Querido Padre

5.

1866d884bd9263596706869945.jpg

«Sacrificio»

Freya

Dos semanas. Catorce días exactos de trabajo meticuloso, monótono y casi obsesivo. Me levantaba a las 05:00 y me acostaba pasada la medianoche. He dormido poco. Comido lo justo. Mis días se han reducido a memorizar archivos, rostros, costumbres, reacciones, y horarios de rutina eclesiástica de los veintidós miembros principales de la comunidad a la que me voy a infiltrar.

No son simples creyentes. Cada uno de ellos representa un posible objetivo. O una posible amenaza. Aprendí sus nombres, sus rangos dentro de la jerarquía de la iglesia, las actividades donde se sienten cómodos y aquellos momentos del día en los que prefieren estar solos. Algunos tienen familia. Otros no. Uno en particular lleva tres años bajo investigación por lavado de dinero. Dos de ellos tienen antecedentes de tráfico de personas, uno de forma encubierta bajo organizaciones benéficas. Lo sé todo. O al menos eso espero. Porque allá afuera, en esa iglesia, si me equivoco, no habrá nadie que venga a buscarme.

Y aunque sabía que todo era parte del juego, una parte de mí sentía que no iba a regresar igual.

Me miré una última vez frente al espejo. Aún con mi cabello rubio, aún con mis ojos claros. Aún con algo de mí. Aún a salvo.

Suspiré y abrí la puerta de mi habitación. No alcancé a dar dos pasos. Julián Rossi estaba del otro lado. De pie. Mirándome como si yo fuera un crimen en proceso. Su mandíbula apretada, los ojos oscuros, los puños cerrados a los costados.

―¿Qué...?

No terminé la frase. Me tomó del brazo y me empujó de nuevo hacia dentro.

―¡¿Pero qué carajos te pasa?! ―espeté, zafándome de su agarre con fuerza―. ¿Te volviste loco? ¡No tienes ningún derecho de entrar así a mi habitación!

―¿Qué es lo que tienes con Koenig? ―disparó él, sin rodeos.

Me congelé por un segundo. La forma en que pronunció su nombre, esa rabia que apenas disimulaba detrás de su tono controlado... me hizo sonreír. De burla.

―¿Estás hablando en serio? ¿Esto es una escena de celos? ¿De verdad? Porque te recuerdo que no estamos en primaria, Julián. Deja de hacer el ridículo.

―No me tomes por idiota, Freya. Lo he visto entrar a tu habitación. Y también te he visto salir de la suya. Las miradas entre ustedes son cualquier cosa menos disimuladas.

―Y eso qué mierda te importa? ―solté, cruzándome de brazos―. No sabía que tenía que pedirte permiso para follarme a alguien. ¿Quieres revisar mis bragas también? ¿Buscar si tienen su perfume? No tienes ningún derecho a venir a cuestionarme. Esto no es Moscú. Y tú no eres nadie para exigirme explicaciones.

―Estás aquí por la misión, no para revolcarte con cualquiera.

Lo que vino después fue automático. Una bofetada. Limpia. Seca. Sonó como un disparo entre las paredes del cuarto. Julián se quedó inmóvil, su rostro ladeado hacia la derecha, respirando por la nariz con fuerza.

―Escúchame bien, Julián ―dije, con la mandíbula apretada―. Con quién follo o dejo de follar es asunto mío. Que te duela o no, no me interesa. Así como yo jamás te cuestioné cuando te metías en mi cama y luego desaparecías. Eres mi sombra aquí. Mi niñera. Así que limítate a hacer tu maldito trabajo y no me sigas como un ex despechado. Así que compórtate. Y guarda tus putas inseguridades para ti.

Pasé a su lado, lo empujé con el hombro, y salí de la habitación sin mirar atrás. No lo soportaba. No así. Julián era muchas cosas, pero posesivo no era una de las que yo toleraría.

Mis botas resonaron por el pasillo metálico mientras cruzaba los corredores de la base hacia la zona médica especial, donde habían montado el pequeño laboratorio temporal para mi transformación. En la sala principal ya me esperaban el general que dirigía la base, Koenig y el equipo de técnicos que trabajarían conmigo durante el día.

Al verme, Koenig me sonrió. Fue apenas un gesto, pero lo noté. No respondí.

El general me dio la bienvenida con un gesto de cabeza.

―Capitana Volkov, ¿lista?

―Más o menos ―respondí con sinceridad. Miré a los técnicos―. ¿Esto va a doler?

―No físicamente ―respondió uno de ellos―. Pero será un cambio importante. ¿Estás preparada?

Tragué saliva.

―Vamos allá.

Me senté en la silla central. Uno de los asistentes colocó una toalla sobre mis hombros, mientras otra persona comenzaba a preparar los tintes. Mi cabello natural, rubio claro casi blanco, pronto sería teñido de un negro profundo. Lo observé caer en mechones húmedos mientras comenzaban el proceso. Era como ver desaparecer una parte de mí.

Después vinieron los pupilentes especiales. Lo impresionante: no era necesario retirarlos ni para dormir ni para ducharse. Su integración con mis pupilas era total.

―Esto se va a sentir un poco extraño ―me advirtió uno de los técnicos, acercando los lentes a mis ojos―. Pero no dolerá.

Mintió.

Sentí un leve ardor. Una especie de presión interna. Pero me mantuve firme, sin emitir sonido. Cuando parpadée y miré mi reflejo en el espejo, casi no me reconocí.

Cabello negro, aun mantenía el corte. Por los hombros. Ojos oscuros. Mi rostro sin ninguna gota de maquillaje.

Podría pasar por otra mujer. Una más delgada, más agotada. Más... rota. Justo como debía ser Lena Weber.

―¿Qué tal me veo? ―pregunté.

Koenig respondió sin titubeos.

―Como una sombra.

No era un cumplido. Y sin embargo, lo tomé como tal.

Me levanté de la silla. Respiré hondo.

―Entonces... es oficial. Adiós Freya.

El general asintió.

―Bienvenida, Lena.

Me volví hacia el espejo. Me quedé mirando un largo rato. Estaba allí... pero al mismo tiempo, no. Era yo, con todos mis recuerdos, mi entrenamiento, mi pasado. Pero también era esta otra mujer. La infiltrada. La impostora.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.