Querido primer amor

Capítulo 3

Se dirigió a la segunda sección de los grupos de tercero.

Cruzo la puerta de la clase A preguntando a unos jóvenes por Erika, antes de que le contestaran un joven moreno con ojos coquetos, apareció tras ella.

—¿Dali? —ella movió la cabeza hacia el —¡Que gusto verte por  aquí! —la abrazó en el  momento en que Cristopher entraba  al salón, despego sus zapatos del suelo y comenzó a dar vueltas con ella. Dejando al castaño y a sus demás compañeros con la boca abierta.

—¡Bájame! —decía  Dalila entre risas, las cuales se oían por toda el aula.

Segundos después la coloco en el suelo pero estaba tan mareada  que se sostuvo del brazo del moreno y se volvió a reír.

—Me dijeron que me estabas buscando —interrumpió Erika.

—Sí, pero... —vio al chico y le dio un codazo.

—¡Auch! —se quejó.

—¿Qué se te ofrece?

—Podrías prestarme tu libro de historia, si es que ya no lo vas a ocupar.

La joven castaña vio a Cristopher algo molesto y se le ocurrió una idea.

—¡Que te lo preste Cristopher! —el mencionado se sorprendió.

—Yo podría prestarselo —intervino Arshad.

—¡Dije que Cristopher se lo prestará!

—De acuerdo —señalaron los chicos.

—Toma —el castaño le entrego el libro.

—Gracias, te lo devuelvo a la salida.

Dalila se retiró hacia su salón.

Cuando las clases terminaron lo esperaba parada frente a la fuente de la escuela.

Lo vio acercarse y sonrió.

—Te devuelvo tu libro —el muchacho lo tomo. —Gracias, me salvaste.

—No es para tanto.

La secundaria estaba casi vacía por lo cual decidieron irse.

Caminaban para tomar el autobús y en ese momento paso uno al que se subieron pero les tocó ir parados.

Al costado de Cristopher iba uno de sus compañeros y se fue charlando con él.

Dalila miraba la oscura noche por la ventana.

Llegando a la entrada del pueblo un neumático del carro se poncho por lo cual la gente debía bajarse ahí.

Su andar era silencioso hasta que ella decidió preguntarle algo.

—¿Irás al museo el sábado?

—Por supuesto ¿Qué hay de tí?

—No creo, mi mamá no puede llevarme, mis amigas no irán y no se irme sola.

—¿Y qué tal si vas conmigo?

—¿Eh?

—Bueno mi papá nos acercará, iré con unos amigos.

—Le pediré permiso a mi mamá y te digo mañana.

—¿No podría ser hoy? Entre más rápido mejor.

—Bien, pásame tu número de celular.

—De acuerdo —saco el aparato del bolsillo de su pantalón mientras Dalila buscaba una pluma en su bolsa.

—Escucho —Cristopher le dicto los números y ella los anoto en la palma de su mano.

—¿Y el tuyo?

—No tengo —Cristopher la miró con los ojos entrecerrados.

—¿De dónde escuchas música?

—De esto —le enseñó su MP3  y el se sorprendió.

—¿Tienes Facebook?

—No, por ahora quiero centrarme en la escuela, si tengo un celular, una computadora o algo referente a tecnología me distraería con facilidad.

—Buen punto.

—Cuando tenga un celular te lo haré saber. Yo me voy por acá —señaló calle abajo.

—Y yo por acá —Cristopher señaló a la izquierda.

—Te queda más cerca la parada donde tomo el carro. ¿Por qué te bajas en la entrada del pueblo? —Pregunto la niña.

—Es bueno estirar las piernas —alzo los hombros.

—Sí, nos vemos, más tarde te aviso que me dijo mi mamá.
—Estaré esperando tu llamada.

Se despidieron y continuaron su camino.

Llegando a casa Dalila saludo a su papá que miraba televisión en la sala.

Subió a su cuarto a dejar sus cosas y cambiarse de ropa, se dirigió a la cocina donde estaba su mamá, la saludo y se sentó frente a ella en el comedor.

Su madre le sirvió de cenar mientras ella le contaba lo que realizó en la escuela. Cuando terminó su cena se quedó en silencio un momento, mirando el plato.

—Mamá —hablo con nerviosismo —se que no podrás llevarme el sábado así que un amigo se ofreció a...

—¿Cuál amigo? —intervino la mujer de cabello negro como Dalila pero ondulado.

—Se llama Cristopher, es de otro grupo pero la maestra nos da la misma clase, bueno nos llevará su papá ... —Su madre la miró con duda —Es un buen chico, es amable, alto, educado y va a misa los domingos —dijo lo último al azar. —Por favor —se recargo en la mesa con sus manos en forma de súplica.

—De acuerdo —suspiro —solo porque no podré llevarte, me pasarás su teléfono y en cualquier momento te llamaré.

—¡Gracias! —se levantó de la silla, coloco sus trastes en el lavabo,  beso y abrazo a su mamá, corrió hacia la sala donde tomo el teléfono y marco el número que tenía en la mano.

—¿Hola? —respondió Cristopher del otro lado de la línea.

—Soy Dalila.

—Hola, ¿Qué paso si te dejaron?

—¡Sí! —espetó entusiasmada.

—¡Estupendo! —Dalila lo imagino sonriendo.

—Nos vemos en la escuela para ponernos de acuerdo. —Colgó mientras su papá la miraba con incertidumbre.

 

Dalila corría tan rápido como sus pies y su bolsa se lo permitían.

Usar zapatos escolares era una tortura en ese momento.

Las trenzas que se había hecho golpeaban ligeramente su chamarra rosa, al igual que sus pechos.

—Siento la tardanza —dijo tratando de recuperar el aliento cuando llegó a donde habían quedado en verse.

—Estás a tiempo —agrego Cristopher que usaba una chaqueta café sobre el suéter verde, miro su reloj de pulsera, que indica las 8:00 am y volteo a verla —¿Venías corriendo? —La jovencita solo asintió —hubieras tomado un bicitaxi.

—No pasaba ninguno y se hacía tarde. No sé en qué momento a la profesora se le ocurrió que fuéramos con el uniforme.

—Según ella porque así tendremos descuento, ahí vienen Jonathan y Armando.

—¿Qué onda? —dijo Jonathan, un chico bajito, algo rellenito.

—Buenos días —saludo Armando, un joven de lentes, alto y delgado.

—Hola —saludaron ambos.




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