¿quién es él Culpable?

Capitulo 3

Me siento como si fuera a confesar un asesinato… pero no un asesinato cualquiera. No. Uno grande, descomunal, de esos que la historia condena como inhumanos. Y estoy segura de que mi familia me va a mirar como si acabara de cometer una masacre, un pequeño holocausto doméstico.

Tengo frente a mí los ojos de las dos personas más importantes de mi vida… y están clavados en mí como agujas. Mi respiración es irregular, el aire no entra, el pecho me tiembla. Si sigo así, me voy a desmayar antes de decir la primera palabra. Y esto no les hace bien a los bebés. Los bebés. Qué ironía.

Trato de mirarlos, pero me rindo en el intento y bajo la cabeza. Siento la mano de Lilian tomando la mía, la presión cálida que intenta transmitirme valor, una sonrisa torcida que pretende ser un salvavidas. No funciona. Mis agallas deben estar volando por ahí, felices, porque aquí conmigo no están.

—¿Qué es lo que nos van a decir? —pregunta mi mamá, inquieta—. Me tienen nerviosa.

—Sí, ¿qué es? —agrega mi hermano, frunciendo el ceño—. ¿Por qué están tan nerviosas? ¿Acaso ustedes…? —nos señala con cara de horror.

Por un segundo creo que va a insinuar que Lilian y yo somos pareja, y casi me da un ataque de risa histérica. Este idiota…

—¿Es eso, hija? —dice mi mamá, con los ojos muy abiertos.

—¿¡Cómo se le ocurre, Mamá Myriam!? —Lilian interviene antes que yo—. Ni que tuviera tanta suerte Nina para fijarme en ella.

Quiero reír. No puedo.

—Claro que no —añade mi amiga—. Eso solo alguien como él podría imaginarlo.

Mi hermano rueda los ojos.

—Entonces… dime —dice mi mamá—. ¿Qué pasa?

Es ahora, Nina. Es ahora o nunca. No seas cobarde. Respira. Di la verdad.

Pero no hay valentía en mí, solo un temblor que me recorre entera. Todo está patas arriba y nada tiene sentido. Aun así, abro la boca y dejo caer la bomba.

—Decir esto es muy difícil… pero tengo que hacerlo —cierro los ojos, como si eso pudiera salvarme—. Estoy embarazada.

Silencio.

No un silencio normal. No. Un silencio bestial. Una cúpula de vacío brutal.

Ni un grito. Ni un suspiro. Nada.

Cuando por fin me atrevo a abrir los ojos, veo sus caras desbordadas de incredulidad. Mi mamá tiene ambas manos cubriendo su boca, los ojos enormes. Mi hermano… bueno, su mandíbula debe estar enterrada en el piso.

—Digan algo —susurro. Nada. —Por favor… —mis lágrimas caen sin permiso—. Lo que sea. Necesito escucharlos.

Siguen inmóviles, como estatuas rotas. Y mi corazón, este corazón que se aferra a la vida por mis bebés, se quiere salir del pecho.

Mi mamá retira lentamente las manos de su boca. Sus ojos se clavan en mí. En ellos veo un destello que me rompe: decepción. Dolor. Y miedo.

—Dime que es una broma, Nina —dice, con un hilo de voz.

Y yo… yo quisiera decirle que sí.

—No puedo decirte eso, mamá —susurro.
Su rostro cambia de incredulidad a decepción y mi corazón se encoge como un papel mojado. Lo último que quería en la vida era ver esa expresión dibujada por mi culpa—. Lo siento, madre.

—No lo puedo creer… —se cubre la cara con ambas manos—. Aún no era el momento, Nina, y tú lo sabes.

—Lo siento, mamá —repito, sin saber qué más decir.

Y entonces estalla el huracán Bill.

Mi hermano emerge de su shock como si alguien lo hubiera resucitado a golpes.

—¡¿Qué mierda estás diciendo, Nina?! ¿Cómo que embarazada? ¡¿Por qué?! —se acerca a mí lleno de furia—. Dime quién fue el maldito. ¡Te juro que lo mato! —grita.

—¡No le grites o te pateo las bolas! —salta Lilian—. ¿No ves que está asustada?

—¡No te metas! —ruge Bill—. Eso debió pensarlo antes. Nina, alza la cabeza. ¡Ya nada puedes hacer! ¡La embarraste! ¿Por qué fuiste tan estúpida?

Levanto la cabeza. Lo miro. Sus ojos están rojos, llenos de rabia y dolor. Lo amo… y verlo así me rompe.

—Bill… —me ahogo—. Perdón.

Limpio una lágrima, pero vienen más.

—¡Perdón no! —Bill se incorpora de golpe y tumba la silla—. ¡¿Acaso no conoces los condones?! ¡Te regalé una caja entera cuando cumpliste dieciocho! ¡El problema no es que tuvieras sexo! ¡El problema es que no te cuidaste! No creí que fueras tan tonta.

—Lo siento… —repito, vacía, diminuta. Lilian me acaricia la espalda en silencio.

—Dime quién es el papá —insiste—. ¡Dímelo! —golpea la mesa y salto del susto—. ¡Con un demonio, habla!

—¡Basta! —retumba la voz de mi madre, más fuerte que cualquier grito de Bill—. ¡Deja de gritar! Eso no ayuda a nada. ¡Métetelo en la cabeza! Tu hermana está embarazada, y nada de lo que hagas va a cambiarlo. Solo me estás dando jaqueca y la estás alterando. Y eso le hace daño al bebé.

Ahí… ahí caigo en cuenta del detalle que he omitido.

—Bebés —corrijo.
Me miran.
—Son mellizos.

—¿Qué? —Bill abre los ojos al límite—. ¡Dos! Ahora más quiero matar al maldito. Nina, ¡solo dime quién es!

Su tono cambia: habla controlando la rabia por respeto a mamá, pero es pura furia contenida.

—Tu hermano tiene razón —dice mamá con voz rota—. ¿Quién es el papá?

Pienso en todas las versiones posibles que pude inventar. Ninguna sirve. La única verdad que tengo es también la más dolorosa.

Me lanzo.

—Él no está, mamá. No sé nada de él. No lo he visto más. Desapareció. Se… se esfumó.

El rostro de mi madre se cubre de sombras. Su silencio me perfora.

—A ver si entendí —dice al fin—. ¿Quieres decir que el padre de esos bebés… te embarazó y se fue?

—Bill… él no sabe que estoy embarazada —digo, porque técnicamente es cierto—. No he podido contactarlo.

—Entonces es peor —murmura mi hermano—. Se acostó contigo y no te volvió a buscar.

Esa frase me apuñala, aunque sea verdad en teoría. ¿Cómo responder? ¿Qué explicación doy, si ni yo la tengo?

Opto por callar.

Mi mamá respira hondo, como si tratara de no romperse frente a mí.

—Esto es demasiado para mí —susurra, con una voz que no le había escuchado jamás—. Mañana hablaremos. Necesito… recostarme.



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En el texto hay: humor, romance, amor

Editado: 05.12.2025

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