Querido jefe Narciso

Capítulo noventa y dos

Aquí la Meri del futuro, censurando escenas que si me hubiera callado en su momento podrían haber ayudado a que su novela de casi 2 millones de lecturas siguiera disponible, así que aquí nada de fireworks, solo se lee cómo se enciende la mecha JAJAJA Tal vez no sea lo mismo con la secuela 😌

Sentí la calidez de unos labios besarme con ternura cuando el sol ya se encontraba en su punto más álgido, despertándome al instante.

Abrí los ojos lentamente, a pesar de que mis párpados pesaran más de lo normal, para engonytqrme su bello rostro tan cercano al mío que la calidez que irradiaba su piel era todo lo que la mía exigía en aquel instante.

Sus pupilas estaban inusualmente dilatadas y el tirabuzón rebelde que siempre caía por su frente ya no era el único despeinado, pues varios mechones oscuros y ondulados eran los que enmarcaban la belleza de su pecoso rostro.

Sonrió, llevando dos de sus dedos hasta mi mejilla derecha, acariciándola con suavidad.

Me mordí el labio inferior y fui liberándolo lentamente solo para que él volviera a atraparlo en un segundo beso lleno de intenciones.

Oí a alguien gruñir a mi derecha y sentí cómo se daba la vuelta ruidosamente a la vez que Narciso se apartaba de mí con una sonrisa dibujaba en los labios.

Me giré hacia Guste, quien dormía de espaldas y con la cabeza girada hacia la cristalera que llevaba a mi balcón, y luego volví a mirar a Narciso, que estaba medio incorporado sobre mí, con las ojeras ligeramente marcadas, aunque no parecía demasiado afectado por las pocas horas de sueño.

Me costaba creer que lo que había pasado aquella noche había sido real, aunque, tras aquel dulce despertar, mis ideas iban aclarándose poco a poco.

Había estado con los dos hombres de mi vida en aquel momento y podía jurar que jamás había disfrutado tanto al estar en los brazos de alguien como lo había hecho con Narciso o con Guste.

—No sabes cuánto tiempo hacía que deseaba hacer ésto —ronroneó el que había sido mi jefe, enterrando su nariz en mi cabello para besar mi cuello poco después—. Me gusta compartirte, pero preferiría que algún día solamente fueras mía.

Sentí mis mejillas arder en aquel instante y me pegué a mis sábanas, como si fueran mi escudo protector contra el deseo carnal de Narciso, quien había fijado sus ojos castaños en los míos de nuevo.

¿Quién me habría dicho dos meses atrás que me encontraría aquella mañana, tras haber renunciado a mi querido puesto de Selecta, en mi propia cama rodeada de los dos hombres más ricos y poderosos de Francia?

Narciso volvió a besarme antes de levantarse de mi cama, echándole un breve vistazo al cuerpo desnudo de Guste, que dormía plácidamente, antes de negar con la cabeza y salir sin darme explicaciones de mi habitación.

Me llevé ambas manos a la cabeza, fijando mi mirada en el techo, recordando cada segundo de lo que había pasado aquella noche.

Casi podía seguir sintiendo los labios de Guste devorarme, los expertos dedos de Narciso recorrer mi cuerpo en una sucesión de lujuriosas caricias que habían logrado volverme totalmente loca; recordaba el momento en el que caí en la cama y el momento en el que Guste se colocó sobre mí, como ambos me besaron, me hicieron sentir deseada, necesitada y absolutamente deliciosa y también recuerdo cómo me dormí entre los brazos de Narciso y con la cabeza apoyada en el torso fuerte y desnudo de Guste, sintiéndome la persona más afortunada del mundo por haber podido compartir aquella noche de pasión y locura con ambos.

Oí a Guste gruñir de nuevo y me giré hacia él mientras se giraba lentamente, enredándose con las sábanas que se pegaban en su delicioso cuerpo como si fuera una pintura barroca.

Abrió los ojos lentamente, parpadeando con pesar repetidas veces antes de darse cuenta de que no estaba solo, lo que provocó que un ronco quejido saliera de entre sus labios antes de volver a esconder su precioso rostro contra la almohada.

—Buenos días —susurré, aunque él no parecía tener un buen despertar.

Gruñó en respuesta y se quedó en la misma postura varios segundos hasta decidirse a observarme con el ceño fruncido.

—Serían buenos si no hubiera tanta luz —me dijo, evidentemente molesto.

Sonreí a la vez que me incorporaba, tapándome con la sábana, como si de pronto y tras aquella noche me quedara algún resquicio de pudor.

Abrí mi armario ante la atenta mirada de Guste y saqué uno de mis camisones cortos para deslizarlo sobre mi cabeza a la vez que soltaba la sábana, dándole una perfecta visión de mi espalda desnuda al hombre en mi cama, a quien oí deslizarse sobre el colchón hasta que lo sentí detrás de mí.

Colocó sus manos en mi cintura y, en un rápido movimiento, apartó mi cabello alborotado para besar mi cuello con ternura. Ya no parecía tan molesto.

Sonreí, viendo cómo Narciso entraba de nuevo en mi habitación con el cabello mojado y con una de mis toallas envuelta en su cadera, exhibiendo su marcada musculatura por la que recorrían varias gotas de agua que se perdían de mi vista al adentrarse en lo que su toalla escondía.

Guste se apartó ligeramente de mí, apoyando su barbilla en mi cabeza y Narciso clavó su mirada en él, sin mostrar ni una sola emoción. Las manos del hombre que me sujetaba se apretaron contra mi cintura mientras que el que había sido mi jefe le observaba, para nada mostrando la lujuria y pasión que había demostrado la noche anterior.

—Auguste —saludó mi ex jefe, levantando ligeramente la barbilla.

—Nar —respondió el otro.

Coloqué las manos sobre las de Guste y las aparté de mi cintura para poder darme la vuelta hacia él.

Su ceño había vuelto a fruncirse y, desde luego, parecía haber olvidado todo lo que había ocurrido pocas horas atrás, aunque no podía culparle por ello.

—Voy a tomar el aire —murmuró Guste, dándome un beso en la mejilla antes de agacharse junto a la cama para alcanzar sus bóxers, la única vestimenta con la que entró en mi habitación.




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