Llego al aeropuerto cerca de las ocho de la noche, la pequeña ciudad se ve más hermosa que la última vez que la vi, hace frío, hay una suave y diminuta nieve que cae poco a poco, el avión se detiene y a lo lejos se ve la maquina quitanieves trabajando para que los pasajeros podamos transitar. Salgo del pasillo y mis ojos buscan mi nombre en algún cartón.
— Señorita Nieve?
— Rudolf?
— Un placer conocerla señorita, su padre y tío tenían razón, su nombre le hace honor, es más blanca que la nieve.
— ¿Usted conoció a mi padre?
— Sí y a usted también, desde luego.
Aunque no me agrada la gente que habla mucho, Rudolf me cae bien, sobre todo por mencionar por todo el camino anécdotas de mis padres que me hicieron reír, me alegra estar junto a personas que los conocieron, es como si pudiese estar cerca de ellos.
Mi piel se hiela cuando el auto entra al jardín de la casa, aunque le han hecho algunos cambios, se sigue viendo igual que cuando mi tío vino a buscarme para llevarme de aquí, sin la posibilidad de poder volver hasta hoy, al entrar la casa esta calentita, la chimenea está encendida y mis mejillas se tornan rosas por el calor.
— El abrigo por favor, señorita Nieve.
— Gracias Rudolf.
— Su tío yace en su habitación, le alegraría saber que llego, si gusta puede subir las escaleras y darle la sorpresa de su llegada por usted misma.
Lo dudo un momento, pero al cabo de unos minutos me animo a subir — Disculpe Rudolf ¿Cuál es la habitación de mi tío? — demasiado tarde, ha desaparecido.
El dueño de la casa, si yo fuese la dueña de la casa escogería la habitación del fondo, es la más grande y tiene una biblioteca increíble, así que sin pensarlo me dirijo derechito a la habitación del fondo, quiero darle la sorpresa a tío Charles así que giro la manilla y abro la puerta sin tocar.
— Tío Charles.
Mi piel vuelve a ponerse más blanca que la nieve, cuando al entrar me encuentro a un chico de piel clara, cabello negro y ojos color miel, está sentado con los codos sobre sus rodillas y las manos sostienen su cabeza inclinada, parece preocupado, no articula ninguna palabra solo me ve y se pone de pie poco a poco.
Al parecer va a decir algo pero temo que lo diga, así que lo interrumpo y antes de que hable le digo — Lo siento — salgo lo más rápido de la habitación y cierro la puerta, bajo de prisa las escaleras y me siento en el sofá de la sala esperando que aparezca el mayordomo.
— Señorita Nieve — veo aparecer de nuevo al chofer de la casa en compañía del ama de llaves, ella sostiene en su mano una bandeja.
— Debes estar hambrienta querida, ten esto ayudara a calentarte.
En la bandeja trae una taza de chocolate caliente y unas galletas, las mismas estúpidas galletas que papá me dejaba en la mesa al dejarme sola en navidad, me trae malos recuerdos –con el chocolate estará bien gracias.
— Veo que no has ido a ver a tu tío.
— Es que no sé en qué habitación se encuentra.
— Vamos te llevaré.
Le sigo dando sorbos a este delicioso chocolate caliente, por suerte este gorro y estos guantes me mantienen caliente también, la bufanda también ha hecho lo suyo y estas botas de terciopelo que me abrigan bien. Nos detenemos frente a la puerta y Rudolf da tres toques de aviso — Adelante — se escucha una voz débil desde adentro.
— Buenas noches señor Charles.
Cuando salgo detrás de Rudolf el chico con el que me había encontrado antes está sentado cerca de mi tío Charles, no puedo evitar mirarlo a los ojos como él me mira a mí, su rostro permanece sin expresión al igual que el mío — Ya veo que conociste a Lauden — No puede ser este es el chico.
— Me contó que cuando te llamo le mandaste saludos a su abuela — mi tío ríe y luce cansado por hacerlo.
— Ya lo recuerdo, me contó que usted me describe como obstinada y testaruda.
Mi tío Charles y Rudolf se miran en complicidad y siento que se ríen de nosotros — Pues olvidó mencionarte que aparte de haber dicho eso también dije, que eres una joven hermosa, inteligente y talentosa, el orgullo de la familia Vigeé Le’brun.
— Eso es verdad, así que me disculpo, un gusto en conocerte Lauden St’pier.