra empresa —indicó Narcisse con pasividad, escondiendo sus manos en los bolsillos de sus pantalones de pinzas, esperando ver mi reacción.

Llevé una mano sobre mis labios para ocultar cómo abría la boca, totalmente desubicada. No podía estar pasándome aquello a mí, era imposible.

Volví a girarme hacia Jon, quien me hizo un gesto afirmativo con la cabeza y, pronto, yo le imité.

—Muchas gracias, yo... Es un honor, estaré encantada de poder reproducirlo, espero estar a la altura de mis compañeros —sugerí, mirándoles uno a uno.

Por desgracia, la única que sonreía era Claudine. Estaba claro que el hecho de que yo, la supuesta pareja de Narcisse Laboureche frente al ojo público, acabara de obtener el privilegio de cerrar el desfile de la marca, no parecía demasiado agradable para ellos.

—Perfecto, entonces —concluyó ella, ofreciéndome mi boceto con una sonrisa, de las primeras que veía en su rostro arrugado—. Haremos algunos cambios con respecto a las telas y al corpiño de las mariposas, pero ya puedes ponerte a trabajar en ello, que el tiempo apremia.

Asentí con la cabeza con efusividad, recogiendo mi diseño y dejándolo junto a mi bolso sobre la mesa, sin poder ocultar la enorme sonrisa de mi rostro.

—Gracias, Dios —susurré, cerrando los ojos durante los dos segundos que estuve girada.

—De nada, mortal —respondió Jon sin ningún atisbo de sonrisa, aunque evidentemente estaba mofándose de mí.

Hice caso omiso a su comentario y, cuando volví a darme la vuelta, Claudine ya se había alejado para dirigirse a Jean-Jacques y yo había quedado frente a Narcisse de nuevo.

Su intensa mirada castaña me provocó un ligero escalofrío que pude controlar, pero él no se dio por vencido.

Poco a poco, mi sonrisa se fue borrando, contagiándome de su serio semblante, aunque no me había olvidado del maravilloso sentimiento que recorría mi cuerpo tras aquella impresionante noticia.

Después de aquello, se me había olvidado lo de Bastien y sus advertencias, la extraña aparición de Jon y todo lo que había ocurrido en los últimos tres días y, aún así, cuando Narcisse alzó una ceja y me ofreció una de sus manos, sentí flaquear de pronto.

—Acompáñame, por favor. Necesito hablar contigo... Señorita Tailler —murmuró, tras echar un vistazo a la sala.

No supe si nos estaban observando, pero, tras tragar saliva con dificultad, accedí a cogerle de la mano, provocando que me arrastrara con el hasta el exterior de la gran sala, cerrando la puerta detrás de sí.

—Te he echado tanto de menos —suspiró, abrazándome de pronto y estrechándome contra él con sus grandes y fuertes brazos.

Yo me dejé hacer, en silencio, durante varios segundos, sorprendida por su repentina efusividad, aunque, finalmente, yo también decidí abrazarle.

—¿Por qué no viniste a verme después de lo del otro día? —pregunté, cuando apoyó su barbilla en mi cabeza.

—Dijiste que necesitabas tiempo.

—Y sigo haciéndolo, pero no tenías que enviar a Jon para comprobar que estuviera bien.




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