Aeropuerto Internacional de Ezeiza
Buenos Aires, Argentina
7:35 a.m.
—Clara…
—No. Ya tuve suficiente por esta noche —sus ojos se llenan de lágrimas—. Vete, per favore (por favor).
—No voy a rendirme contigo, ragazza —le respondo, tomando mi chaqueta del suelo, como si aún tuviera algo que ofrecerle—. Mañana, prima di partire (antes de partir), regresaré por ti.
—Para ese momento, ya estaré en camino hacia Milán —mordisquea su labio, su mirada evita la mía, como si fuera la última vez—. Te pido que regreses a tu casa y no me busques, ti prego (te lo ruego). Tal vez, algún día, podamos hablar, pero por ahora es impossibile.
—Quizás cruzamos esa línea delgada, pero nunca olvides por qué l’ho fatto (lo hice) —me detengo a su lado—. Tú eres, y siempre serás, el amore della mia vita (amor de mi vida).
—Arrivederci (Hasta pronto), Fabio —agacha la cabeza, y se aleja, evadiéndome por completo.
Revuelvo mi café con fuerza, buscando disolver en su amargor el doloroso recuerdo de hace due giorni (dos días). Aún no logro comprender cómo pudo haberlo escogido a él por encima de mí, por encima de todo lo que compartimos. Reconozco que mis acciones tal vez no fueron las más adecuadas para ganarme su corazón, y que mi vita (vida) no ha sido la más recta ni perfecta, pero, ¿por qué Özmen? ¿Qué tiene él de speciale?
—Tus discursos sobre superación y autoestima dieron resultado, Azad. Ella ya no quiere saber nada de mí —susurro, llevando la taza cerca de mis labios—. Ganaste el mayor de los premios. Disfrútalo —bebo el espresso doble de un solo trago, y dejo que mi cabeza se recueste hacia atrás, cerrando mis oídos al bullicio del aeropuerto, dejando paso a la tormenta de sentimenti (sentimientos) que aún rondan en mi mente. Trato de entender cómo y por qué me dejé vencer tan fácil.
Si tan solo me hubiera dado más tiempo, si hubiera tenido la oportunidad de mostrarle quién soy en realidad… ¡Maldición! Todos se fijan en el exterior, en la fachada impecable de un hombre atractivo, el conocido mujeriego de Roma que podría tener a una donna (mujer) diferente cada semana si lo quisiera, que vive la vida (entre comillas) como si nada le importara; sin embargo, nadie ha tocado las fibras más profundas de mi ser ni se ha tomado el tiempo de entender el porqué de mis actitudes. Perché? (¿Por qué?) ¿Por qué es tan fácil para algunos juzgar y condenar sin siquiera intentar comprender primero? ¿Qué ganan con hacerlo?
Me estiro para alcanzar mi equipaje de mano y saco la revista que compré en el aeroporto di Roma, aún envuelta en su celofán.
—«Fabio Girardi viaja a Buenos Aires. ¿Nuova conquista?» (¿Nuevo amor?) —leo en la portada de Grazia, la revista que parece seguirme a cada paso, encargándose de promoverme como el apuesto y rico donnaiolo (mujeriego) de Roma—. Podrían haber elegido una mejor foto —susurro, observándome. Dios, ¿de dónde sacan la idea de que viajo para conquistar a alguien? ¿De verdad creen que es eso lo único a lo que me dedico todos los días? —. Nunca revelaré mi verdadera naturaleza frente a las cámaras —murmuro, jugando con la servilleta—. Déjenme ser ese mujeriego que les alimenta las habladurías y les mantiene el trabajo gracias a sus pettegolezzo (rumores).
—Disculpame, ¿te sirvo más café? —pregunta la camarera, con la jarra en la mano.
—No, grazie —la miro a los ojos—. Eres muy amable. ¿Podrías traerme la cuenta, por favor?
Sus manos tiemblan por un instante cuando nuestras miradas se cruzan, pero se recompone al instante—. Enseguida te la traigo —muerde su labio y, con una sonrisa nerviosa, bate sus largas pestañas—. ¿Sos italiano?
—Di Roma, sí.
—Bienvenido a Buenos Aires —me guiña el ojo mientras masajea mi hombro—. Me llamo Vanesa.
Miro su mano y ladeo la cabeza para devolver la atención a su rostro. Es claro que está coqueteando, pero no estoy en disposición de seguirle el juego. Tal vez nunca lo esté, o no por un largo tiempo.
—Grazie mille, Vanesa. Ahora, ¿me das la cuenta? —muevo mi hombro, sugiriendo que su cercanía ya no es bienvenida.
—Sí. Ya vuelvo —murmura, notando mi falta de interés. Da media vuelta con la jarra pegada al pecho y apura el paso hacia la caja.
«Y luego dicen que uno las busca» pienso, sacando el teléfono del bolsillo interno de mi abrigo de lana.
—Fiorellina —veo la foto de Clara en la pantalla—, te veías tan hermosa —deslizo el dedo por su imagen, suspirando casi sin querer.
Está de espaldas, caminando a lo largo de la orilla de la playa Riva. Mientras regresaba a la villa y alzaba los brazos para dejarse acariciar por la brisa fresca de la mañana en Estambul, logré capturar su belleza pura con el teléfono. Por un momento, pensé que, después de esa breve conversación en la hamaca y la conexión tan directa entre nosotros, había visto algo real en mí; que por fin había descubierto al hombre sensible, tranquilo y apasionado que suelo ocultar. Pero no. Fue solo una ilusión, una jugada errónea que terminó golpeándome sin aviso.
—Marco —sonrío al leer el nombre de la llamada entrante y contesto—. Buongiorno, cugino (primo). ¿Come stai?
—Hey, bambino —exclama—. Parece que los aires de Argentina te están haciendo bien. Contestaste mi llamada a la primera.