Querido jefe Narciso

Capítulo ochenta y seis

Os recuerdo que a lo mejor esta semana no hay capítulo cada día, pero por ahora empezamos bien, XOXO, sé que me amáis.

Entré en los talleres de Laboureche con una enorme sonrisa en los labios.

Parecía mentira que hubiéramos sobrevivido a la Semana de la Moda con los críticos de nuestra parte, alabando nuestro innovador trabajo, mi espectacular diseño de mariposas y la extraña aunque efectiva forma en la que Narciso había salvado mi desmayo proponiendo una representación de un mito que, extrañamente, tenía relación con nuestro desfile.

Mis pasos eran firmes sobre mis planas sandalias de flores y, decidida, dejé mi bolso sobre mi mesa, que llevaba vacía más de una semana, junto a la de Jon, quien todavía no había llegado.

Jean-Jacques estaba hablando con Philippa y los gemelos mantenían una discusión sobre el maquillaje del otro que parecía interesarle sobremanera a Michele, que les observaba con interés. Nadie parecía haberse percatado de mi presencia y, si lo habían hecho, habían decidido no prestarme atención.

Tranquila, me senté en mi taburete, sacando mi bloc de dibujo, segura de que iba a tener que necesitarlo, ya que una nueva temporada estaba por caer, y agarré mi lápiz favorito del interior de mi abarrotado estuche antes de empezar a dibujar.

Realmente no sabía lo que esperaba que diseñáramos Claudine, ya que habíamos dedicado el último mes en prepararnos exclusivamente para la Semana de la Moda, así que me limité a trazar el boceto de un excéntrico vestido que habría vestido durante uno de los eventos que habían ocurrido en los últimos días, pero para el cual no había tenido tiempo ni material para hacerlo.

Mi jefa estaba llegando varios minutos tarde, algo bastante impropio de ella, pero a nadie parecía inquietarle, porque todos seguían con sus banales conversaciones mientras que yo había preferido mantenerme al margen, centrada en mi diseño, olvidándome de todo lo demás.

Siempre había creído que ese era mi superpoder. En el momento en el que en mi cabeza se formaban imágenes o ideas sobre futuros posibles diseños, conseguía evadirme de la realidad, del hecho de que Narciso me había llevado mintiendo sobre su identidad desde el día en el que nos conocimos y de que había estado besando días atrás a Guste hasta la saciedad.

Por eso mismo, ni siquiera me di cuenta de que Jonhyuck estaba frente a mí hasta que colocó sus dos manos sobre mi mesa, llamando mi atención, provocando que levantara la mirada hacia su tensa expresión facial.

Sus grandes ojos rasgados se clavaron en mí como espadas, como si la furia que le consumía estuviera a punto de atravesarme a mí como su principal objetivo, aunque no comprendí por qué.

Miré a mi alrededor por si me había perdido algo, por si él había estado un rato hablando y yo le había ignorado por completo para forzar aquella rígida reacción, aunque todos parecían absortos en sus conversaciones, casi sin darse cuenta de que el Selecto estaba molesto de aquella forma, encarándome como si hubiera hecho algo mal, aunque ya hiciera más de una semana desde mi incidente.

—¿Qué pasa? —pregunté, soltando mi lápiz sobre el papel, provocando que su mirada cayera sobre el boceto de mi vestido, aunque no le pareció suficientemente interesante, pues volvió a mirarme a mí pocos segundos después.

—¿A quién se lo has contado? —inquirió, haciendo presión sobre la mesa, que pude ver a través de las venas que empezaban a marcarse en sus antebrazos y que se escondían tras las mangas de su camisa gris.

Fruncí el ceño, sin saber de lo que me hablaba.

—¿El qué?

—Tú ya lo sabes. No estoy para bromas ahora mismo, Agathe, así que dime a quién se lo contaste ahora mismo.

Su insistencia me estaba alterando ligeramente. ¿Qué se suponía que debía de haber contado y a quién?

Él rodeó mi mesa para colocarse frente a mí como respuesta a mi silencio y se acercó peligrosamente a mi rostro, analizando mis expresiones  con el ceño fruncido.

—Sé que lo oíste —murmuró, no sin antes asegurarse de que nadie nos estaba prestando atención.

Me levanté del taburete y lo puse entre nosotros para marcar cierta distancia. Lo último que necesitaba en aquel instante de tranquilidad era que el único que parecía misteriosamente normal se volviera tan loco de remate como lo había hecho mi jefe.

¿Qué era lo que se suponía que debía de haber oído?

—No sé de qué me hablas.

—Sí, sí que lo sabes, Agathe, deja de fingir que no te enteras de nada porque esto es algo sumamente importante y no deberías de ser tú la que lo aireara por ahí.

Se apoyó, esta vez, en el taburete en el que había estado sentada y yo di un paso atrás.

Su intensa mirada intentaba sonsacarme información, añadiendo misterio a sus palabras, mientras que sus labios, fruncidos por la tensión de su marcada mandíbula, no parecían dispuestos a darme mucha más información.

Desde luego, me había rodeado de completos paranoicos.

Pero, entonces, me fijé en que no estábamos solos en aquella sala. No era la presencia de los Selectos la que me preocupaba, porque ellos parecían felices con sus conversaciones, sino más bien aquella figura apoyada en la puerta de entrada al taller, observándonos con atención, esperando a que yo reaccionara de alguna forma ante las palabras de Jon, que estaban empezando a asustarme.

Y, entonces, comprendí de lo que iba aquel improvisado interrogatorio. Jon conocía el secreto de Narciso y no parecía dispuesto a dejarme marchar hasta que lo confesara.

—Oh —se escapó de entre mis labios, devolviendo la mirada al Selecto, que cada vez parecía más preocupado.

Levantó las cejas, esperando a que dijera algo, impaciente.

—Oh, ¿qué?

—Nadie sabe por mí lo de Narciso —aseguré, aunque algo en mí decía que aquello no estaba bien.

—¿Estás segura? Porque esta mañana la Modern Couture ha sacado su revista especial mensual y, claramente, en la portada aparecen una imagen de la pelea tu jefe y el idiota de Guste Dumont bajo el título "Narciso es la flor más venenosa del desfile". ¿Qué has aireado, Agathe?




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