Querido jefe Narciso

Capítulo setenta y seis

—Sabes que no te pago las horas de madrugada, ¿verdad? —dijo una voz a mis espaldas, justo cuando subía la cremallera de aquel ajustado corpiño al maniquí.

Sonreí, aunque sin girarme hacia él.

—Ya le he dicho que si estoy aquí antes de que empiece mi turno, es porque quiero, no porque necesite el dinero, señor Laboureche —murmuré.

De pronto, sentí sus manos sobre mis caderas y cómo encajaba su cabeza en el hueco entre mi hombro y mi cuello, dejando un suave y cálido beso en mi piel desnuda, provocando que se me erizara el vello de todo mi cuerpo.

—Hace días que vengo a trabajar antes de las siete de la mañana por si estás aquí —susurró en mi oído.

Me reí, deshaciéndome de sus manos para poder rodear al maniquí y observar mi magnífico trabajo, probablemente el mejor que había diseñado en mi vida.

Narcisse me observó sonriente desde su posición y deseé que aquella fuera la única imagen que pudiera recordar de él.

Tenía el cabello suelto, libre de su inseparable gomina, y ya no era un solo tirabuzón rebelde el que caía sobre su frente, pues varios de sus preciosos rizos castaños yacían desordenados alrededor de su bello rostro.

Sus grandes y expresivos ojos castaños me atravesaban con impaciencia, como si estuviera deseando que lo dejara todo para saltar a sus brazos, algo que, por descontado, quería hacer.

—Hace casi una semana que no te veo —indiqué, intentando ahuecar el inicio de la falda de tul con mis manos.

Realmente no veía a ninguno de ellos desde que Guste se marchó de mi casa, tras aquella extraña conversación que era imposible que me hubiera dejado indiferente. ¿Yo, Agathe Tailler, había sido la primera en besar a uno de los hombres más ricos y deseados de Francia? ¿Por qué?

Pero eso no era lo único que me preocupaba. Bastien había desistido en sus constantes visitas al portal de mi edificio tras ser verbalmente acosado en repetidas ocasiones por la vecina del segundo y su hermano tampoco había hecho acto de presencia, aunque tampoco esperaba que lo hiciera.

—Se acerca la Semana de la Moda y tú necesitabas tiempo para pensar y yo... Bueno, yo soy el dueño y director de esta empresa y tenía mucho trabajo, pero ahora... Ahora solo te tengo a ti —murmuró, ensanchando su bella sonrisa.

Arrugué la nariz, evitando seguir sonriendo como una estúpida.

—Hoy presento mi diseño —dije, intentando quitarle de la cabeza que fuéramos a hacer absolutamente nada en el taller.

Sentí su intensa mirada sobre mí, esperando para que se la devolviera, pero me negué. Suficientemente rápido latía mi corazón para permitir que sus maravillosos ojos oscuros me provocaran un paro cardíaco.

En silencio, me di la vuelta hacia mi mesa y alcancé mi diseño para alzarlo frente a mí, ocultando tras el papel a Narcisse, para poder observar mi diseño y el que había sido su boceto, provocándome una enorme sonrisa.

Era más voluptuoso de lo que yo había querido y las mariposas de cristal tallado a mano eran brutalmente llamativas, pero era simplemente perfecto y sabía que no podía defraudar a Claudine con él.

Narcisse no tardó en arrancarme la hoja que lo ocultaba con una de sus grandes manos y, sin darme tregua alguna, lo lanzó al suelo con pasividad, clavando su intensa y voraz mirada en mí a la vez que relamía con deleite aquellos carnosos y jugosos labios tan tentadores.

Su sonrisa ya no era tierna y radiante, sino más bien perversa y lujuriosa, como todo en sus improvisados gestos.

Me sentí acorralada de pronto contra mi mesa de trabajo y su enorme cuerpo escultural y mis rodillas empezaron a temblar al sentir su cálido aliento sobre mi rostro.

—Hace exactamente seis días que no te toco, que no te siento contra mí y ya he empezado a soñar... Cosas que no te gustaría saber —susurró, sabiendo lo muy provocador que era su grave tono de voz y la forma en la que suspiraba algunas palabras contra mi rostro.

—Pensaba que estabas dispuesto a darme tiempo para reflexionar —murmuré, segura de lo que estaba a punto de hacer, aunque yo no estaba del todo preparada para ello.

Sentí sus dos manos acariciar la parte interna de mis muñecas con la suavidad de las yemas de sus dedos, trazando un recorrido por todo mi brazo que provocó que me estremeciera al instante.

—No soy como un reloj, Agathe. Yo puedo darte todo el tiempo y el espacio que me pidas, pero si crees que puedes ponerme una alarma para saber cuándo debo dejar de desearte, estás muy equivocada —dijo, pegando sus labios a mi mejilla derecha, siguiendo con el recorrido de sus dedos por mis brazos desnudos.

Jadeé, nerviosa, intentando tomar aire y no desmayarme allí, en aquel instante, bajo el enorme y cálido cuerpo de mi jefe.

—Yo no sé si esto es lo que quiero ahora mismo —ahogué, y él sonrió, satisfecho por mi débil voz.

—¿Segura? ¿No quieres hacer el qué? Porque veo que en esta mesa todavía queda mucho trabajo por hacer... Contigo —susurró sensualmente.

Casi me atraganté con mi propia saliva al oírle decir aquello y más cuando sus manos pasaron a acariciar mi cintura para terminar en mi espalda, apretándome contra él en un rápido movimiento.

Y fue entonces cuando yo me di por perdida.

Se agachó con aquella enorme y pícara sonrisa en los labios para encajarlos con los míos hábilmente, permitiéndose saborearme con impetuosa necesidad.

Gemí contra sus labios al sentir cómo me apretaba más contra su cuerpo y él reaccionó con rapidez, levantándome para que me pudiera sentar en mi mesa, con las piernas colgando del borde y él colocado estratégicamente entre ellas.

—Dime que no es lo que quieres que haga ahora mismo y que sigues necesitando tu maldito tiempo y pararé —susurró con la respiración agitada, separándose ligeramente de mí, dejándome completamente aturdida.

Pues claro que no quería que se detuviera, si sus labios sabían a café, probablemente el que acababa de tomarse a aquellas horas de la mañana, y sus besos eran tan adictivos como sus caricias y su delicioso aroma a fuerte perfume masculino.




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