Me habría encantado poder decir que aquel era el mejor día de mi vida, mi debut oficial como Selecta de Laboureche, pero yo no lo sentía como tal.
A pesar de que mi espectacular diseño hubiera recibido ovaciones por parte de todos y cada uno de mis compañeros el día de la presentación oficial, yo estaba aterrada, y no tan solo por el hecho de que mi vestido de mariposas fuera el que iba a cerrar el desfile, sino porque llevaba una horrible semana llena de inseguridades que se había deducido en una horrible ansiedad que prácticamente no me permitía respirar.
Sin embargo, intentaba aparentar todo lo bien que mi cuerpo me permitía.
Estaba frente a Kira Javert, la hija de Philippa, ordenando los pliegues de su falda mientras el maquillador le echaba spray fijador en el rostro y la abanicaba con nerviosismo con sus grandes manos, mientras ella miraba al frente, digna, como una verdadera reina.
La modelo era realmente hermosa. Tenía la piel suave y del color de las avellanas tostadas y el cabello espectacularmente liso, colocado estratégicamente para que no pudiera opacar ninguna de las mariposas de cristal que decoraban el corpiño azul marino, adherido a su cuerpo sin curvas como una segunda piel.
Quedaban exactamente diez minutos para que el desfile comenzara y yo ya me sentía morir, tan solo por el hecho de pensar que iba a ser yo la que saliera tras Kira, como la diseñadora del año de Laboureche, aunque Jonhyuck fuera el que hubiera salido elegido a partir de la prueba. Él tampoco se había quejado.
—Odio esta maldita falda —gruñó Jean-Jacques Humbert, arrodillado frente a una modelo cinco centímetros más alta que la que le habían asignado a un principio, provocando que su bella falda de flores violetas estuviera por encima de las rodillas cuando debería de haberlo estado por debajo.
La modelo, nerviosa por las insistentes ganas de cortarle las piernas al Selecto, empezó a morderse los labios, provocando que otra maquilladora corriera hacia ella con su labial púrpura entre las manos.
La tensión era palpable en todo el backstage. Hacía poco más de dos horas que habíamos llegado allí y las modelos no habían podido vestirse hasta hacía una y yo estaba segura de que a Kira debían de pesarle las mariposas de cristal, pues, cuando yo se lo permitía, sujetaba el corpiño por la parte del pecho con fuerza para respirar con profundidad.
—Por favor, Gérard, dime que no parece la maldita bruja de Hansel y Gretel —dramatizó Jean-Paul, señalando a la modelo que vestía su exuberante vestido anaranjado, acompañado de un enorme peinado lleno de rizos desordenados que le añadían unos diez años a la pobre modelo, quien fingía que no oía al diseñador.
Su hermano se colocó junto a ella y, tras observarla un buen rato, asintió con la cabeza.
—Si en lugar de flores le hubieras puesto caramelos en la falda, llamaría a la policía para que la arrestaran.
Claudine les gritó a ambos algo que no comprendí pero, por cómo ambos bajaban la cabeza y volvían a sus quehaceres, supe que no había sido algo bueno.
Me apreté el puente de la nariz, observando con atención mi vestido, intentando que mi jefa me viera concentrada en mi trabajo y no en lo que hacían los demás, porque lo único que me faltaba en aquel momento era que me gritaran a mí también.
Sin embargo, pronto oí un quejido a mi lado y tardé muy poco en darme la vuelta hacia Jon, quien, detrás del voluptuoso vestido cubierto por flamantes margaritas amarillas, parecía estar sufriendo incluso más que Claudine.
—Agathe... —le oí decir, con la voz apagada, mientras su modelo, de espaldas a él, tecleaba algo en su iPhone mientras el maquillador de Kira le rociaba el rostro con su inseparable spray, sin prestarle atención al Selecto.
Michele, unos metros más allá, también pareció oír la llamada de Jon, pues, ignorando su espectacular vestido rosado, a juego con el color de su pelo, intentó averiguar qué le estaba ocurriendo al coreano, por supuesto, sin mediar palabra.
—¿Qué pasa? —pregunté, fingiendo que colocaba una de las mariposas sobre el cuerpo de Kira cuando Claudine se paseó entre nosotros.
Él no dijo nada, tal vez porque la jefa de taller estaba demasiado cerca, aunque pronto me di cuenta de que no era así.
Levantó una mano por encima de la modelo, sosteniendo las afiladas tijeras que llevaba clavadas en la palma de su mano, bañada en sangre, ensuciando los puños de su camisa y, probablemente, el vestido que tenía enfrente.
No me hizo falta que comentara nada sobre ello, pues yo ya había llegado hasta dónde estaba él, con el rostro pálido y los labios totalmente descoloridos, al borde del desmayo.
Me di cuenta de que debía de hacer un rato desde que se había clavado las tijeras, pues ya había un pequeño charco de sangre que nadie había parecido advertir junto a sus zapatos y él ya no parecía dolorido, sino más bien dormido.
—No digas nada, solo termina de colocar las flores. Por favor —suplicó, sosteniendo las tijeras con su mano libre para que no se movieran de donde estaban.
—Pero ¿qué te has hecho? —pregunté horrorizada, observando la ingente cantidad de sangre que él se había ocupado de que ni siquiera rozara su hermoso diseño, mientras sus mirada se perdía en algún punto de la habitación y tambaleaba.
—Me he agachado con rapidez para coger una de las flores y... Bueno, me he tropezado con algo hasta caer sobre las tijeras que había apoyadas junto al ramo de margaritas —balbuceó, evidentemente mareado, intentando apoyarse a la pared de detrás.
Le vi intentar sacarse las tijeras, pero actué con rapidez y le agarré de la mano antes de que pudiera hacer nada.
—Ni se te ocurra, te vas a desangrar—le advertí, intentando que su mirada oscura conectara con la mía en un intento desesperado porque se manteniera cuerdo en aquel instante—. Ve a que te curen eso antes de que te pase algo peor.
Él asintió con la cabeza, intentando sonreír, aunque no lo consiguió.