Querido jefe Narciso

Capítulo ochenta y siete

Os recuerdo que escribo porque me gusta y no para complacer a nadie XOXO.

Le seguí por todo el edificio, intentando no perderle de vista a pesar de su gran agilidad a la hora de esquivar a sus empleados en el vestíbulo, y no me detuve hasta llegar a su despacho, en el que él se había encerrado para evitar que yo entrara.

Sin embargo, no estaba dispuesta a que me dejara como una idiota esperando a que me conformara con sus inconclusas conversaciones, así que entré justo detrás de él y pegué un portazo detrás de mí, dándole a entender que no estaba de buen humor en aquel instante.

¿Cuándo iba a dejar de descubrir cosas sobre él? ¿En qué momento podría decir que conocía al verdadero Narciso Laboureche, el que no era dueño de la empresa, el que había provocado un accidente con una chica y el que, por lo visto, no se fiaba de mí aunque yo jamás le hubiera demostrado que no podría hacerlo?

Le vi apoyarse en una de las sillas que había frente a su escritorio, dándome la espalda, respirando profundamente y sin tener el valor de encararme después de lo que acababa de, supuestamente, descubrir.

—¿En qué momento pensabas contarme que Jon es tu maldito hermano, Narciso? —pregunté, acercándome a él, esperando que, al mirarle a los ojos, pudiera ver la verdad.

Pero él los tenía cerrados y parecía susurrar algo porque estaba moviendo los labios, a pesar de que ningún sonido salía de su boca.

—Es imbécil —le oí suspirar.

—No, la imbécil soy yo por no haberme dado cuenta de lo que ocurría en el momento en el que entré a trabajar en esta empresa —respondí.

Él se irguió, tomando aire profundamente, antes de girarse hacia mí, observándome desde su metro ochenta y ocho con impasibilidad, como si nada hubiera ocurrido.

—Relájate y déjame hablar —soltó, colocándome las manos sobre los hombros, intentando calmarme, aunque solo estaba consiguiendo alterarme más.

—¿Yo soy la que debería calmarse? ¿Crees que soy yo la que tiene problemas de agresividad? Porque me parece que el que le pegó la paliza de su vida a Guste el otro día en su propio desfile fuiste tú.

Le pegué un golpe seco en ambos brazos para zafarme de su agarre. Lo último que necesitaba en aquel instante era su contacto.

Mi jefe, o el que había estado fingiéndolo, suspiró, como si yo no pudiera estar enfadada en aquel instante, después de que ambos me hubieran acusado de revelar el nombre verdadero de Narciso a la prensa y, supuestamente, conocer el secreto que los relacionaba a ambos.

¿En qué momento Jung Jonhyuck había pasado de ser un aspirante a Selecto que hacía trampas para conseguir su puesto a ser el heredero de la fortuna Laboureche?

—Todo fue por mi padre —empezó, peinándose los tirabuzones con sus dedos, apartando su mirada de mí.

—¡Dime ya la maldita verdad! ¿Es Jon tu hermano, Narciso?

—¡Joder, Agathe, que me dejes hablar! —gritó, dándose la vuelta para rodear su escritorio y así alejarse de mí, aunque colocándose justo enfrente, como si necesitara que algo nos separara.

Le observé con rabia contenida, esperando que empezara su tan emocionante explicación.

—Narcisse Jonhyuck Laboureche es siete meses mayor que yo —confesó, al fin—. Mi padre estaba casado con su madre, Jung Joohyun, cuando conoció a la mía y no sabía que su mujer estaba embarazada hasta que ella descubrió que César se estaba acostando con mi madre e inició los trámites de divorcio. Él nació durante la dura separación que acabó con la vida de Joohyun y se crió con mis padres incluso después de que naciera yo. Él es el hijo primogénito y yo un bastardo fruto de un engaño. Narcisse es el heredero.

Algunas cosas iban encajando de pronto en mi cabeza, satisfaciendo mi necesidad de conocer, de una vez por todas, la maldita verdad.

Jon, mi compañero, a quien no siempre había tratado como tal, era Narcisse Laboureche y yo jamás me había dado cuenta de que aquello pudiera ocurrir.

—¿Y por qué eres tú mi jefe, Narciso? —pregunté, apoyándome en la mesa, esperando a que continuara hablando.

—Siempre he sabido que yo jamás iba a tener esto —dijo, observando el techo de su despacho antes de devolver su mirada a mí—. De hecho, nunca tuve planes de dirigir la empresa porque era obvio que él iba a heredarla y yo, como mucho, podría ejercer como jefe de alguno de los departamentos. Sin embargo, los planes de mi padre eran distintos. Llevaba años tapando lo que había ocurrido con Raquelle e intentando que mi presencia por la ciudad pasara desapercibida para la prensa pese a mi constante interés por hacerme notar, algo que jamás había hecho a la sombra del primogénito, así que, cuando Jon dijo que quería estudiar diseño de moda y nuestro abuelo murió, dejando de nuevo a nuestro bisabuelo al mando, a mi padre se le ocurrió que debía de ser yo el que ocupara el puesto de mi hermano durante un tiempo, para enmendar mis errores del pasado y demostrar a César que podía responsabilizarme de algo en mi vida.

Parpadeé, esperando a que continuara con la conversación, pero él tan solo se sentó en el sillón, escondiendo su cabeza entre sus manos, como si esperara a que reaccionara de alguna forma.

—¿Y por qué fingir que Jon, o Narcisse, o como quiera que sea que se llame, era un diseñador como yo y hacer una maldita prueba para que entrara a formar parte de los Selectos?

Volvió a suspirar, mirándome de nuevo.

—Mi hermano iba a heredar la empresa de un momento a otro, cuando mi padre decidiera que yo ya no debía de ejercer más como líder y que era su turno de dirigirla, pero, mientrastanto, creímos que era una buena idea que él se infiltrara de alguna forma en la empresa para conocerla mejor, para poder formar parte de ella en el anonimato, algo que él siempre había querido, así que, para que fuera más creíble, convocamos una prueba de Selectos que debía de ganar él en la que acabaste apareciendo tú con tus ideas de destruir lo que llevábamos meses planeando. Él debía de ser el sexto Selecto, el irreconocible Jonhyuck y yo hacerme pasar por Narcisse Laboureche.




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