¿quién es él Culpable?

Capitulo 2

He pasado por situaciones vergonzosas, demasiadas quizá. Como aquella vez, a mis relucientes dieciséis años, cuando el chico más guapo del instituto se acercó en el descanso para hablar conmigo. Tres días después estábamos sentados en las gradas de la cancha de fútbol… y yo juraba que ese era el momento, el beso, el que una cree que será su debut digno de una novela romántica.

Su cara se acercó.
Mi corazón latió descontrolado.
Su respiración chocó con la mía.
Y cuando ya casi rozábamos los labios…

Se me escapó un eructo.

Sí. Un eructo.
Así fue como mi gran momento quedó arruinado, sepultado para siempre en la fosa común de mis bochornos.

Y aun así, nada —nada— supera esto.
Salir del cubículo envuelta en una bata ridícula que deja mi trasero al aire es un nuevo nivel de humillación. Y ahora estoy recostada sobre una camilla, con las piernas separadas y apoyadas en unos aparatos que el Dr. Bombón llamó estribos.
Me siento vulnerable, expuesta… y rezando para que la tierra me trague.
El doctor, que al parecer entiende mi tragedia, me cubre con una sábana para que no muera en el intento.

—Puedes sentarte ahí —le dice a Lilian, que avanza hacia mí y se acomoda en un banquito a mi lado.
—Trate de relajarse un poco, señorita Cranston —añade él mientras se sienta al final de la camilla—. Este es un procedimiento normal. Solo vamos a ver cómo está su bebé. A usted no le va a pasar nada. Respire.

—Ya me pasó —respondo entre dientes.

Él alza la mirada y sonríe… como si esto le divirtiera. Arquea una ceja. Y yo, sinceramente, quiero desaparecer.

—Claro que le pasó, si no, no estaría aquí —dice él. Y aunque en mi cabeza aparece la frase ¿se está burlando de mí?, lo único que puedo ver es esa sonrisa hermosa dibujada en su rostro.

—Comencemos —añade el doctor.

Respiro hondo. Tomo la mano de Lilian como si fuera mi última cuerda de salvación. Ella se inclina y me susurra un “tranquila” que, por supuesto, no sirve para un carajo.

—Quiero que sepan, señoritas —empieza él con un tono casi académico—, que por el tiempo que le he calculado al embrión, su bebé no se podrá ver. Ya les había dicho que un bebé a estas alturas es más pequeño que una semilla, así que solo podremos observar la placenta, que aún se está formando.

—¿La placenta? —interrumpo, como si eso fuera lo más grave del día.

—La “bolsa” donde estarán los bebés durante el embarazo —explica—. Lo más parecido que podremos ver de un bebé es un punto diminuto, casi imperceptible. Ahora… veamos qué hay allá dentro.

Levanta la sábana. Se acomoda entre mis piernas. Y entonces lo siento.

Esa cosa entra.
Esa cosa entra.

No puedo creer que la primera vez que algo atraviesa mi virginidad emocional y física sea un aparato frío, médico, cero romántico, cero poético. Es fastidioso, incómodo y… doloroso. Se siente casi como una violación en cámara lenta.

—¿Te duele? —pregunta.

Asiento con la mandíbula tensa.

—Solo serán unos segundos, hasta que te acostumbres.

Tenía razón. Me acostumbré… pero igual era una mierda.

—¿Qué hay por aquí? —murmura mientras mueve “eso” dentro de mí y observa la pantalla—. Efectivamente, estás sobre las cuatro semanas de embarazo.

Me quedo congelada.
Cuatro semanas.
Yo sigo esperando que me digan que esto es un episodio de Bromas Pesadas.

—Miren, ahí se está formando —dice señalando la pantalla.

Pero no se escucha nada.

—¿Y los latidos? —pregunto sin pensarlo. No sé de dónde me salió la voz.

—El corazón empieza a formarse hacia la quinta semana —explica—. Aún es solo un abultamiento que, junto a los primeros vasos sanguíneos, se convertirá en el corazón y el sistema cardiovascular.

Demasiadas palabras para alguien que aún siente que vive en un sueño raro.

—El embarazo está en perfecto estado hasta ahora —continúa—. Te recetaré lo normal y algo para las náuseas. En un par de días deberías sentirte mejor. Te agendarán una cita en tres semanas para iniciar el control prenatal.

Asiento como una muñeca rota.

—Oh… —dice de repente, acercando la cara al monitor.

Un silencio cae.
Lilian se pone rígida.

—¿Por qué pone esa cara? ¿Qué pasa? —su voz sale en puro pánico—. ¿Hay algo mal?

Él respira hondo.

—Depende de cómo lo tomen… —nos mira—. Puedo ver que está conmocionada por todo esto, que aún no cree lo del embarazo, así que disculpen si sueno entrometido pero… ¿el papá?

—El papá no existe —le digo con veneno seco—. No sabemos nada del maldito que se atrevió a hacerme esto.

Él se aclara la garganta.

—Entiendo… Pero permítame corregirle algo, señorita Cranston: ese “maldito” se atrevió a hacerle un disparo de dos balas.

—¿Qué? —gritamos Lilian y yo al mismo tiempo.

—Sí… son dos —señala la pantalla—. ¿Ven esas dos manchas grandes en forma de óvalo?

Asentimos, en estado vegetal.

—Son dos bolsas. Se están formando dos. Es decir… son mellizos.

Silencio.
Vacío.
Universo colapsado.

—Dos… —susurro, sin aire.

Como si la vida me hubiera lanzado un golpe directo al alma:
uno inesperado…
y el segundo, para rematarme.

Lloro.
Lloro como si me estuvieran abriendo el pecho con las manos desnudas.

Ahora sí lo creo…
No es un mareo.
No es un resfriado.
No es imaginación.

Lo vi.
Lo vi.

No es un bebé.
Son dos.
Dos vidas diminutas latiendo en una bolsa que ni entiendo.

¿Qué voy a hacer yo… yo… con dos bebés?
¿Cómo se cuida un alma, si a veces ni puedo sostener la mía?
¿Qué será de ellos conmigo?
¿Qué será de mí?
¿Qué será de mi mamá, de mi hermano, de nuestra casa pequeña donde apenas cabemos tres?

¿Me seguirán queriendo?
¿O se romperá algo que nunca podré reparar?



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 25.11.2025

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