Querido Santa... ¿me traes una mamá?

Coincidencias, familia y trabajo.

 

Me tomó poco segundos, organizar mis ideas, así como controlar mis nervios y mi vergüenza para poder voltear y verle la cara, al repetido desconocido, quien esta vez venía de punta en blanco, con zapatos lustrados, pantalón de vestir, camisa de lino con corbata y ese perfume que anula mis sentidos. <<Dios, ¿qué me pasa?, sabes que yo no soy así>>.

 

—Sí, gracias. De verdad sentí frío al caminar hasta aquí y por eso lo usé, pero ya mismo te lo devuelvo.

 

—No, por favor. No he venido para eso. —se apresuró a decir, al ver mis intenciones de quitármelo.

 

—Papi, ella es Brittany. Me dio donas de chocolate y me acompañó a pintar, es muy linda, ¿verdad? —oh no niña, no hagas eso.

 

Acabo de sentir que hasta mis orejas enrojecieron, ante tan bochornosa escena. Por eso casi no salgo de mi casa, las personas y yo, tengan la edad que tengan, no nos llevamos bien. Nerviosa, me coloco un mechón de cabello, detrás de mi oreja y subo la vista, encontrándome, con los oscuros ojos de ese hombre, quien con profundidad me observa.

 

—Así es, bebé. Brittany es muy bella. —dice sin dejar de mirarme y yo con nervios, y sin disimulo, miro hacia los lados, esperando que salgan las malvadas cámaras de bromas escondidas. ¿¡Qué clase de día era este!? ¡Aún no es, el de los inocentes!

 

Aclaro mi garganta y paso las manos por el pantalón, para secar el sudor que cargo por los nervios. Parezco chanchito horneándose, vamos, que ya el cuerpo lo tengo; me falta la manzana nada más.

 

Era mi turno de decir algo, en este extraño momento, pero como cosa de Dios, los santos o el universo, el interfono sonó. Era mi jefa pidiéndome el informe que justo imprimí, antes de salir.

 

—Debo trabajar, mi jefa me necesita. Fue un placer conocerte pequeña, Charlotte. —dije con sinceridad.

 

—También me gustó conocerte, espero volver a verte pronto. —casi hago un puchero de la ternura que me dio, pero volví a ser yo, y rápido se me pasó.

 

Respiré profundo y miré por segundos a su padre, el cual estaba como para regalo de navidad, si es que yo pidiera regalos, claro está.

 

—Por favor, dale a Patrick, las gracias. Yo igual lo llamaré. —habló con esa voz de galán de telenovelas, mientras yo movía mi cabeza como despedida y salía huyendo de allí.

 

Jamás en mi vida me había sentido tan incómoda, como en ese momento, y para completar, el bendito suéter no dejaba de recordármelo. 

 

El resto de las horas que quedaban, estuve de aquí para allá, entre escritos, copias y antojos maternos de mi jefa. Casi no había podido sentarme a buscar, el trabajo de medio tiempo, que se adecuara al horario que tenía en el despacho, mismo que necesitaba con urgencia si es que quería completar el dinero que me faltaba para poder, al fin, cursar el último año de carrera que me quedaba.

 

Puede que no tenga suerte en el amor; sin embargo, así sea con sacrificio, lograba mis cosas, porque podré quedarme solterona, pero al menos seré una solterona adinerada, así me iré de viaje con Clementina y gastaré mi fortuna en costosos bolsos de Prada. Reí sola por pensar tonterías.

 

—Brittany, antes de que te vayas, a Lucía y a mí nos gustaría hablar contigo. —que el jefe mayor te dijera eso, era motivo de angustia, la cual acomodando mis lentes disimulé.

 

—Claro, lo sigo. —dije caminando detrás de él, rumbo al despacho de mi jefa.

 

Despacho que desde que llegó, Patrick Brishman, volvió a gritar navidad en cada rincón.

 

—¡Patrick!, la asustaste. —casi río, ante la cara de mi jefe.

 

—¿Yo?, ¿por qué?, ¿de verdad, te asusté? —me miró, e hice una pequeña mueca, intentando negar.

 

—Ves. —le reprochó con la mano, en su embarazada cintura, mirándome ahora a mí. —Tranquila, Brittany. No es nada malo, lo que queremos hablar contigo. —respiré de nuevo al oírla.

 

Son tantos años al lado de, Lucía Altamirano, ahora de Brishman, que me atrevería a decir, que es la única persona en este mundo, a parte de Sor Agustina, que realmente me conoce.

 

—Ustedes dirán.

 

—¿Aún buscas trabajo para las noches y los fines de semana? —asentí, expectante de lo que dijeran.

 

—Bien, tenemos el trabajo perfecto para ti. No será forzado y podrás rendir igual en el bufete.

 

—Eso sería, realmente maravilloso, ¿qué debo hacer?, ¿con quién debo hablar?




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