El aire se respiraba tenso, a un lado la mirada tan furiosa de aquel hombre, quien gritaba lo decepcionado que se encontraba de su mayor hija, aquella que había decidido cortar con el padre de sus tres hijos, era una relación de casi 10 años, y al parecer ya no iba para más.
—¿QUE ES LO QUE SE SUPONE QUE HACES? — levantó la voz con gran ímpetu el padre, esperando una respuesta de Melina, la mayor de sus 3 hijos.
—Ya no lo amo papá —sollozó —simplemente me di cuenta que nunca podría prosperar con él, siempre estaremos encerrados aquí —sus lágrimas caían como chorros desesperados terminando en su blusa coral, y otros en su falda de mesilla. Su ropa tan formal con la que decía adiós para marcharse por una semana a su viaje de trabajo.
A un lado se encontraba la menor de los hermanos, la última, ya que el segundo de los Villalba no vivía ahí, esa muchacha tenía el rostro consternado sin creer lo que la chica, a quien siempre había considerado como un ejemplo a seguir, decidía dejar a su cuñado, aquel hombre que consentía a más no poder a su mujer, aquel que se quitaba el pan de la boca para darle a sus hijos, aquel que para la muchacha era casi un hermano.
No estaba de acuerdo, ella sentía que su hermana estaba tomando una decisión errónea, no lograba comprender que situación la llevó a esta, sus facciones lo demostraban.
En el siguiente extremo se encontraba la madre, una mujer corpulenta con una mirada que quería pasar de desinteresada, sabiendo lo mucho que esa decisión también la afectaba, pero sobre todo, ella siempre escogía el bienestar de sus hijos, jamás se ponía en contra y si tenía que discutir con su marido, lo haría. Para dejarle en claro que apoyaría y movería cielo y tierra por su hija mayor, por más que doliera admitirlo.