Quiana “secretos, pasión y vino”

24 MI LIBERTAD NO SE NEGOCIA

Salentein, Valle de Uco

10:58 p.m.

—Conocer a Fabrizio Girardi es lo mejor que me pudo haber pasado en esta gallarda vida —murmuro al abrochar mi chamarra y abro la puerta para sentir el aire helado—. Desde que apareció, cada momento ha sido extraordinario. Estoy segura de que esta noche no será la excepción.

Cierro los ojos y dejo que el canto de los grillos me envuelva. El aroma del pasto húmedo se mezcla con la brisa fría, erizando mi piel. Fabrizio supo lo que necesitaba desde que me vio salir para atender a mamá. «Mira nada más la belleza que tengo frente a mis ojos. Una lástima que tenga que regresar y volver a la realidad». Si algo atesoro en mi corazón, es el amor por la naturaleza que mis abuelos me inculcaron, ese vínculo que regala bienestar, paz y libertad. «Ah, la tan anhelada libertad…»

—El contacto con la naturaleza es el mejor bálsamo, mijita —dice mi amámi Lourdes, señalando las estrellas que brillan frente al lago de Chapala—. Cuando te dejas apapachar por ella, el corazón sana, la mente descansa y el cuerpo cicatriza.

—Ojalá pudiera vivir cerca de la naturaleza y ser una con ella —susurro, con una sonrisa a medias—. Mi mente sanaría y todos mis males desaparecerían.

—¿Recuerdas aquella frase del rey Nezahualcóyotl?

—«Por fin lo comprende mi corazón: Escucho un canto, contemplo una flor: ¡Ojalá no se marchiten!» —recito pensativa—. ¿Era esa?

—Esa misma —asiente, colocando su mano sobre la mía—. ¿Sabes lo que significa?

—La verdad es que no.

—Todos enfrentamos batallas internas que nos consumen en mente, cuerpo y alma. Pero eso no significa que no haya una solución.

—¿Sabes cuál sería mi solución? —hago una mueca juguetona—. Irme al otro lado del mundo… pero no quiero. Por ti y por Dulce es que me quedo y sigo luchando contra la marea familiar.

—No importa dónde estés o a dónde vayas, Quiana. Sabes que siempre estaré contigo —pellizca mi mejilla—. Cuando sientas que no puedes más, conecta con la tierra, con lo celestial; mira hacia adentro y encontrarás la respuesta. Ignora la negatividad de la gente y sus corazones blindados. Recuerda siempre que eres libre para ser tú.

Aquella noche, no entendí lo que intentaba decirme. Estaba demasiado sumida en mi propia tormenta con Ferrer, mis padres y el hospital. Pero ahora… ahora lo comprendo con total claridad.

—Benvenuto a Salentein e Valle de Uco, bellezza —la voz de Fabrizio me devuelve al presente. Lo veo de pie junto a la enorme puerta del edificio—. Espero no haberte hecho esperar tanto, pero necesitaba arreglar algunos detalles con el dueño.

—Déjame adivinar —entrecerro los ojos, y me bajo del auto—. ¿Planeaste una propuesta de matrimonio?

—Hay cosas que debemos discutir antes de llegar a ese punto —desciende los escalones y me extiende la mano—. ¿Te gustaría hablarlo ahora?

—No lo dices en serio… —mi estómago da un vuelco al verlo tan serio. Jesús, la presión me baja de golpe—. Fabrizio, dime que estás bromeando.

—Estoy bromeando. Rilassati (Relájate) —su sonrisa traviesa aparece justo antes de tirarme contra su pecho—. Ma il mio cuore e la mia anima potrebbero appartenere a te (Pero mi alma y mi corazón podrían pertenecerte).

—Eso sonó demasiado bien como para no pedir una traducción inmediata.

—La respuesta es no. ¿Vamos?

—Ah, Fabrizio, per favore —suplico en mi horrible italiano.

—¿Ahora hablas mi idioma? —ríe, rodeándome la cintura con su brazo. Su sonrisa blanca y deslumbrante tiene el poder de derretirme—. Ti voglio bene, Quiana.

Por todos los santos de Guadalajara, sé lo que significa esa frase. La aprendí cuando estudié italiano por si Ferrer me llevaba en uno de sus viajes de negocios. Pero más allá del idioma, lo que me toca la fibra del alma es cómo lo dice. Sus ojos me confirman que su “Te quiero, Quiana” viene del fondo del corazón. Fabrizio Alessandro Girardi me quiere.

—Andiamo —aprovecha mi desconcierto y me guía hacia la entrada.

—Supongo que dejaremos esta conversación en pausa —respondo, fingiendo que no entendí. Acaricio su barba mientras me aferro a su mano.

—Iremos un poco más abajo —pasamos el mostrador de caoba y seguimos hasta el final del pasillo.

—¿Cuánto más abajo? —observo los ascensores estáticos.

—Adivina —presiona el botón.

—No sé… ¿dos o tres metros?

—Nueve —entra, cierra las rejas y pulsa el último botón—. Las bodegas subterráneas de Salentein guardan vino en piccoli barricas de roble francés de 225 litros cada una. En total, hay cinco mil. Pero no te traje para parlare de eso.

—¿Ah, no? ¿Entonces? —me aferro al barandal por la velocidad del ascensor.

—Ya lo verás —me guiña un ojo. Cuando el elevador se detiene, abre las rejas—. Después de ti, encanto.

—Gracias —sonrío—. ¿Cómo conoces este lugar?




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