Álex tenía 8 años y jugaba en su primer torneo infantil local. Era un día soleado, y el campo estaba lleno de niños corriendo detrás del balón, con padres animando desde las gradas improvisadas.
En el minuto final del partido, Álex recibió un pase en el borde del área. Sin pensarlo, disparó con fuerza al arco rival. El balón pasó rozando al portero y parecía haber entrado… pero el árbitro levantó la mano y gritó: “¡Fuera de juego!”.
Los jugadores rivales celebraron mientras Álex se quedó mirando, incrédulo. Él sabía que no había estado en fuera de juego; había visto todo desde su posición. Sus compañeros intentaban consolarlo, pero algo cambió ese día en él: decidió que nunca dejaría que un error arbitral definiera su carrera.
Esa jugada, ese “gol que no existía”, fue la chispa que encendió su determinación. Desde ese momento, Álex entrenó con más intensidad, perfeccionando cada movimiento, cada pase y cada disparo. Aprendió a controlar la frustración y a convertir los errores en motivación.
Al final del día, mientras regresaba a casa con la pelota bajo el brazo, Álex pensó: “Algún día demostraré que cada gol que merezco será mío… y nadie lo cuestionará”.
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Editado: 15.11.2025