Lunes 20 de Agosto del 2018
Aeropuerto de Ezeiza, Buenos Aires
7:39am
«¿Qué hora será en Guadalajara? ¿Las cinco de la mañana?» pienso, sosteniendo el celular junto a mi oído. La voz de María suena cargada de preocupación. Después de dos meses en cuidados neonatales, sus gemelos al fin están en casa, pero el inicio de esta etapa parece más abrumador de lo que imaginaba.
—María, tus bebés están bien. Si los dieron de alta antes de lo planeado, es porque están listos. Confía en eso —observo la cinta de equipaje girar una y otra vez, sin que aparezca mi maleta—. Además, la pediatra Erika Bolívar es excelente. No dudes en consultarla si necesitas algo.
—Sí, doctora, pero usted me da más tranquilidad. Después de lo que vivimos en el hospital, siento que nadie entiende a mis niños como usted —dice con un tono que mezcla gratitud y angustia.
—Te entiendo, créeme —le hago una señal a Sebastián para que tome mi equipaje mientras acomodo el teléfono en mi otra mano—. Mira, vamos a resolver lo de la fórmula, pero después te sugiero que hables con la pediatra. Es importante que confíes en ella.
—Claro, doctora. Muchas gracias.
—Primero, recuerda que la leche materna es la mejor opción. Protege a tus bebés y fortalece su sistema digestivo. Sé que puede ser agotador, en especial cuando son dos, pero es el mejor alimento para ellos. Ahora, si necesitas complementar, te recomiendo Enfamil Premium Etapa 1 o Similac Advance, también Etapa 1.
—Perfecto, lo estoy apuntando.
—¿Sabes cómo preparar un biberón?
—Mi suegra, Chayito, me explicó, pero sus métodos no me convencen.
—Ya sé, mi abuela es igual con los consejos que le da a la gente —respondo, captando su inquietud—. Mira, primero, asegúrate de esterilizar los biberones. Ponlos a hervir en agua durante cinco minutos. Luego, sigue las instrucciones de la fórmula que compres. Añade la cantidad exacta de leche en polvo que indique el empaque. Después, pon la medida de agua correspondiente, mezcla bien y calienta un poco, pero sin pasarte. Puedes usar esa máquina que me mencionaste.
—Ah, sí, el calentador Philips que me regaló mi mamá.
—Ese mismo, o incluso puedes calentar el biberón bajo un chorro de agua tibia. Solo revisa que la leche no esté ni muy caliente ni fría.
—¿Y uso la técnica de mi suegra? Eso de probar la leche en la mano para saber si está a buena temperatura.
—Es un buen método —asiento—. Lo importante es que encuentres lo que te funcione mejor y decidas lo más cómodo para alimentar a tus bebés.
—Entendido. Oiga, ¿y si solo quiero darles pecho? No estoy segura de poder con los dos.
—Todo es posible con paciencia y amor —le aseguro—. Si decides darles exclusivamente pecho, puedes considerar un extractor de leche. ¿Sabes cómo funcionan?
—No, no tenía idea de que existiera algo así —contesta sorprendida.
—Es un aparato que imita la succión del bebé. Puedes usarlo justo después de que ellos se duerman para extraer y guardar leche. Así siempre tendrás biberones de reserva.
—¡Qué maravilla! Se lo voy a comentar a Sergio para comprar uno. ¿Alguna marca que me recomiende?
—En el hospital usamos los de Evenflo, pero hay otras opciones igual de buenas. Lo importante es que encuentres uno que se adapte a tus necesidades.
—Perfecto. Ay, doctorcita, no sabe cuánto me tranquiliza hablar con usted. De verdad, me quita un peso de encima.
—Para eso estoy, María —digo, agradecida por su confianza—. Pero no te olvides de llamar a la pediatra y seguir asistiendo a tus citas. Es importante.
—Claro, se lo prometo. Muchas gracias y disculpe por interrumpir sus vacaciones. Que la pase muy bien y que Diosito me la bendiga.
—No interrumpes nada, todo lo contrario, es un gusto ayudarte. Cuida mucho a esos pequeñitos y disfruta esta etapa junto a Sergio —me despido con una sonrisa, escuchando su torrente de bendiciones antes de que cuelgue.
—¿Y? ¿Se quedó más tranquila? —pregunta Dulce, recargada en el hombro de Sebastián.
—Sí —respondo guardando el teléfono en el bolsillo delantero de mi mochila rosa—. Le tengo paciencia porque es primeriza. Además, esos bebecitos son un encanto.
—Siempre dije que ustedes eran las mejores en el hospital San Javier —interviene Sebastián, abrazando a mi hermana para darle un beso rápido—. Me siento afortunado de tenerlas.
—Gracias, cuñadito, eres un amor —digo arrugando la nariz con una sonrisa pícara—. Por cierto, qué gusto que hayas aceptado venir con nosotras. Si mamá se enterara… —alzo las cejas, dejando la frase en el aire.
—Dulce Alejandra Villegas Varela, ¡¿te has vuelto loca?! —mi hermana la imita en tono melodramático, lo que provoca mi risa—. Jesucristo redentor, ustedes solo quieren llevarme a la tumba antes de tiempo.
—Fue justo lo que dijo cuando me vio parado en la entrada de la hacienda con una canasta de frutas y mi vino en la mano —añade Sebas negando con la cabeza—. Ah, y le sumó: “No quiero ver a este pobretón de nuevo en mi casa”.
—Nuestra madre es dramática, pero oye, podrías comprarte un Audi y volver a intentar —sugiero con una sonrisa de lado—. Quizás así hasta te prepare sus recetas ancestrales y te llame “mijito”.