¿quién eres?

Capítulo VI

Dos semanas habían pasado desde que Camille habló con Sheila en favor de Edward. También fue dentro de esas dos mismas semanas que ambos habían comenzado a salir en citas.

Al día siguiente de lo ocurrido entre Sheila y Camille, ella le comunicó todo a Edward mediante una llamada telefónica—para evitar ciertos incidentes como los de la vez pasada—diciéndole que definitivamente tenía oportunidad. Edward quiso preguntar más cosas como los gusto de Sheila, pero Camille lo detuvo diciéndole que esa parte le correspondía a él y solo a él, pues ella no formaría más parte de todo eso excusándose de que Sheila podría sospechar y de que una mujer prefiere las cosas directamente en lugar de que alguien esté mandando recados.

Gracias a Dios, Edward aceptó.

Claro que después de eso él le agradeció infinitamente diciéndole que le debía una y que pronto la llevaría a cenar. Camille tuvo ganas de mandarlo al diablo—otra vez—pero se contuvo. Su amigo no tenía la culpa de las elecciones de su corazón así como ella no tenía la culpa de las elecciones del suyo.

Menudo rollo.

Camille tenía ganas de escapar y olvidarse de todo por un rato. ¿Quién no ha fantaseado con eso alguna vez? Pero sabía que no podía hacerlo, tenía sueños y metas y todo ello la mantendría fuerte. No era su estilo después de todo.

La gran buena noticia era que Odette le había otorgado unas pequeñas vacaciones después de los cuatro meses y medio que estuvo trabajando eficientemente en la boutique. Camille sabía que también lo hacía para que pudiera enfocarse en la nueva producción que entregaría para formar parte del concurso pero ya había pasado un buen tiempo, ¿no? Las vacaciones no venían de la nada, tenía las dos últimas semanas de julio eran para ella misma y para sus diseños, por supuesto.

Es así como un día sábado después de su último día trabajando para entrar a su descanso va caminando por las calles parisinas—una vez más—, ella definitivamente jamás se cansaría de esto, sentía que había encontrado su lugar en el mundo.

El calor del verano era abrumador algunos días pero ese día en particular se sentía una temperatura perfecta. La suave brisa que recorría la ciudad pasaba sobre ella creando ligeros movimientos en el vestido floreado que llevaba y el sol añadía más pecas a sus hombros descubiertos.

Claro que no esperaba para nada encontrar en su camino a casa el restaurante donde Edward y Sheila estaban almorzando en este momento.

Camille se quedó unos segundos parada ante la luna del restaurante que le permitía verlos. De verdad parecían una pareja real, pero Camille sabía perfectamente que aún no lo eran, estaban en la etapa de "citas y conociéndose mejor" como ella algún día estuvo pero en su caso Edward y Camille se convirtieron en una especie de mejores amigos; ella era modelo y Edward si que podría serlo, con esa camisa blanca que llevaba y los pantalones semi formales color negro, añádanle esa sonrisa con la que Camille moría todos los días y ya estaba. Una pareja de portada de revista, Camille sintió como sobraba en la escena y retomó su rumbo. Sabía que era cuestión de días para que Edward tocara la puerta de su apartamento y le dijera que finalmente eran novios y ella tendría que poner todo su esfuerzo en forzar una "auténtica sonrisa" que ella sabía muy bien que jamás sería auténtica.

Camille se odió por eso.

¿Pero acaso era su culpa? Ella había intentado, de verdad que lo había hecho pero no había pasado absolutamente nada.

Nada.

Ella seguía sintiendo lo mismo, quizá hasta con más fuerza. Y es que cada día descubría una pequeña cosa nueva de él, un detalle que siempre estuvo ahí pero ella recién lo notaba. Después de todo una persona era como un libro que jamás, jamás terminabas de leer. Y a ella sí que le encantaba leer ese libro.

Camille necesitaba un milagro así que en lo que llegaba a su destino se compró un helado. Ella amaba el helado pero también le hacía recordar a los días en que Edward venía de la nada y le llevaba helado, era como su "tradición". Lo peor sería que cuando empezara a salir con Sheila se olvidara de ella, siempre pasa en algún sentido.

Tampoco pudo evitar que sus ojos se acumularan pequeñas lágrimas, otra cosa que no podía controlar, junto al nudo en su garganta.

Estaba harta.

Y muy distraída. Tan distraída que no se dio cuenta de que otra persona venía en su misma dirección mirando su teléfono. Así que la consecuencia inevitable fue que ambos chocasen bruscamente.



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En el texto hay: paris, romance, amor no confesado

Editado: 26.08.2018

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