Álex había cumplido 18 años y su talento era indiscutible. Después de años de entrenamiento en su barrio y torneos locales, estaba listo para dar un salto más grande en su carrera. Su nombre empezaba a sonar en toda la ciudad y, gracias a su constancia, había llamado la atención de entrenadores profesionales.
Ese año se disputaba un torneo nacional juvenil que reunía a los mejores talentos de Perú. Álex jugó con una determinación que nadie había visto antes. Su rapidez, precisión y visión de juego dejaban boquiabiertos a rivales y espectadores. Cada pase suyo parecía medido al milímetro, cada disparo al arco llevaba la certeza de un gol.
Al terminar uno de los partidos, mientras Álex recogía su camiseta sudada y sonreía tímidamente, se acercó Juan Reynoso, el experimentado entrenador de Melgar:
—Álex —dijo con firmeza—, te he estado siguiendo. Quiero que vengas a Melgar. Necesitamos un jugador como tú para ganar la Liga 1.
Álex sintió un escalofrío de emoción y responsabilidad al mismo tiempo. Sabía que aceptar significaba dejar su ciudad, dejar atrás a sus amigos de toda la vida, pero también sabía que era la oportunidad de cumplir su sueño.
—Entrenaré duro y daré lo mejor —respondió Álex—. No voy a defraudarte.
Reynoso asintió, con la certeza de que aquel joven no solo tenía talento, sino también la mentalidad de un verdadero líder. Ese torneo no solo consolidó la reputación de Álex: fue el inicio de su camino hacia el fútbol profesional y la primera puerta que lo conectaba con la Liga 1 y el gran Melgar.
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Editado: 15.11.2025